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ARTÍCULO DE IGNACIO SOTELO

El hombre humillado

El filósofo Ignacio Sotelo ha publicado recientemente en El País un artículo amargo y paradójicamente lúcido, dentro de su desesperación. Sotelo, profesor en la Universidad de Berlín, es uno de los pocos intelectuales de la izquierda española que ha mostrado siempre una apertura sincera a la dimensión religiosa de la existencia humana.

El filósofo Ignacio Sotelo ha publicado recientemente en El País un artículo amargo y paradójicamente lúcido, dentro de su desesperación. Sotelo, profesor en la Universidad de Berlín, es uno de los pocos intelectuales de la izquierda española que ha mostrado siempre una apertura sincera a la dimensión religiosa de la existencia humana.
Ignacio Sotelo, intelectual de izquierda abierto a la dimensión religiosa
En este caso su intervención, tan alejada de los cánones del progresismo vacuo y alegre de nuestros gobernantes y de su cinturón intelectual y mediático, ha tenido el valor de señalar la “humillación” que ha sufrido la imagen del hombre heredada de la tradición cristiana, por parte de las sucesivas experiencias enmarcadas en ese proceso de contornos difusos que conocemos como “modernidad”.
 
No yerra Sotelo al observar que aquella exaltación de lo humano que brota de la educación y del testimonio cristiano, ha degenerado en una figura desencajada de hombre, en la que la libertad prácticamente ha perecido. Años atrás, una filósofa judía, Hannah Arendt, había profetizado lo que Sotelo descubre ahora con amarga lucidez, al afirmar que, cuando perdió a Dios, el hombre moderno no ganó este mundo y tampoco la vida se hizo más fácil en él. Y añadía que “es perfectamente concebible que la época moderna - que comenzó con un florecimiento de la actividad humana tan excepcional y tan prometedor – termine en la pasividad más mortal y más estéril que la historia haya conocido jamás”.       
 
Sotelo afirma que “sucesivas humillaciones han terminado por derribar al hombre occidental del trono al que el cristianismo le había elevado”. En efecto, hoy asistimos a los estertores de una deconstrucción de la imagen del hombre que había arraigado en la conciencia a través de siglos de experiencia cristiana en Europa. Este es el punto sobre el que merece la pena desarrollar un verdadero diálogo entre el cristianismo y los ámbitos más lúcidos de la cultura laica, porque hay cosas que ya no se pueden ocultar por más tiempo. Por ejemplo, la crisis que introduce en la base de las sociedades occidentales la disolución del concepto de familia, la aceptación tranquila del aborto y de la eutanasia, o la perspectiva inquietante de la producción de seres humanos en laboratorio, que serán utilizados para diversas finalidades, y en su caso, destruidos. Se trata de una auténtica enmienda a la totalidad de las bases éticas y culturales de la tradición occidental.
 
Mientras algunos sonríen, Sotelo tiene el mérito de no sumarse a la fiesta, al reconocer que el resultado de todo esto es la humillación del hombre. Sin embargo, su amarga diatriba, que podía inclinarle a la revisión crítica del proceso de la modernidad, desemboca en el nihilismo, al afirmar que el último reducto de libertad que nos queda es la posibilidad de poner fin a nuestros días cuando nos dé la gana: ya que no podemos poseer la vida (qué lejos quedan las palabras de San Pablo: “el mundo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios”) al menos seamos dueños de la muerte. Se cierra así la parábola de una cultura que comenzó con la exaltación del hombre apartado de Dios, y concluye ahora conformándose con la posibilidad de que cada uno ponga fin a su vida cuando lo desee. A la Iglesia, esa institución que según el zapaterismo debería poner su reloj en hora, se le plantea hoy la misión histórica de ayudar al hombre al hombre europeo a recorrer el camino de vuelta de este itinerario tenebroso.
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