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II REPÚBLICA Y DIEGO LAÍNEZ

11 de mayo de 1931

En el siglo XVI, en medio de las disputas surgidas por la escisión del protestantismo, una de las cuestiones más debatidas, a raíz de las posturas luteranas, fue la relación de la gracia divina y la libertad del hombre. No se trataba simplemente de palabras –¿y cuándo las palabras humanas son simples y no tienen importancia, si con ellas pensamos y nos decimos la realidad?–; de lo que aquellos hombres debatían era ciertamente de Dios, pero también del hombre y de hasta qué punto era libre, hasta qué punto era él quien se definía en relación a Dios. Se trataba de ver si el límite de la libertad humana estaba en su salvación o, si en relación a ésta, tenía algo que decir.

En el siglo XVI, en medio de las disputas surgidas por la escisión del protestantismo, una de las cuestiones más debatidas, a raíz de las posturas luteranas, fue la relación de la gracia divina y la libertad del hombre. No se trataba simplemente de palabras –¿y cuándo las palabras humanas son simples y no tienen importancia, si con ellas pensamos y nos decimos la realidad?–; de lo que aquellos hombres debatían era ciertamente de Dios, pero también del hombre y de hasta qué punto era libre, hasta qué punto era él quien se definía en relación a Dios. Se trataba de ver si el límite de la libertad humana estaba en su salvación o, si en relación a ésta, tenía algo que decir.
El teólogo español Diego Laínez

Por eso, el 26 de octubre de 1546 se pronunció uno de los discursos más importantes, en la historia de la humanidad, sobre la libertad y la dignidad humanas. Fue el teólogo español Diego Laínez, que luego llegaría a ser Prepósito General de la Compañía de Jesús, quien con sus palabras marcaría esa sesión del Concilio de Trento, hasta el punto de que, en las actas de este sínodo, este discurso es el único que se conserva íntegro junto a las decisiones de los padres conciliares. Curiosamente la propaganda de la cultura dominante de los últimos siglos machaconamente insiste en hacer pasar al Concilio tridentino como algo represor y contrario a la libertad humana, cuando en realidad fue todo lo contrario. Difícilmente se encontrarán afirmaciones más tajantes y contundentes en la afirmación de la libertad, dignidad y destinos del hombre. La lástima es que nos tragamos la propaganda y ahí está su fuerza, en nuestra irreflexión.

Procurando ser sencillo en la exposición y evitando ser simple, en aquel momento, había, grosso modo, tres posturas en juego: la de Martín Lutero, la de Girolamo Seripando y la que defendió Diego Laínez. Lutero consideraba que el pecado había afectado de tal modo al hombre que su libertad había quedado corrompida, por ello, frente a la obra de Erasmo de Rotterdam De libero arbitrio, escribió una de sus favoritas: De servo arbitrio. Para él, el hombre, aunque sigue teniendo libertad para los asuntos de la vida ordinaria, sin embargo es incapaz para decidir en orden a su destino eterno. El hombre es, según la imagen luterana, como un jumento que va a donde le lleva quien lo monta, si es Dios, llegará a la gloria eterna, si es el demonio, fracasará eternamente su vida. Por ello, Laínez resumirá la postura luterana con esta comparación: "Tú no necesitas sino creer en mí. Yo pelearé, y si tú crees en mí con toda tu alma, yo ganaré la pelea". Es decir, lo que cuentan son las obras de Cristo y el hombre se salva por la sola fe y no por sus obras.

Seripando postulaba una teoría transaccional. Las obras del hombre tienen su importancia, pero son insuficientes, al final Dios suplirá lo que le falten a éstas. Laínez, con la misma alegoría, lo resumirá así: "Te daré unas armas y un caballo; tú luchas, acuérdate de mí, y al término de la pelea yo acudiré en tu auxilio". La postura de este gran teólogo español –¿quién se acuerda hoy de él en España?– aunaba la libertad y la gracia. Es el hombre, capacitado y habilitado por la gracia, el que activamente va decidiendo su destino respecto de Dios. Éste no le suplanta ni total ni parcialmente, sencillamente lo fortalece para que sea el hombre y no Dios el que se defina con su obrar en relación a la realización definitiva de su existencia. Así resumía él mismo su postura: "Te voy a dar unas armas y un caballo excelentes, magníficos; pero tú tienes que pelear con toda tu alma".

Sin transcurrir un mes desde la proclamación de la II República, el 11 de mayo de 1931, comenzaron los incendios de iglesias y conventos con la connivencia del gobierno provisional deutero-republicano. Los ígneos liberticidas, seguramente ignorantes de esto, ese día destruyeron el sepulcro de Diego Laínez. A veces la historia tiene coincidencias sumamente significativas, hechos que, por sí mismos, retratan el momento. Los que pretendían liberar al hombre desarraigándolo, incluso por la fuerza, de lo relacionado con la gracia, destruyeron los restos de quien defendió que la gracia libera y que el que es libre es el agraciado, que Dios no esclaviza al hombre y éste, para su plenitud, no puede prescindir de Dios. Memoria histórica.
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