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VIAJE DE BENEDICTO XVI A AUSTRIA

Donde está Dios, allí hay futuro

Una cortina espesa de lluvia acogió al Papa a su llegada al aeropuerto de Viena, forzando que el escenario del recibimiento fuese un inmenso y gélido hangar. Toda una metáfora de ese corazón gélido de la vieja Europa que se esconde de su rica tradición cristiana. Sólo al final del viaje despuntó el sol, como un signo de que la bella tierra de Austria había recogido la siembra paciente de Benedicto XVI.

Una cortina espesa de lluvia acogió al Papa a su llegada al aeropuerto de Viena, forzando que el escenario del recibimiento fuese un inmenso y gélido hangar. Toda una metáfora de ese corazón gélido de la vieja Europa que se esconde de su rica tradición cristiana. Sólo al final del viaje despuntó el sol, como un signo de que la bella tierra de Austria había recogido la siembra paciente de Benedicto XVI.
Benedicto XVI dando la bendición papal

En una carta enviada a los periódicos diocesanos de Austria, el Papa había anunciado que quería compartir con los católicos de ese país su preciosa herencia espiritual, pero, sobre todo, los problemas del presente, los conflictos y preguntas de un tiempo cada vez más veloz y la fatiga de ser cristiano en un contexto tantas veces hostil. Benedicto XVI ha cumplido su promesa: ha querido compartir las perplejidades, los miedos y el cansancio de los católicos, pero también la angustia y la sed de respuestas de tantos que se han alejado de la Iglesia en estos años.

Para los unos y para los otros, el mensaje central del Papa ha sido: "¡Despertad!" Es preciso, en primer lugar, despertar de la resignación que condena al hombre a desconocer la verdad sobre sí mismo y sobre la vida. Esta resignación es fuente de inconsistencia moral, y sobre todo, de infelicidad. Benedicto XVI ha recordado a Europa su gran tradición racional, para proclamar a los cuatro vientos que "tenemos necesidad de la verdad", pero de una verdad que no se afirma mediante un poder externo, sino que se demuestra a sí misma en el amor. El Papa ha reconocido que los europeos pueden invocar razones históricas para sospechar que la defensa de la verdad está ligada a la intolerancia, pero a continuación ha señalado a Jesús en brazos de su madre y clavado en la cruz, para explicar que la Verdad hecha carne se ofrece humildemente a los hombres, para que la reconozcan libremente. El Dios de Jesucristo, con cuya familiaridad se ha construido Europa, no ha redimido al mundo con la espada sino con la cruz.

Benedicto XVI ha hablado mucho de la desconfianza respecto de la vida y del futuro que hoy parece embargar a tantos europeos. Es esta falta de certeza sobre el significado bueno de la vida, la que impide transmitir con generosidad la vida, la que cede a las tentaciones del aborto y de la eutanasia, terribles heridas que hacen tambalearse los cimientos de "la casa Europa". De nada servirán las políticas sociales, advierte el Papa, mientras no recuperemos en nuestros países un clima de gozo y de confianza en la vida. Pero a pesar del plomo que lleva en las alas, Benedicto XVI ha querido mostrar su esperanza en este continente física y espiritualmente avejentado: su sólida herencia cristiana, su capacidad de autocrítica y su apertura a la razón nos siguen permitiendo tener esperanza en el futuro de Europa.

Uno de los puntales de esa esperanza es, desde luego, el empuje y la creatividad de unas comunidades cristianas que, tras las tormentas de los últimos decenios, muestran una nueva alegría de la fe, porque, como ha dicho el Papa, "donde está Dios, allí hay futuro". Benedicto XVI ha encontrado y confirmado a estas comunidades en un viaje despojado de oropeles y multitudes, invitándoles a "mirar a Cristo" (el lema de esta peregrinación), a vivir el don de una amistad que perdura en la vida y en la muerte, y a transmitir sin temor el gran sí que significa la fe para los hombres de nuestro tiempo.

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