En los últimos meses, los estados de Orissa, Bihar, Rajasthan, Karnataka y Madya Pradesh, han sido escenario de agresiones, quema de iglesias, asaltos a conventos y destrucción de casas de cristianos. La última noticia de una agresión contra una iglesia nos ha llegado de Goa, la histórica ciudad a la que arribó Francisco Javier para comenzar la epopeya misionera que le llevó al extremo Oriente. Toda esta violencia, apenas investigada y menos aún perseguida, cuenta además con el telón de fondo de algunas leyes anti-conversión aprobadas por diferentes estados de la República India gobernados por el Baratiya Janata Party (BJP), un partido nacionalista hindú cuya política fundamentalista ha sembrado la semilla de la violencia contra los cristianos durante los últimos cinco años.
Pero hagamos un poco de historia. Los cristianos llegaron a las costas occidentales de la India en la época apostólica, y una antiquísima tradición dice que el apóstol Tomás evangelizó los territorios de lo que hoy es el estado de Kerala; de aquel primer anuncio proceden las comunidades de rito siro-malabar y siro-malankar, iglesias orientales en comunión con la Sede de Roma, que tienen su propia Jerarquía y disciplina eclesiástica. Así pues, la presencia cristiana en la India no es un producto recientemente importado de occidente, como señalan los integristas hindúes que sueñan una nación monolítica. A nosotros nos resulta especialmente cercana la evangelización que comenzó con la llegada de Francisco Javier a Goa, cuyo profundo surco ha marcado la rica historia del catolicismo indio, y ya en épocas más recientes llegaron otros impulsos misioneros de la mano de capuchinos, agustinos y jesuitas, que han servido para extender el cristianismo por todo el país, desde las regiones cercanas al Himalaya hasta el golfo de Bengala.
Actualmente los católicos indios son unos 18 millones, apenas el 1,8% de la población, pero su relevancia social en campos como la educación, la sanidad o la promoción de los sectores marginados es enorme, como se acaba de poner de manifiesto en la organización de la ayuda a los damnificados del tsunami, o la lucha social y política para lograr el reconocimiento de los derechos civiles de los “intocables”, la casta más empobrecida y marginada del país. Curiosamente, el actual Presidente de la Conferencia Episcopal India, Cardenal Toppo, pertenece a una etnia tribal (los “adivasi”) y ha testimoniado personalmente de qué modo el Evangelio ha supuesto para su pueblo la experiencia de una liberación, de una nueva conciencia de la propia dignidad. Por otra parte, el dinamismo de la Iglesia india se manifiesta también en el número de las vocaciones sacerdotales y religiosas (estamos en la cuna de las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa).