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EL HOMBRE CONTEMPORÁNEO Y LA BÚSQUEDA DE DIOS

El clamor de Dios

El pasado miércoles 30 de mayo, el diario El Mundo ofrecía en generosa doble página un artículo en el que el cardenal Carlo Martini glosaba el libro Jesús de Nazareth, de Benedicto XVI-Joseph Ratzinger. Este amplio texto venía flanqueado por una columna del periodista Pedro G. Cuartango, significativamente titulada El silencio de Dios.

El pasado miércoles 30 de mayo, el diario El Mundo ofrecía en generosa doble página un artículo en el que el cardenal Carlo Martini glosaba el libro Jesús de Nazareth, de Benedicto XVI-Joseph Ratzinger. Este amplio texto venía flanqueado por una columna del periodista Pedro G. Cuartango, significativamente titulada El silencio de Dios.
Benedicto XVI en Auschwitz, donde se preguntó por el silencio de Dios

No sé si el periódico lo hizo por aquello de compensar, el caso es que aquello me pareció una parábola de la situación de tantos hombres contemporáneos, a la espera de una respuesta que esclarezca el misterio que es la vida y, al mismo tiempo, ignorantes o despreciativos de esa gran respuesta, que ya ha dado y sigue dando Jesús.

Cuartango se hacía eco de un libro que supuestamente rebatiría los argumentos tradicionales de San Anselmo, Santo Tomás y San Agustín, a favor de la existencia de Dios. La verdad es que literatura de ese tipo abunda desde hace siglos, y no por ello ha perdido solidez la argumentación que la Iglesia ha ofrecido desde sus inicios, para mostrar que la postura del creyente es plenamente racional. Pero lo que han incitado mi deseo de dialogar, no ha sido la cantinela gastada y bastante endeble del libro de marras, sino la conclusión de mi colega Cuartango. Al término del artículo confiesa con honradez la perplejidad en la que está sumido desde hace tiempo, sobre este asunto que es en definitiva la gran cuestión de la vida humana: si en el origen está la irracionalidad (el azar y la casualidad), o si la fuente de la vida es la razón creadora, o como diría Benedicto XVI, "el Dios de la razón, que es amor".

Cuartango admite, como Platón en el Fedón, que la respuesta sólo puede esclarecerla plenamente el propio Misterio, revelando su rostro a los hombres. Y deja ver su amargura porque, según él, permanece en un silencio solemne, aislado de la angustiosa zozobra de la humanidad. Esta última confesión con que culmina el artículo, y el propio título elegido (El silencio de Dios), manifiestan que la razón del hombre puede llegar, y de hecho llega, hasta el umbral del Misterio. De otra forma, sería absurdo siquiera plantear el tema y nadaríamos tranquilos en el agua de la nada. Pero, por supuesto, no es así: desde Homero a Dostoievski, desde Tomas Mann a Ernesto Sábato, la urgencia de una respuesta ha dado calor y dirección a todo el esfuerzo humano, pues como decía Pablo a los atenienses, hasta las migraciones de los pueblos se explican en última instancia por esta búsqueda infatigable.

JesucristoAhora bien, hubo un hombre llamado Jesús, que nació bajo el imperio de César Augusto, en un pueblecito perdido de una ínfima provincia romana. Con gestos y palabras se presentó como el Mesías que anunciaron de los profetas de Israel, y tuvo la pretensión de identificarse con el Misterio escondido que los israelitas ni siquiera podían pronunciar. Debido a esta pretensión fue colgado de una cruz, pero su historia no terminó ahí. Algunos de los suyos, antes acobardados y vencidos, saltaron misteriosamente a la palestra con una incomprensible audacia, diciendo que habían sido testigos de su Resurrección y que Él les enviaba a anunciar su evangelio hasta los confines del orbe. Y aquella tropa desarrapada cambió en poco tiempo el rumbo de la historia, no con un poder o una sabiduría humanos, de los que no andaban ciertamente sobrados, sino con una potencia misteriosa que ellos siempre reconocieron que procedía de la presencia de aquel Jesús, que les acompañaba para siempre.

Los hombres del mundo antiguo se toparon con esta pretensión inaudita de los cristianos y se vieron forzados a tomar postura frente a ella. No es diferente a lo que sucede hoy, porque más allá de las elucubraciones de filósofos y astrónomos sobre el origen de las galaxias (como las del libro que comentaba Cuartango), el corazón del hombre sigue clamando por el significado de la propia vida, del mundo y de la historia. El argentino Ernesto Sábato ponía voz sincera a la espera secreta del hombre contemporáneo: "Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida". Y es que esa revelación que también espera nuestro colega de El Mundo debía ser una palabra comprensible y a la vez desbordante, como es el Jesús que anuncia la Iglesia, el Verbo hecho carne.

Amigo Cuartango, ¿y si fuese verdad? ¿Y si la razón de la esperanza que han portado los cristianos a lo largo de veinte siglos fuese por fin escuchada por el corazón insatisfecho de los hombres de nuestra época hastiada? Porque quizás suceda lo que sugería nuestro genial poeta Juan Ramón Jiménez: "Siento que el barco mío ha tropezado, allá en el fondo, con algo grande; ¡y nada sucede!, nada... quietud, olas... ¿nada sucede?, ¿o es que ha sucedido todo, y estamos ya, tranquilos, en lo nuevo?"

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