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LAICISMO RADICAL

D'Arcais y la contaminación atmosférica

Lo que faltaba ahora es que la ignota España Laica, asociación sólo activa para las subvenciones, y el prolífico político, puente de cristianos socialistas, Ramón Jáuregui inviten al filósofo italiano Paolo Flores D’Arcais a terciar en el indomable escenario del laicismo más vetusto de nuestra Hispania. Paolo Flores D’Arcais ha olvidado demasiado pronto que la distancia entre Joseph Ratzinger, cardenal con el que se batió el intelecto en el año 2000, y el cardenal Rouco Varela es menos cero.

Lo que faltaba ahora es que la ignota España Laica, asociación sólo activa para las subvenciones, y el prolífico político, puente de cristianos socialistas, Ramón Jáuregui inviten al filósofo italiano Paolo Flores D’Arcais a terciar en el indomable escenario del laicismo más vetusto de nuestra Hispania. Paolo Flores D’Arcais ha olvidado demasiado pronto que la distancia entre Joseph Ratzinger, cardenal con el que se batió el intelecto en el año 2000, y el cardenal Rouco Varela es menos cero.

Por más que piense que dialogar con el profesor Ratzinger le da carta blanca y le confiere una impunidad para escribir lo que le venga en gana sobre la Iglesia Católica (cómo no, en El País), se equivoca. Quizá por eso de que ahora se edita su libro de conversaciones con Benedicto XVI en España, se haya lanzado a una piscina sin agua. Vivíamos acostumbrados a los nuestros para ahora tener que aguantar a los ajenos.

Hace unos meses apareció una obra, en la editorial italiana Marsilio, con el título Dio? Ateismo Della ragione e ragioni Della fede, que transcribía el diálogo entre el cardenal Angelo Scola, Patriarca de Venecia, y el citado D’Arcais. Parece mentira que un filósofo, al que le gusta tanto medirse con los cardenales, nos salga ahora con un extemporáneo cuaderno de quejas y agravios al cardenal Rouco, más propio de un filósofo de la rancia ilustración. D’Arcais no parece el mismo cuando está en Italia que cuando viene a España: será por eso de la contaminación atmosférica que vive la izquierda en este país y que produce una alta toxicidad atmosférica en lo referido al hecho religioso y a la Iglesia católica.

Por más que se empeñe nuestro escribiente en explicar al cardenal Rouco lo que dijo –como si no lo supiera– y las consecuencias de lo que quiso decir (y de paso dar unas lecciones sobre no se sabe qué dictadura), el problema radica en que hay una cierta nomenclatura intelectual que no permite que nadie ponga el dedo en la llaga y les recuerde lo que los sistemas de pensamiento que han roto con Dios y han elevado la autonomía del hombre a lo absoluto, han hecho en la historia. Pongamos por caso que D’Arcais no hubiera leído, por ejemplo, los magníficos estudios de Michael Burleigh o hubiera olvidado lo que ya decían los padres de la dialéctica de la Ilustración respecto a la crisis de la modernidad. Pongamos por caso que el director de la revista italiana Micromega no hubiera tenido la posibilidad de leer el original de la intervención de cardenal Rouco y se hubiera dejado llevar por los titulares. Pongamos por caso que ni siquiera eso; que lo que sólo le interesa a este señor es sembrar la especie de que el cardenal Rouco quiere imponer una moral y "tiene que renunciar a forzar a quien no es creyente a aceptar decisiones sobre su vida, etc." (sic). ¿Alguien me puede explicar cuándo, en qué lugar, a qué hora, en qué circunstancia, en qué escrito, con qué motivo, el cardenal Rouco ha forzado a alguien a aceptar la propuesta cristiana? Si de forzar hablamos, tendríamos que remontarnos a quienes fuerzan la realidad, y la ley, imponiendo una legislación que no tiene en cuenta la realidad sobre la que se legisla, deformando, por ejemplo, la naturaleza del matrimonio y convirtiéndolo en ya no se sabe qué.

O también pudiéramos pensar en quienes están forzando a los padres a que sus hijos cursen una asignatura que no sólo atenta contra sus convicciones, sino que expresa una ideología del Estado inaceptable como presupuesto del sistema educativo en un régimen de democracia y de libertades. No, señor D’Arcais, lo irónico no es hablar de un Dios que es amor, como hace Benedicto XVI. Lo irónico es estar a estas alturas de la historia sometido a la ideología laicista que niega la evidencia de que "el Estado moderno, en su versión laicista radical, desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del comunismo soviético y del nacional-socialismo". Parece ser que quien defiende una concepción del hombre como ser creado por Dios, capaz de Dios y empeñado en la verdad y en la libertad, lo que quiere es emular a Torquemada. Así no se puede. Pidamos una moratoria contra la contaminación ambiental del laicismo. Basta ya.

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