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ABORTO

Amagando y confundiendo, llegamos

En la apertura de la asamblea general de la Conferencia Episcopal, el ciudadano y cardenal Rouco hizo referencia a determinados temas morales, entre ellos, el aborto. La titular del semi-Ministerio de Igualdad –debería de dar como mucho para cubrir solamente media cuota del Consejo de Ministros– se debió de dar por aludida y dijo: "A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado, no qué es delito". Y debió de gustar, porque la han jaleado: "Tranquilos: el pecado no es delito".

En la apertura de la asamblea general de la Conferencia Episcopal, el ciudadano y cardenal Rouco hizo referencia a determinados temas morales, entre ellos, el aborto. La titular del semi-Ministerio de Igualdad –debería de dar como mucho para cubrir solamente media cuota del Consejo de Ministros– se debió de dar por aludida y dijo: "A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado, no qué es delito". Y debió de gustar, porque la han jaleado: "Tranquilos: el pecado no es delito".

¿Aído se confunde y confunde o solamente confunde? Es un hecho que confunde y no precisamente por su gran oratoria. Una de las ventajas que presenta su auditorio, que es la sociedad española, es que, por lo general, la gente no piensa. Le gustan los pensamientos pensados y cuanto más simplones, mejor. Y no se trata de ahorro, por aquello de la crisis económica, sino de pereza mental, cultivada esmeradamente por políticas educativas de perseverante esfuerzo de décadas y por casi todos los medios de comunicación. El deseo de saber y de verdad se ha ido apagando. Del aprender jugando, se ha pasado a jugar que se aprende. Qué más da la búsqueda de la verdad, la cuestión es pasar el rato, divertirse. Y esto hace las delicias de demagogos y demás manipuladora ralea.

Pero la ministra –sólo con minúscula– tiene una ventaja; es muy transparente. Bastaría prestarle un poco de atención para caer en la cuenta de la ciénaga en la que estamos metidos hasta el cuello. Lo de la economía es un desastre, pero lo peor es que está dentro de otro mayor. Es evidente que el ciudadano Rouco y que la Iglesia católica, lo mismo que cualquier otro grupo de ciudadanos, podría, en una democracia, opinar libremente sobre cuestiones públicas, sin miedo a que los poderes estatales dijeran sobre qué pueden o no opinar. ¿Cómo dejarlos fuera de juego? Confundiendo e intimidando.

Además de lo criminal y pecaminoso, también está lo inmoral. Jurídicamente, delitos son las acciones u omisiones que están previstas como tales por la ley, de modo que es el órgano legislativo correspondiente el que dicta qué es o no delito. En los regímenes autoritarios, los ciudadanos o alguna parte de ellos no pueden decir qué debería o no ser delito o sobre qué se debería legislar; en un régimen de libertades, sí. Cuando se va creando la opinión de que sobre determinadas cosas solamente hablan los políticos, de que determinados ciudadanos tienen menos legitimidad para hacerlo y que sólo se puede opinar de una manera, esa sociedad camina hacia el autoritarismo. Los hay muy aseados y que guardan bastante bien las apariencias. Se amaga al Papa y se presiona con la propaganda; nadie del barrio, como en las películas de policías, habrá visto nada. Todos calladitos y encerrados en el ámbito privado.

Las leyes se deciden, la moral, y sin que para ello sea imprescindible la fe, se encuentra. Para quien se perdiera algún capítulo de Barrio Sésamo o haya penado en las galeras de la LOGSE, recordemos que malo no es sinónimo de pecado ni bueno de santo. Un cristiano, además de la argumentación moral de mera razón, tiene motivaciones de índole religioso; pero cuando argumente desde la razón en el ágora, sus posturas no deberían ser descalificadas de entrada porque además él tenga fe. Confundir ambos planos lleva a un reduccionismo terrible para los pecheros y estupendo para otros; solamente tendrán que estar preocupados de si delinquen o no; la moral no contará para enriquecerse o ser votado. Y, al legislar, solamente tendrán el límite del poder. El hombre como totalidad de lo que es deja de ser fundamento para la ley; sólo lo será la voluntad o el capricho. Y los testigos, enmudecidos en la sacristía.

Y sí, estoy tranquilo porque el pecado no es delito, aunque haya muchos delitos que sean pecado; otros no, ser cristiano, por ejemplo, en algunos sitios está perseguido por la ley. Y lo estoy porque en la administración de justicia, que es la que tiene que ver con el código penal, no hay ni misericordia ni amor, solamente aplicación de la ley y no siempre de manera justa. En cambio, el pecado solamente es cognoscible, como tal pecado, en el horizonte del amor divino. Ya ha empezado la caza mayor, ¿las perdices se inhibirán solas?

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