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JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD EN SIDNEY

Australia no es una fuga

Hay quien dice que el Papa centrará sus discursos en Sidney en la lucha contra la pobreza y el cambio climático. Otros anuncian que el Papa se ha trasladado a ese finis mundi para insuflar algo de ánimo a una parroquia ya muy menguada, entre exigencias de perdón por los abusos sexuales atribuidos a sacerdotes y peticiones de liberalizar la moral sexual y democratizar el nombramiento de obispos. Están, por último, los que opinan que hay que dejarse de entretenimientos y volver pronto a las trincheras de la batalla contra el laicismo.

Hay quien dice que el Papa centrará sus discursos en Sidney en la lucha contra la pobreza y el cambio climático. Otros anuncian que el Papa se ha trasladado a ese finis mundi para insuflar algo de ánimo a una parroquia ya muy menguada, entre exigencias de perdón por los abusos sexuales atribuidos a sacerdotes y peticiones de liberalizar la moral sexual y democratizar el nombramiento de obispos. Están, por último, los que opinan que hay que dejarse de entretenimientos y volver pronto a las trincheras de la batalla contra el laicismo.
El Papa en la anterior Jornada de la Juventud

En realidad Sidney es una nueva estación del diálogo que Benedicto XVI, como voz de la Iglesia, mantiene con el hombre de este momento de la historia. Un diálogo dramático porque lo que se ventila es ni más ni menos que la esperanza que nos permite levantar cada mañana, la esperanza que hace justo traer hijos al mundo, amar y sufrir, entregar la vida para construir una ciudad digna del hombre. El Papa de la Spe Salvi se dirige al corazón del hombre contemporáneo, que en muchos casos arrumbó la tradición cristiana en el cuarto de los trastos viejos y se entregó a las falsas promesas de las ideologías o a una hipotética redención de la mano de la ciencia o de la política. A estas alturas, es un corazón más que herido, desengañado y escéptico, pero que en el fondo no puede dejar de esperar.

Benedicto XVI no se dirigirá sólo a ese medio millón de jóvenes audaces que han hecho una sacrificada peregrinación para encontrar a Pedro. A través de ellos hablará a la Iglesia y al mundo, y aunque evidentemente no conocemos el contenido de sus discursos, ya nos ha dado suficientes signos de por dónde quiere trazar su rumbo. El punto neurálgico no es otro que el encuentro entre el corazón del hombre que espera y la iniciativa del Dios que se ha hecho carne y que nos dona su Espíritu. Ese encuentro sucede hoy y es el único que genera la Iglesia, el único que introduce en la historia una novedad que no tiene fecha de caducidad y que no está hipotecada por los intereses de los poderosos de cualquier signo. Por tanto la primera insistencia del Papa será ésta: sólo el Dios de Jesucristo puede responder a la necesidad imperiosa del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Y responde a través de un encuentro humano que teje una peculiar forma de vida en común, una amistad que no nace de la carne ni de la sangre ni de la ideología.

Benedicto XVI ha repetido muchas veces que sólo ese encuentro alimentado y vivido en la compañía de la Iglesia, que no conoce fronteras de razas, nacionalidades o culturas, puede ensanchar la razón y fortalecer la libertad para abordar con paciencia y tesón la transformación del mundo. Por supuesto que el Papa hablará de la lucha contra la pobreza y del cuidado del medio ambiente, y también del coraje necesario para afrontar las embestidas de un laicismo agresivo que no reconoce a los creyentes su condición de ciudadanos. Pero todas esas cosas sólo podrán sostenerse si existe un lugar donde nuestra humanidad cansada y confundida vuelva a ser regenerada, porque como decía Peguy, "para esperar hace falta haber recibido una gran gracia".

Luchar por el bien sólo es posible a la larga, si uno mismo es reconquistado cada día por esa esperanza, que es un don del Espíritu comunicado a través de la Iglesia. Por eso, cuanto más acuciante resulta la situación, cuanto más hostil advertimos nuestro entorno, más necesitamos recuperar la experiencia de la Iglesia como hogar, como espacio de educación y verificación de la verdad de la fe, puesta en juego en las diversas circunstancias de nuestra historia personal y social. Sidney es una expresión palpable y visible de todo esto, sobre todo si comprendemos, como ha subrayado el Papa, que "es fruto de un camino, de estar juntos en camino hacia Cristo, y que después crea una historia, de modo que continúa". Frente a quienes se sacan rápidamente de la manga su programa social o de combate, conviene recordar que el cristiano vive sólo de Cristo, y sólo en Él cifra su esperanza. Y Cristo no es una idea o un fantasma, está allí donde su amor nos alcanza, creando una comunión que volverá a sorprendernos estos días desde nuestras antípodas.
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