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CIENCIA Y FE

Benedicto mira a las estrellas

2009 será un año especialmente dedicado a la astronomía (se cumplen 400 años de las observaciones de Galileo) y a la evolución (se cumple el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin). Dos asuntos que alguno podría pensar que envenenan los sueños de los creyentes. Bien al contrario, Benedicto XVI parece dispuesto a aprovechar la ocasión para mostrar la profunda e intrínseca amistad entre la fe y la ciencia, y deshacer de paso unos cuantos entuertos.

2009 será un año especialmente dedicado a la astronomía (se cumplen 400 años de las observaciones de Galileo) y a la evolución (se cumple el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin). Dos asuntos que alguno podría pensar que envenenan los sueños de los creyentes. Bien al contrario, Benedicto XVI parece dispuesto a aprovechar la ocasión para mostrar la profunda e intrínseca amistad entre la fe y la ciencia, y deshacer de paso unos cuantos entuertos.

Han sido varias las ocasiones en que el Papa se ha referido ya a estos asuntos, la última con motivo de la celebración de la Epifanía. Aquí el Papa ha vuelto a citar calurosamente a Galileo Galilei, poniéndolo como modelo de aquellos científicos que no renuncian ni a la razón ni a la fe, sino que valoran ambas a fondo reconociendo su recíproca fecundidad. Es éste, sin duda, uno de los pensamientos-clave del pontificado, y Benedicto XVI lo va desplegando con maestría. Ya en el discurso a la Asamblea de la Iglesia italiana en Verona, había recordado la observación de Galileo de que Dios ha escrito el libro de la naturaleza con un lenguaje matemático; pero dado que la matemática es un sistema intelectual, una genial invención del espíritu humano, resulta casi increíble que una invención del intelecto humano coincida de forma casual con la estructura del universo. Según el Papa "resulta inevitable preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que sea la fuente común de una y de otra", de modo que la reflexión científica nos remite al Logos creador.

En aquel discurso programático a la Iglesia en Italia, Benedicto XVI proponía como gran desafío del momento "ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca". El Papa considera que se trata de "una aventura fascinante en la que vale la pena embarcarse, para dar nuevo impulso a la cultura de nuestro tiempo y para hacer que en ella la fe cristiana tenga de nuevo plena ciudadanía".

Así pues, mientras algunos autores en boga como el inglés Dawkins o el italiano Odifreddi hacen fortuna repitiendo que el desarrollo de las matemáticas sustenta la negación definitiva de Dios, el Papa encuentra en ella un aliado potente para mostrar la racionalidad de la fe, ya que cuanto más conocemos y penetramos en la estructura de la naturaleza y cuanto más avanza nuestra posibilidad de gobernarla, más salta a la vista el diseño de la Creación. Por supuesto ni la matemática ni la ciencia experimental pueden "probar" al Logos creador, pero en la alternativa entre caos-irracionalidad y razón-libertad, nos acercan visiblemente a ésta última. Evidentemente el cristianismo está cierto de que esta última opción, que en el origen está la Razón creadora, es la única que da una explicación cabal de nuestra humanidad. Con estas intervenciones Benedicto XVI no sólo recuerda uno de los artículos centrales del Credo cristiano, sino que muestra un modo de ejercer la razón que debería ser paradigma para todos los creyentes, y que al mismo tiempo suscita en otros interlocutores una posibilidad verdadera de diálogo. Conviene recordarlo mientras andamos enredados con la campaña de los autobuses ateos.

Por lo que se refiere a la astronomía, Benedicto XVI ha recordado la especial alianza entre esa disciplina científica y el oficio de los papas, que han sido con frecuencia sus especiales protectores. Al recordar el relato de los Magos que siguieron la estrella para encontrar al Niño nacido en Belén, el Papa ha trenzado una hermosa homilía en la que ha recordado un pasaje de Dante según el cual Dios es "el amor que mueve al sol y a las otras estrellas". Frente a las religiones que divinizaban a los astros, el cristianismo lleva a cumplimiento la fe bíblica que subraya el único señorío de Dios: no es la fuerza ciega de la materia la que rige en última instancia el Universo, sino que éste nos habla de una Razón creadora que Israel ya conoció, y que Jesús reveló plenamente como el sumo Bien. De esta certeza surge un poderoso impulso de investigar la dinámica del cosmos que ha encontrado en la Iglesia un hogar confortable.

De nuevo el Papa evoca a Galileo y su idea del cosmos como un "libro" cuyo Autor se expresa mediante la sinfonía de lo creado. Y aquí mucha atención a la forma en que explica el devenir de nuestro mundo que culmina con el nacimiento de Cristo:

En este misterioso designio, al mismo tiempo físico y metafísico, que llevó a la aparición del ser humano como coronación de los elementos de la creación, vino al mundo Jesús, "nacido de mujer" (Ga 4, 4), como escribe san Pablo. El Hijo del hombre resume en sí la tierra y el cielo, la creación y el Creador, la carne y el Espíritu. Es el centro del cosmos y de la historia, porque en él se unen sin confundirse el Autor y su obra.

Benedicto XVI usa un lenguaje que conecta perfectamente con la idea de la evolución, y abre de esta forma un diálogo necesario que a buen seguro continuará en 2009.
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