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DISCURSO DEL PAPA A LA CURIA ROMANA

Aparecida no fue un error

El discurso dirigido por el Papa a la Curia Romana se está convirtiendo en un punto de referencia obligado para interpretar los pasos del pontificado de Benedicto XVI. Llama la atención que haya dedicado más de tres cuartas partes de su largo discurso a explicar el significado de su viaje a Brasil, y más en concreto a responder a las críticas, más o menos explícitas, surgidas a raíz del sesgo que el propio Benedicto XVI quiso imprimir a la Conferencia de Aparecida.

El discurso dirigido por el Papa a la Curia Romana se está convirtiendo en un punto de referencia obligado para interpretar los pasos del pontificado de Benedicto XVI. Llama la atención que haya dedicado más de tres cuartas partes de su largo discurso a explicar el significado de su viaje a Brasil, y más en concreto a responder a las críticas, más o menos explícitas, surgidas a raíz del sesgo que el propio Benedicto XVI quiso imprimir a la Conferencia de Aparecida.
Santuario de Aparecida

Recordemos que el tema de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, reunida en el santuario brasileño de Nuestra Señora de Aparecida, era Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él tengan vida. No pocos comentaristas habían apuntado que esta opción suponía un replegarse de la Iglesia hacia su interior, una suerte de giro espiritualista que la desvinculaba de los grandes desafíos históricos del momento, como la lucha por la justicia, la democratización, la plaga del narcotráfico, los regímenes populistas y la miseria de las periferias metropolitanas; al menos, parecía hacer más débil su compromiso con ellos. El Papa recoge el guante con toda crudeza y se interroga: ¿no deberíamos haber afrontado más bien estos problemas, en lugar de retirarnos al mundo interior de la fe?

Para responder a esta objeción, Benedicto XVI despliega el significado de ser discípulos de Jesucristo, algo que el Papa no quiere dar por supuesto ni siquiera en el interior de la propia Iglesia. Se trata en primer lugar de conocer a Jesús, y este conocimiento no puede ser meramente teórico: es preciso escucharle en la Sagrada Escritura, encontrarlo en los Sacramentos y en el testimonio de los santos. Se trata de conocerle y seguirle dentro de esa red de amistad que es la comunidad de la Iglesia, se trata de ensimismarnos con su modo de mirar, de entender y de amar. Por eso caminar con Jesús implica ejercitarse en la humildad, en la justicia y en el amor: convertirnos en discípulos suyos es por tanto un camino de educación en nuestro verdadero ser de hombres. Y aquí el Papa coloca una afirmación esencial para comprender todo su magisterio: "Conociendo a Cristo, conocemos a Dios, y sólo a partir de Dios comprendemos al hombre y al mundo, que de otro modo permanece como una pregunta sin sentido". Algo, por cierto, que está en el frontispicio de la constitución conciliar Gaudium et Spes.

Benedicto XVI con el metropolita KirillEl tema de Aparecida habla de "discípulos y misioneros", y en esta segunda palabra Benedicto XVI identifica otra gran objeción a la que pretende dar respuesta: ¿todavía hoy misioneros, en pleno siglo XXI? Por el contrario, ¿no deberían todas las religiones contentarse con dialogar pacíficamente y tratar de hacer cada una lo mejor que pueda por la humanidad, descartando todo intento de evangelización? Es éste, sin duda, otro de los hilos de oro del actual pontificado. El Papa empieza por deshacer cualquier equívoco al respecto y confirma plenamente el compromiso de la Iglesia con el diálogo interreligioso plasmado en los encuentros de Asís y en el más reciente de Nápoles. Pero esta voluntad indestructible de diálogo y colaboración en ningún caso puede significar para la Iglesia renunciar a transmitir el mensaje de Jesucristo y la esperanza que de Él deriva.

En el respeto absoluto a la libertad de cada hombre y mujer, y valorando justamente sus diversas culturas y su noble itinerario de búsqueda espiritual, la Iglesia no puede guardar para sí la luz que ha recibido, sino que debe ofrecerla a todos. Benedicto XVI sostiene, unido a la gran tradición de la Iglesia, que la historia tiene necesidad del anuncio de la Buena Nueva para alcanzar su cumplimiento, e ilustra esta convicción con la experiencia práctica: allí donde florece la misión cristiana, se multiplican las fuerzas del bien, de la reconciliación y de la paz, sin las cuales los diversos programas de orden social no consiguen incidir sobre la realidad, sino que se ven reducidos a teorías abstractas. No es difícil captar aquí la música y la letra de las dos encíclicas de Benedicto XVI, centradas en sendas virtudes teologales y precisamente por eso, marcadas por una profunda reflexión social.

Tras responder abierta y razonadamente a dos objeciones que permanecen vivas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, el Papa concluye que la Conferencia de Aparecida no ha significado un equivocado repliegue hacia la interioridad, ya que sólo mediante un nuevo encuentro con Jesucristo y su Evangelio pueden suscitarse las fuerzas que nos hagan capaces de dar una justa respuesta a los desafíos de nuestro tiempo.

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