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CULTURAS Y VALORES

Castigos Príncipe de Asturias

Nuestra época es la época de los gatos pardos. Un tiempo en el que se cree que el pelaje de los felinos es siempre el mismo. Pero en realidad esto no es así. Una cosa es que lo parezcan y otra que lo sean y, además, solamente de noche es cuando nos parece que todos los gatos son pardos. Sí, sólo de noche, en la oscuridad, cuando la luz de la verdad se ha escondido. Entonces todo parece igual y, cuando todo es igual, todo vale nada.

Nuestra época es la época de los gatos pardos. Un tiempo en el que se cree que el pelaje de los felinos es siempre el mismo. Pero en realidad esto no es así. Una cosa es que lo parezcan y otra que lo sean y, además, solamente de noche es cuando nos parece que todos los gatos son pardos. Sí, sólo de noche, en la oscuridad, cuando la luz de la verdad se ha escondido. Entonces todo parece igual y, cuando todo es igual, todo vale nada.
El periodista Jean Daniel, premio Príncipe de Asturias de Comunicación
Las culturas, las civilizaciones, las religiones, etc. parecen hoy día como si tuvieran todas el mismo valor. Pero claro, el que nadie deba imponer a otro una determinada visión de la realidad y de la trascendencia, no implica que todas las cosmovisiones tengan el mismo valor.
 
El galardón de Comunicación y Humanidades de los Premios Príncipe de Asturias le fue entregado, el pasado viernes, a Jean Daniel. Su discurso, aunque esperado, no ha dejado de sorprenderme. A lo largo de su parlamento, hay una idea central que él mismo expresa así: "conciliar la universalidad de los valores con la diversidad de las culturas".
 
La letra suena bien pero, ¿es esto posible? Creo modestamente que no, pero no porque sea muy difícil por las circunstancias históricas y los egoísmos humanos que lo impedirían, es que es sencillamente algo contradictorio en sí mismo, aunque sea la expresión del discurso dominante y progresistamente correcto.
 
Las culturas, todas ellas, son sistemas de valores con pretensión universal. En cada una de ellas se valoran más unas cosas que otras, la articulación y jerarquía de los distintos valores difieren de unas a otras. Todas las culturas miran a la realidad y al hombre en ella y tratan de conocer y decir a todos qué es lo valioso, qué es lo que merece la pena, y esa visión tiene siempre pretensión universal. Las culturas son diversas porque sus sistemas de valores son diversos y todos tienen vocación de tener validez en cualquier lugar y circunstancia.
 
Y es que la verdad solamente puede ser una, porque la realidad es una y, por ello, el hombre, en su búsqueda de la verdad no sólo ve las cosas, sino que las ve en una cosmovisión, en una compresión de todo en una unidad. Pero el que todas las culturas sean un sistema de valores que dé respuesta a la realidad toda, no hace equivalentes a esas distintas culturas, pues no solamente no son iguales, sino que en muchos aspectos son incompatibles y siempre unas culturas serán mejores que otras por ser más verdaderas, es decir, por corresponder mejor al sentido de la vida humana y de la realidad.
 
¿Es lo mismo una cultura que valora positivamente la esclavitud que una que la condena? ¿Puede una cultura que valora la igual dignidad de las personas soportar impasible que haya culturas donde la discriminación a esa dignidad es pieza esencial? ¿Es lo mismo una cultura que valora la libertad religiosa que una teocrática? Las respuestas creo que no se le escapan a nadie.
 
Esto mismo, con mayor motivo, se puede decir también de las religiones. Todas ellas, incluso las más tribales, tienen una pretensión de universalidad, cosa que Jean Daniel, al final de su discurso, parece reservar únicamente a Dios. La Iglesia Católica incluso ha hecho de esa vocación universal su nombre; por ello, renunciar a la misma sería renunciar a su esencia. Esta universalidad no es algo malo y, desde luego, no es ningún modo de imperialismo o eurocentrismo, lo problemático es intentar imponer por la fuerza un sistema de valores bien sea cultural bien sea religioso. Pero pernicioso también es meter a todos en el mismo saco y tener a todas las religiones y culturas por equivalentes e igualmente relativas.
 
Hay, desde luego, premios que parecen castigos. Al menos así he sufrido yo estos, aunque por la brevedad me he referido sólo a uno de ellos.
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