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CIENCIA Y RELIGIÓN

El Dr. Jaime Ferrán, católico y científico

Es costumbre en la historiografía científica pasar por alto el detalle de si el científico o científica estudiado creía o no en algo distinto a lo que podía tocar con sus manos o ver con sus ojos. Los historiadores laicistas evitan además dar cuenta de dicho aspecto aunque sea público y notorio en casos concretos que la ciencia y la religión, o la razón y la fe, conviven sin problema alguno en muchos científicos.

Es costumbre en la historiografía científica pasar por alto el detalle de si el científico o científica estudiado creía o no en algo distinto a lo que podía tocar con sus manos o ver con sus ojos. Los historiadores laicistas evitan además dar cuenta de dicho aspecto aunque sea público y notorio en casos concretos que la ciencia y la religión, o la razón y la fe, conviven sin problema alguno en muchos científicos.

Resulta hasta gracioso abordar la lectura de una biografía de Galileo, Copérnico, Mendel, Pasteur y un largo etcétera escrita por un laicista, y comprobar que el aspecto religioso de su vida es, digamos así, enterrado sin miramientos. Y bueno, hay que entenderlo, dado los tiempos que corren, pues a uno le pueden decir algo, o puede estar mal visto en según qué ambiente. Sin embargo, no pocas veces, si uno busca, encuentra pruebas de que científicos ilustres –manoseados por los progres y erigidos en bandera de la modernidad– eran nada menos que profundos creyentes. Tal es el caso, sin ir más lejos, de Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Fisiología en 1906, profundo creyente en Dios y en el alma inmortal, o del fundador en 1939 del mayor organismo de investigación existente en España, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el catedrático de universidad y dos veces doctor, Jose María Albareda Herrera, quienes dejaron documentos escritos en los que profesaban abiertamente su fe.

Otro ejemplo es el Jaime Ferran y Clúa, nacido en Corbera de Ebro, Tarragona, el 1 de febrero de 1851, hijo del médico del pueblo. D. Jaime Ferrán Rico, su nieto, visitó el el día 8 de noviembre de 2000 el instituto que lleva el nombre de su abuelo, proporcionando abundante documentación sobre su vida y obra que a continuación recojo.

El Dr. Jaime Ferrán y Clúa estudiaba en San Luis de Tortosa y Bachiller en Tarragona, y se licenció en Medicina en la Universidad de Barcelona en 1873. Se estableció como médico en Tortosa y dedicó sus primeras actividades al estudio del tracoma. En 1878 concibió la primera idea sobre el microteléfono y logró unir telefónicamente, con aparatos por él construidos, su despacho con el observatorio del Ebro en Roquetas cerca de Tortosa. Publicó en colaboración con Pauli, un importante químico de la época, un estudio, La instantaneidad en la fotografía, en el que revelaba el método de la emulsión de bromuro de plata, diez veces más rápida que el colodión húmedo que entonces se usaba, invento que luego enriqueció a la casa Kodak de los Estados Unidos de América. Se interesó por la microbiología con las investigaciones de Pasteur y en 1884 dio a la Academia de Medicina de Madrid una memoria sobre El parasitismo bacteriano, que produjo sensación. Fue enviado por el Ayuntamiento de Barcelona a Marsella con una comisión para estudiar el cólera. A la vuelta dio cuenta de sus trabajos con su memoria sobre la epidemia colérica en Marsella. Por su cuenta se trasladó a Tolón, donde también existía la epidemia, regresó a Tortosa y se consagró de lleno a las investigaciones sobre el cólera, logrando, tras múltiples experiencias en animales, y, finalmente, en el hombre, descubrir la vacuna que inmunizaba contra el bacilo. El 31 marzo de 1885 comunicó sus descubrimientos a la Academia de las Ciencias de París. Él mismo ensayó su vacuna ingiriendo una dosis de cultivo y haciéndosela ingerir a su familia, saliendo todos inmunes del experimento. Por estas razones, el gobernador de Valencia le llevó a su región donde el cólera hacía estragos. Allí realizó más de 30.000 vacunas. Sin embargo, una fuerte campaña de profesionales españoles se desencadenó contra él. Mantuvo un fuerte enfrenamiento con Santiago Ramón y Cajal, aunque encontró simpatizantes entre la comunidad científica extranjera. Hubo un importante debate en el Ateneo de Madrid en que fue defendido con éxito por el doctor Gimeno.

Castelar también lo defiendió en el Congreso. El ministro Romero Robledo dictó una real orden por la cual nadie podía aplicar la vacuna Ferrán más que a él mismo y en presencia de un delegado gubernamental, lo que hería la sensibilidad de Ferrán, que decidió suspender radicalmente las vacunaciones, lo cual dio como resultado la muerte de más de 150.000 personas del cólera. Varios investigadores extranjeros trataron de disputarle la prioridad en el invento y tuvo que sostener ásperas polémicas, de las que salió victorioso.

