Quince años después otro hombre valiente, el obispo de Hong Kong, Joseph Zen, ha desafiado al comunismo reciclado que pretende controlar la gestión de las 300 escuelas católicas de la ciudad. El peligro nace de una nueva ley educativa inspirada por el gobierno de Pekín y aprobada en el parlamento de Hong Kong, que establece la creación de un Comité de Administración dentro de cada escuela, formado por representantes elegidos entre los profesores, los padres, los alumnos, y otras personas “de la sociedad en general”. El obispo Zen ha denunciado que estos comités servirán como punta de lanza del gobierno comunista en las escuelas, que los utilizará para impedir la propuesta educativa católica. Si la ley se aplica, ya no existirán garantías para que las escuelas católicas puedan ofrecer a quienes las eligen una oferta conforme a la concepción cristiana de la vida. Desde la salida de los británicos y su paso a la soberanía china, la ciudad de Hong Kong se beneficia de un estatuto legal que permite a sus habitantes gozar de unas cotas de libertad desconocidas en el resto del país, pero varias iniciativas del gobierno central están procurando “normalizar” la situación, impidiendo anomalías democráticas como el funcionamiento de escuelas de iniciativa social.
La iniciativa de este obispo, pastor de una comunidad que cuenta con 250.000 fieles en una ciudad de casi siete millones de habitantes, le ha convertido en un verdadero “defensor civitas” frente a la arbitrariedad de un poder totalitario al que se le atraganta de nuevo la libertad ejercida por algunos de sus ciudadanos. Zen no se ha contentado con formular una denuncia retórica, sino que ha decidido que en ninguna de las escuelas bajo su jurisdicción se establezcan comités de administración, desafiando así abiertamente una ley que considera injusta a todas luces.
Evidentemente, el gobierno de Pekín no tiene hoy en Hong Kong la misma capacidad represiva que desplegó hace quince años en la plaza de Tiananmen. Los compromisos adquiridos con Gran Bretaña durante cincuenta años, la atención de la comunidad internacional, y la propia resistencia de una sociedad civil mucho más compacta y articulada, le obligan a moverse con pies de plomo, pero eso no significa que haya cambiado su mentalidad totalitaria y que no disponga de instrumentos para ejercerla.