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LA TAREA EDUCATIVA DE LA IGLESIA

Educar es un riesgo

En pleno debate sobre la reforma educativa, y con el horizonte ya cercano de la manifestación contra la LOE del próximo 12-N, nos llega una inesperada aportación en la voz del Papa al conmemorar el 40 aniversario de la publicación de varios documentos del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI ha puesto un énfasis especial al recordar la declaración Gravissimum Educationis, recordando que la Iglesia ha recibido de Cristo la tarea de anunciar el camino de la vida, y por tanto siente que tiene una especial responsabilidad educativa, que el Concilio consideró de la máxima importancia.

En pleno debate sobre la reforma educativa, y con el horizonte ya cercano de la manifestación contra la LOE del próximo 12-N, nos llega una inesperada aportación en la voz del Papa al conmemorar el 40 aniversario de la publicación de varios documentos del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI ha puesto un énfasis especial al recordar la declaración Gravissimum Educationis, recordando que la Iglesia ha recibido de Cristo la tarea de anunciar el camino de la vida, y por tanto siente que tiene una especial responsabilidad educativa, que el Concilio consideró de la máxima importancia.
Cartel de la manifestación contra la LOE (12 de noviembre).
Siempre ha sido así en la historia de la Iglesia, y bastaría repasar desde las escuelas monacales a San José de Calasanz o San Juan Bosco para documentar la vibración educativa de toda la actividad eclesial. Pero es verdad que no resulta superfluo destacar el subrayado que de esta dimensión hizo el Concilio, porque, en buena medida, la crisis antropológica y cultural en que están sumidas las sociedades occidentales es también una profunda crisis educativa.
 
Esa responsabilidad educativa que la Iglesia siente con especial urgencia en la época de la dictadura del relativismo no se refiere sólo ni en primer lugar a "la cuestión de la escuela", aunque ésta polarice generalmente la atención del debate público. En realidad, toda la vida de la Iglesia, de la liturgia a la catequesis, de los pronunciamientos magisteriales al ejercicio de la caridad, tiene una orientación educativa, pues, como recuerda este documento del Vaticano II, ella debe anunciar a los hombres "el camino de la vida".
 
Otro gran documento conciliar, la Gaudium et Spes, que ha sido la carta magna de la presencia de la Iglesia en el mundo moderno, afirma que el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del Verbo hecho carne. Podríamos decir, cambiando la frase, que la Iglesia existe para ayudar a cada hombre, débil y extraviado, a que su vida sea realmente un camino, y no un rebotar absurdo sin horizonte ni finalidad. Y así, partiendo del atractivo innegable de la realidad (desde la música a la naturaleza, desde el orden del cosmos a la genialidad de los artistas), la Iglesia señala infatigablemente un "más allá" que es el sentido último de todo, un sentido que no es abstracto, sino que tiene el rostro familiar de Jesús.
 
La nuestra es la época de una gran dimisión educativa de toda la sociedad, en la que casi nadie quiere afrontar el riesgo de educar. Con frecuencia ni las familias, ni los colegios ni las comunidades intermedias se atreven a proponer una hipótesis educativa y acompañar el itinerario necesario para verificarla. Apenas se transmiten habilidades y aptitudes, normas para alcanzar éxitos parciales y, en definitiva, para sobrevivir. A veces las propias comunidades cristianas flaquean y abandonan, ante una tarea que asusta cada día más. Así se abona ese nihilismo festivo del que hablaba Augusto del Noce, y que es una seña de identidad de nuestros tiempos.
 
Por eso la intervención del Papa es una llamada de atención sobre el carácter de los sistemas educativos, pero también un aldabonazo en la conciencia de la Iglesia. Sin duda, habrá que luchar sin desmayo por la libertad de educación, amenazada por un Estado invasor, pero también debemos recuperar nuestra capacidad educativa ahora anquilosada, desechando tantos modelos huecos y recuperando la gran tradición educativa de la Iglesia, que se dirige siempre a la libertad de las personas y que no teme proponer la experiencia humana que nace de la fe acogida y vivida.
 
Benedicto XVI ha pedido que en el centro de toda la acción educativa esté siempre la persona abierta a la verdad y al bien, y que se reconozca a los padres que son los primeros y principales educadores, a los que debe ayudar el conjunto de la sociedad civil, de acuerdo con el principio de subsidiariedad. Ese es precisamente el nervio central de la gran manifestación contra la reforma educativa de Zapatero del próximo 12-N, que no debería quedar sólo en una protesta ciudadana, sino ser el inicio de una reconstrucción.
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