En 1886 descubrió la vacuna antitífica que aplicó a algunos obreros de las alcantarillas de Barcelona. Al año siguiente el Ayuntamiento de la Ciudad Condal fundó el Instituto Antirrábico, segundo creado después del de Pasteur en París, y Ferrán se puso a su cabeza, descubriendo el método que llamó supraintensivo, para diferenciarle del intensivo de Pasteur y que simplificó y mejoró el tratamiento. En 1894 se generalizó el tratamiento en toda España y fueron muchos miles los inmunizados contra la rabia sin un solo fracaso. Paulatinamente fue logrando que diversos sabios reconocieran la prioridad de los descubrimientos de Ferrán en sus aplicaciones, como Klemperer en la vacuna anticolérica, luego perfeccionada por Behring y Kitasato; Pfeifer y Kolle, en la antitífica; Fränkel en la antidiftérica. En 1897 Ferrán preparó la vacuna antialfa frente al bacilo de la tuberculosis, que tantos resultados excelentes hubo de dar. Un año después transformó en anaerobio el bacilo de Nicolaier en la lucha contra el tétanos, y obtuvo también éxitos importantes en la investigación contra la erisipela del cerdo y del carbunco y en la vacuna antipestosa. Mantuvo una estrecha amistad con el Rey D. Alfonso XIII, muy interesado por sus experimentos y conclusiones científicas. Recibió algunos honores, pero sufrió terribles persecuciones de sus compañeros pseudocientíficos y despechados. El 22 de noviembre de 1929 murió en Barcelona sin que sus enormes contribuciones a la ciencia médica hubieran merecido el más mínimo reconocimiento de las autoridades españolas.

El aspecto de la fe católica de nuestro personaje lo recojo a continuación, tomado del libro Todo por el amor de Dios y el de todos mis hermanos, escrito por María del Milagro Descarrega Vallobá (2ª Ed. 1996, Ed. María del Milagro Descarrega Vallobá, D.L.T. Nº 260-1992, 303 pp). En esta obra se recoge el testimonio oral de su prima Pilar, que estuvo años haciendo de maestra del hijo pequeño de Jaime Ferrán, quien decía:

El que no tiene fe en Dios es que no tiene cabeza. Porque nada anda sin que le des cuerda, como un reloj, como un coche. ¿Pero quién pone en marcha esta gran obra de la creación? Tantos planetas que giran alrededor del Sol; la Tierra, que es el planeta donde vivimos, con sus movimientos de rotación y traslación que es el día y la noche, los 365 días que tiene el año. Y la luna que gira alrededor de la tierra y tantas cosas, como el agua que nos da vida; como el aire que respiramos, que sin él nos moriríamos. Sólo Dios lo puede poner en marcha. Esto es la pura realidad, pues si nos faltase, chocaría una cosa con la otra y todo estallaría. En cambio yo sé que todas las noches que he pasado sin dormir por todas las vacunas que he descubierto, que puedo morir tranquilo, pues sé que todos mis trabajos no se perderán, pues vendrán otros haciendo lo mismo que yo". (pág. 6, Prólogo).

Ferrán era primo hermano del padre de Doña María del Milagro Descarrega, por lo que ella siempre le consideró tío –el tío Ferrán– cuya madre murió teniendo él tres años, y esa señora era hermana de la abuela de la escritora del libro. El padre de Ferrán era médico y estuvo en Corbera D'Ebre hasta que se trasladó a Tortosa. En Tortosa, Ferrán terminó sus estudios. En Mora d'Ebre el último profesor que tuvo fue el Domino, hasta que dijo que él no le podía enseñar más. Por eso su padre se trasladó a Tortosa, para que pudiera seguir estudiando. Cuando venía a Mora de vacaciones las pasaba con su familia, hasta que nació el padre de la escritora y pidió que se llamase como él, Jaime, Jaime Descarrega (y su madre Ana Vallobá). La autora vuelve sobre el mismo argumento en la pág. 249-250:

Me gustaría recordar nuevamente las palabras de mi tío el Dr. Jaime Ferrán, las sé por mi prima Pilar, quien estuvo como institutriz de su hijo pequeño Santiago. Y como mi padre le entusiasmaba todo lo que estuviera relacionado con su primo; Pilar cuando venía y no hacía otra cosa que hablar de él. Una de las cosas que más recuerdo y que figuran en el prólogo de mis memorias, es que decía que "El que no cree en Dios, es un ignorante o no tiene cabeza" y así lo comentaba: "Yo sé lo que cuesta crear algo, toda mi vida la he dedicado al estudio y la investigación y sé las noches que he pasado en vela, pero me anima el pensar que todo mi esfuerzo no se perderá, pues vendrá otro detrás de mí y lo pondrá en práctica. ¿Pero quien puede poner en marcha lo que Dios ha hecho? ¡Nadie es capaz de ello! Así que Dios tiene que existir a la fuerza. Esta gran máquina de la creación ¿quién la pone en marcha? Yo con mi humilde razonar pienso: no hay nada que nade sólo, sin una mano que le empuje; un reloj no va si alguien no le da cuerda, ni un coche, ni una máquina de tren, etc...". Pienso entonces en mi tío Ferrán y en esta gran máquina de la creación, con tantos planetas que giran alrededor del Sol. La Tierra donde habitamos, con sus movimientos de rotación y traslación, que son el día y la noche y las cuatro estaciones del año. La luna que gira alrededor de la Tierra. ¿Todo esto, quién lo pone enmarca? Hasta la cosa más insignificante, si faltara moriríamos. El aire que respiramos nos da vida; como las plantas, el sol, la lluvia. Todo lo necesitamos para poder vivir. Por esto las palabras de mi tío, quien quiera meditarlas un poco, verá que tiene toda la razón.

Tienen su nombre multitud de calles, y el CSIC le dedicó su primer instituto de microbiología, ubicado en el Centro de Investigaciones Biológicas, de cuya creación se cumplen ahora 50 años. Hechos concretos de la compatibilidad de ciencia y religión o de razón y fe, son vidas como las del Dr. Ferrán.
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