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INCOMPATIBILIDADES

Cristiano y masón, no

De un cristiano se espera que piense y actúe como cristiano; de un masón se espera normalmente que actúe como un masón. No es de extrañar que a un cristiano se le pida que, por coherencia con su fe, no actúe como un masón.

De un cristiano se espera que piense y actúe como cristiano; de un masón se espera normalmente que actúe como un masón. No es de extrañar que a un cristiano se le pida que, por coherencia con su fe, no actúe como un masón.
Masonería
“Ser” algo pertenece al universo de las creencias, al ámbito de las opciones vitales más profundas, el ámbito de la conciencia, la voluntad, la libertad, la intimidad, la búsqueda de la verdad, la belleza y la felicidad. Las creencias y los principios son de naturaleza consistente, no están sometidas a los vaivenes del tiempo. En cambio, “hacer” algo como periodista, albañil, taxista, rey, profesor o gobernante pertenece al mundo de las profesiones y funciones sociales, que son contingentes. Ser cristiano se funda en la fe en un Dios personal, Jesucristo, el acontecimiento Jesús de Nazaret, su muerte y resurrección salvadoras, y el que le sigue encontrará el camino, la verdad y la vida; en cambio, al masón le repugna el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios; rechaza cualquier verdad de fe, la norma moral objetiva y las instituciones como la Iglesia católica; y se funda en el subjetivismo como criterio de la verdad y en el relativismo como principio del actuar.
 
Cristianos y masones pueden coincidir en la expresión de grandes ideales y objetivos. Todos queremos justicia, igualdad, libertad, paz. ¿Quién no? (Éste es el discurso amable, demagógico, de la ambigüedad calculada de ZP). El problema se plantea cuando cada uno tiene que explicar en qué consiste su propuesta, qué entiende por “justicia”, a qué llama “paz”, qué quiere decir cuando pronuncia “libertad”; sobre todo, cuando tiene que poner al descubierto los medios y los criterios, a qué precio y con qué costes humanos piensa alcanzar los objetivos.
 
Por ejemplo, un político comprometido en el ámbito de lo público por exigencias de su fe cristiana, ante una situación conflictiva, sabe que su opción debe buscar tanto la moralidad de los objetivos políticos como la adecuada moralidad de los medios. Por no respetar esta relación, la Iglesia ha pedido perdón por los pecados y errores de algunos de sus miembros que, en nombre de la fe en Dios y la moral católica, se han apropiado de los derechos a la vida y la libertad, que sólo al Creador corresponden. Un cristiano jamás puede aceptar la tortura, la muerte, la mutilación de una sola persona en función de un objetivo por muy noble que éste se presente.
 
Al contrario, un masón, por la naturaleza de su relativismo pagano, al no aceptar ningún principio superior y anterior a él que le limite, es más probable que admita que los fines justifican los medios; y sólo hay un objetivo por el que luchar: adueñarse del poder, de todo el poder, para imponer el laicismo (término masón por excelencia) a través de la educación única laica (es decir, laicista), expulsando del ámbito público el discurso religioso, relegando la religión a la conciencia individual, a las iglesias y sacristías y, sobre todo, combatiendo a tiempo y a destiempo a la jerarquía de la Iglesia Católica. Así están trabajando en España los poderes, los ocultos y los visibles, de los masones.
 
César Vidal: Paracuellos-KatynTodo esto es aplicable a nuestra historia presente y pasada. Estos días, teniendo este artículo en borrador, visité varias ferias del libro y compré algunos buenos ejemplares. Uno de Pío Moa, 1934: Comienza la Guerra Civil. El PSOE y la Ezquerra emprenden la contienda; y otro de César Vidal, Paracuellos–Katyn, un ensayo sobre el genocidio de la izquierda. Aparentemente no tienen que ver con el artículo, pero yo creo que sí. He aquí dos relatos dramáticos que hacen un gran servicio a la verdad, la memoria y la dignidad de las víctimas, y ponen en su sitio a los genocidas; son la demostración de cómo la lógica del fundamentalismo ateo, del odio y la intolerancia, llevados al escenario de las relaciones entre los ciudadanos, las organizaciones y los partidos políticos, destruyen la convivencia y no siembran más que semillas de muerte, difíciles de arrancar. Desconocer nuestra historia o negarse a aceptarla en toda su verdad, quizá esté llevándonos hoy por caminos parecidos, de la mano del laicismo arrogante, como pensamiento único excluyente, aunque presentado de manera amable.
 
Además de los anteriores, compré también un pequeño volumen de José M. García Escudero, Historia breve de las dos Españas. Conocí al autor y guardo el recuerdo y el ejemplo de un católico comprometido políticamente con la historia sobre la cual escribe. En un momento de su historia breve, García Escudero se pregunta: “el radicalismo, ¿se quedará definitivamente marginado de nuestra sociedad o seguirá siendo capaz de enloquecerla en su totalidad, como tantas veces pasó?”
 
Zapatero y sus socios –que se han adueñado de tanto poder, a raíz de la masacre del 11M, ese drama que se niegan a investigar a fondo–, se han instalado en el radicalismo, destruyendo la España de la convivencia, construida desde la transición hasta nuestros días. Quienes no les sigan los pasos son acusados de fundamentalistas e intolerantes (así, ZP en el debate sobre el estado de la nación). Es mal asunto.
 
Yo estoy en la construcción de la España de la convivencia edificada sobre nuestras raíces culturales judeocristianas, la fe cristiana hecha vida y cultura; son un buen fundamento para entender la paz, la libertad, la justicia y la igualdad, a partir de los conceptos cristianos originarios de la dignidad de la persona, los derechos humanos, el bien común y la democracia.
 
 
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social “León XIII”.
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