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LA SECRETA ESPERANZA DEL MUNDO

¿Demasiado hermoso para ser cierto?

Cuando Benedicto XVI se despedía de Francia pronunció una frase que me resultó enigmática: "Estoy convencido de que los tiempos son propicios para un retorno a Dios". Sabido es que el Papa no prodiga gestos para la galería y que no escatima términos duros a la hora de retratar los males de la época. Podía haberse ahorrado la frase, pero no lo hizo: quería expresar una convicción y también enviar un mensaje, especialmente a los cristianos tentados por la desazón.

Cuando Benedicto XVI se despedía de Francia pronunció una frase que me resultó enigmática: "Estoy convencido de que los tiempos son propicios para un retorno a Dios". Sabido es que el Papa no prodiga gestos para la galería y que no escatima términos duros a la hora de retratar los males de la época. Podía haberse ahorrado la frase, pero no lo hizo: quería expresar una convicción y también enviar un mensaje, especialmente a los cristianos tentados por la desazón.

Y es que el hostigamiento de la cultura ambiental, la soberbia del mundo intelectual, el cinismo de los medios de comunicación y el nihilismo práctico que asola las nuevas generaciones, empuja a los cristianos de esta hora a ceder a la tentación de refugiarse en su ciudadela amurallada, o de plantear una dialéctica interminable y cansina con el mundo en que nos toca vivir. El poeta T.S. Eliot planteaba la cuestión en términos provocativos: "¿Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia, o es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad?". Sobre la primera parte de la pregunta, Benedicto XVI ha trazado una penetrante descripción de cómo la esperanza cristiana ha sido sustituida por los ídolos de la ciencia, la política y el bienestar, en la encíclica Spe Salvi. Sobre la segunda parte cabe decir que cada vez que los cristianos dejan de ofrecer a Jesucristo como la respuesta a la necesidad del hombre, sustituyéndolo por una filosofía social o por la defensa de un conjunto de valores, están abandonando a la humanidad a la deriva.

En su última Audiencia General del año, Benedicto XVI ha explicado preciosamente esta alternativa que desvela la escandalosa pretensión cristiana. En Navidad no celebramos el tiempo de los buenos sentimientos, una especie de vitalismo forzado, ni siquiera el bien genérico que es la vida. Por el contrario, afirmamos que el Sentido eterno del mundo (el Logos, el Verbo) se ha hecho tangible a nuestros sentidos y a nuestra inteligencia, de modo que ahora podemos contemplarlo y tocarlo. Si releemos las narraciones evangélicas de estos días veremos que el discurso es mínimo, no se habla de valores y principios, sino que se expone una historia de hechos concretos, bien datados y geográficamente ubicados. Lo que proclamamos a los cuatro vientos no es una ley universal que hemos alcanzado a descifrar sino que el Creador del universo, el Misterio buscado y anhelado por todas las culturas, se ha hecho carne uniéndose indisolublemente a la naturaleza humana.

Y reconoce el Papa: "A muchos hombres, y de alguna forma a todos nosotros, esto les parece demasiado hermoso para ser cierto". Y sin embargo, ¿quién no intuye que en el origen no puede habitar el absurdo, quién no desea que el sentido de todo se desvele cálido y cercano, quién no se sorprende con este anuncio y antes de que sus prejuicios se impongan no suspira: ¡si fuese verdad...!? Nuestra tarea hoy, es retar al corazón de los hombres con el testimonio de que el Sentido del mundo se ha hecho carne, ha plantado su tienda entre nosotros, ha abierto un surco en el campo de la historia y en ese surco florece un brote de humanidad distinta, aparentemente frágil pero invencible. Menos que eso sería abandonar a la humanidad a su suerte, mientras busca dramáticamente la felicidad y el sentido oculto de la vida y de la muerte.

Sí, son tiempos propicios para un retorno a Dios, porque las falsas esperanzas dictadas por los sabios de este mundo han mostrado ya su oscuro fracaso y el corazón del hombre sigue añorando una respuesta a su sed inagotable. Sería un pecado que los cristianos nos dejásemos vencer por la apariencia victoriosa de la cultura laicista y osciláramos entre el refugio caliente, la requisitoria amarga o el discurso de los valores cristianos. Recordemos aquellas palabras de otro gran poeta, Charles Peguy, que deberían ser como una brújula para los cristianos de la ciudad secularizada: "También eran malos los tiempos bajo los romanos; pero vino Jesús, y no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época; él zanjó la cuestión de manera muy sencilla, haciendo el cristianismo; Él salvó, no incriminó al mundo, lo salvó". No somos ilusos visionarios: el Sentido que se ha hecho carne en el niño de Belén no es una protesta impotente contra la violencia y el absurdo, es la fuerza de Dios que cambia la vida de quienes lo acogen. Si en 2008 existe el cristianismo es sólo por eso. Si no, hace tiempo que habría sido borrado de la faz de la tierra.

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