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REUNIÓN CON BENEDICTO XVI

Bienvenido, profesor Küng

A más de uno le habría gustado observar por la mirilla el desarrollo del singular coloquio que tuvo lugar el Sábado en Catelgandolfo. Benedicto XVI y Hans Küng sentados frente a frente, quizás con una taza de café por medio, como en los viejos tiempos de Tubinga, cuando los dos jóvenes teólogos animaban el debate universitario sobre la necesaria renovación de la Iglesia para responder a los desafíos del mundo moderno.

A más de uno le habría gustado observar por la mirilla el desarrollo del singular coloquio que tuvo lugar el Sábado en Catelgandolfo. Benedicto XVI y Hans Küng sentados frente a frente, quizás con una taza de café por medio, como en los viejos tiempos de Tubinga, cuando los dos jóvenes teólogos animaban el debate universitario sobre la necesaria renovación de la Iglesia para responder a los desafíos del mundo moderno.
Hans Küng, el teólogo preferido de la progresía

Mucho se ha dicho, quizás demasiado, sobre aquella relación que empezó siendo amigable y que desembocó en una seria confrontación eclesial. Digo que quizás se ha escrito demasiado, porque los problemas de Küng con la Iglesia nada tienen que ver con la mayor o menor simpatía que en cada momento le haya profesado Joseph Ratzinger. Recordemos al respecto que la decisión de retirar a Küng el permiso para enseñar como teólogo católico fue tomada por Roma en 1979, cuando Ratzinger no era todavía Prefecto para la Doctrina de la Fe, y que las razones para tan difícil decisión fueron de mucho peso: se trataba de la discrepancia pública y reiterada de Küng respecto a puntos esenciales del magisterio de la Iglesia, desde la divinidad de Cristo a la infalibilidad del Papa.

Han transcurrido más de veinticinco años, y al menos en apariencia, Küng no ha corregido ninguna de sus posiciones. Más aún, ha cultivado su imagen de cabeza de la disidencia progresista (en su versión radical-burguesa), ha insistido en la disolución de los perfiles de la sustancia católica en sus obras, y ha dedicado diatribas tremendamente injustas contra Juan Pablo II en la prensa internacional. Curiosamente, ha sido el Papa polaco quien ha comenzado a realizar la gran obra de renovación conciliar que animaba inicialmente a los jóvenes teólogos de Tubinga, mientras el discurso de Küng se alejaba a marchas forzadas de las fuentes de aquel gran acontecimiento eclesial. Incluso el mismo día de la elección de Benedicto XVI, nos desayunábamos con un artículo suyo difundido a bombo y platillo, con terribles augurios para una Iglesia que siempre se equivoca (porque no le hace caso a él, naturalmente) si se decantaba por su viejo colega para sentarlo en la silla de Pedro. Menos mal que después, en un alarde de benevolencia, concedió cien días al nuevo Papa para formular su juicio definitivo.

Pues bien, ciento veinte días después, Benedicto XVI ha recibido a su antiguo colega y ha conversado con él sobre su proyecto de ética mundial y sobre el diálogo de la fe con la razón secular y las ciencias naturales. Hasta ahí lo que el comunicado oficial nos ha querido desvelar, aunque cabe pensar que otros asuntos no hayan estado completamente ausentes del coloquio. En todo caso este gesto revela, por un lado, el deseo de Küng de no cortar definitivamente con Roma, y por otro la grandeza humana del Papa Ratzinger y su gran capacidad para el diálogo. En estos días me ha llamado la atención la insistencia del Papa en subrayar la índole dramática de nuestro mundo de hoy, y la necesidad de conocerlo y comprenderlo para llevar a cabo la misión de la Iglesia. Una misión que no puede detenerse en los contornos de quienes “ya están”, sino que debe alcanzar a todos. Esa es la pasión que siempre alimentó al teólogo de Baviera, y que ahora anima el corazón del Papa de Roma.
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