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LA TRASCENDENCIA

Dios salva la publicidad

Fue Nietzsche el que dijo aquello de que "temo que no nos libraremos de Dios porque creemos todavía en la gramática". Dios ha salvado la razón... y la publicidad. No estamos hablando de la crisis económica del sector, ni mucho menos. Nos estamos refiriendo a la naturaleza de ese proceso persuasivo de comunicación que hace que las sociedades se entreguen y entretengan en el juego de las ideas, productos o servicios.

Fue Nietzsche el que dijo aquello de que "temo que no nos libraremos de Dios porque creemos todavía en la gramática". Dios ha salvado la razón... y la publicidad. No estamos hablando de la crisis económica del sector, ni mucho menos. Nos estamos refiriendo a la naturaleza de ese proceso persuasivo de comunicación que hace que las sociedades se entreguen y entretengan en el juego de las ideas, productos o servicios.

No hace muchas semanas, la editorial Encuentro publicó la edición en español de un libro italiano titulado Dios salva la razón. Texto homenaje a Benedicto XVI que incluye, en la edición patria, un curiosísimo artículo de Gustavo Bueno, de esos que no se les salta un catedrático. Pues bien, Dios no sólo ha salvado al hombre, lo específico del hombre; también ha salvado la publicidad de quienes quieren convertirla, y convertir a Dios, en fantasía y en fantasmagoría.

No vamos a entrar en disquisiciones a lo Bassat, genio de la publicidad contemporánea. Pero lo que no se puede negar es que con unos pocos euros, los autores de esta tragicomedia publicitaria y social han hecho la mejor campaña que agencia alguna pudiera diseñar, una campaña de libro. No digamos nada si, para más inri –sin ironías–, la BBC ahora se dedica a conceder un espacio, igual al de las confesiones religiosas, a los ateos y a los anti-teos. La publicidad, perdonen la simplificación, pretende "vender" un producto o servicio y asentar una marca. Paradójicamente, la campaña de publicidad atea es la antítesis de la publicidad, dado que lo que se pretendía, con esa tourné municipal, que parece extenderse como una plaga por España, es vender una marca que no existe, para afirmar el valor de la vida como si la vida necesitara de la muerte de Dios para ser una vida plena. Quienes esto defienden, dan la impresión de no conocer muy bien ni a Dios, ni a la vida, con todo respeto. Llevan mucho tiempo los filósofos intentando convencernos de que los términos en los que hoy se plantea la existencia de Dios se encaminan hacia la pregunta sobre cómo afecta a nuestra vida. Aparentemente no estamos en la época de las preguntas cosmológicas; aunque cada semana, un descubrimiento científico vuelva a poner sobre la mesa la necesidad del premio Templeton. Por cierto, ahora que está tan de moda la negación del modelo Big Bang no debemos olvidar lo que ya decían los clásicos: la creación tiene que ver con el origen, no con el comienzo. Examinar quién nos ha traído a la existencia es una cuestión decisiva para toda persona. Nuestra actitud básica en la vida está marcada por la causa que nos la confiere, por la inevitable cuestión del sentido. Lo que podemos evitar son algunas respuestas, peor parece que la pregunta nos persigue, aunque el autobús corra más.

El sentido, como la verdad acerca de las cuestiones decisivas de la existencia –nacimiento, muerte, dolor– tiene que ver con eso que llamamos trascendencia, con lo que está más allá de lo sensible, de lo dado, de la apariencia. Por más que se empeñen los ideólogos del mundo laico, su campaña de publicidad no pasa de ser un anuncio de meras apariencias. El problema de la existencia se tiene, el misterio se es. Y quienes han tenido el problema de la existencia, al menos en algún momento de su vida, saben que si no pasan a la frontera del misterio, ese problema se va agrandando con el paso del tiempo. El filósofo Karl Jaspers nos enseñó que la tensión hacia la trascendencia es lo constitutivo de la existencia humana. En las sociedades actuales, la pérdida del sentido de la existencia va unida a la crisis de realismo, incluido el realismo comunicativo y publicitario. Se da la paradoja de que Dios y la razón, Dios y la vida, van más de la mano de lo que esa nada graciosa publicidad proclama como dogma contemporáneo. La razón no pude reflexionar si no descubre su relación necesaria con la integridad de la experiencia humana. No podemos reflexionar sobre Dios, ni hacernos la pregunta sobre Dios, si no es desde la plenitud de la vida vivida, de la experiencia de la vida humana. Y no podemos hacernos la pregunta por la existencia humana, sin pensar en Dios. Por mucho que lo digan unos anuncios publicitarios...
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