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TAMAYO Y LOS SUYOS

El miedo teológico

Mientras Benedicto XVI visitaba su Alemania natal, el XXVI Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII nos dejó, el pasado fin de semana, algunos detalles que no por esperados dejan de ser llamativos, por cuanto expresan cada vez más a las claras lo que ya se decía, tiempo ha, bajo no pocas frases ambiguas pero lo suficientemente nítidas para quien quisiera verlo.

Mientras Benedicto XVI visitaba su Alemania natal, el XXVI Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII nos dejó, el pasado fin de semana, algunos detalles que no por esperados dejan de ser llamativos, por cuanto expresan cada vez más a las claras lo que ya se decía, tiempo ha, bajo no pocas frases ambiguas pero lo suficientemente nítidas para quien quisiera verlo.
Juan José Tamayo, una de las joyas de los teólogos 'Juan XXIII'

En este proceso de explicitud ha tenido un papel importante la jerarquía eclesiástica con sus juicios y pronunciamientos, aunque eso del lenguaje del claroscuro sigue estando presente. Si no, valga un botón de muestra, como es lo dicho sobre la eutanasia en el comunicado final: "el acompañamiento responsable del proceso humano de morir incluye el respeto de decidir cómo vivir la fase final de este proceso digna y autónomamente". Me da la impresión de que las cosas se pueden decir más por derecho, sin tanta penumbra ni alquitaramiento, para no dar lugar a pensar que se está ante el género literario de la adivinanza. ¿Por qué dar lugar a interpretaciones opuestas?

Tal vez la clave la diera José María Castillo en los primeros compases del encuentro: "Nos hemos quedado sólo con una cosa: el miedo". Esto lo decía refiriéndose a todos los teólogos, pero yo, que conozco a algunos, tengo la convicción de que éstos lo que dicen y escriben lo hacen por convicción. Lo cual me lleva a sospechar que acaso Castillo, al decir esto, no haga sino proyectar en todo un colectivo lo que tal vez no sea sino su situación personal o la de un grupo. ¿Pero miedo a qué? ¿A la corriente cultural dominante o a la Iglesia?

Juan José Tamayo, otra de las joyas de esta asociación, criticó muy seriamente a los obispos, diciendo de ellos que condenan "los avances que contribuyen al bienestar de los seres humanos". Es más, que el discurso de la jerarquía española está situado "en el paradigma de las prohibiciones, de las obligaciones, de la represión, con ausencia total de misericordia". Esto último me gustaría pensar que es un error del periodista del que tomo las palabras puesto que, desde luego, es para dar más que miedo, porque alguien "con ausencia total de misericordia" en sus palabras es alguien terrorífico. Esos perversos individuos que van en contra de lo que favorece el bienestar de todos tienen una característica muy especial: "Su lenguaje es el de la condena y de los noes: no a los métodos contraceptivos, a la masturbación, a las prácticas homosexuales […]. No al matrimonio homosexual, al divorcio, a la interrupción voluntaria del embarazo, a la eutanasia, a la reproducción asistida, a la investigación con células madre con fines terapéuticos". Dejando a un lado el que sea exactamente eso lo que dicen, lo cierto es que los obispos, a este respecto, parecen no tenerle mucho miedo a lo que vaya a decir la opinión pública, y si lo tienen lo van superando; y, en una sociedad plural y libre, tienen la osadía de decir algo que no concuerda con la opinión dominante. Incluso cabría decir que se resisten a la uniformación cultural, es más, hasta ofrecen un discurso alternativo. Desde los valores evangélicos tratan de evaluar y juzgar los problemas que se van presentando.

Tamayo, por el contrario, piensa que el juicio moral "debe hacerse no en función de principios inamovibles formulados en el pasado, sino en función de la dimensión humanizadora y liberadora de los avances científicos". Desde luego, para determinar si algo avanza, habrá que tener unos criterios previos y para saber si el progreso es humanizador y liberador será menester otro tanto. La ciencia no es una diosa, las verdades que descubre son solamente verdades, para descubrirlas no vale cualquier medio y la aplicación de lo descubierto podrá ser buena o mala. La ciencia no nos dice nada de esto.

¿A qué se tiene miedo? Quedar al margen de las vigencias culturales –en los temas de bioética también las hay– trae consigo el soportar la presión y las represalias sociales correspondientes, lo cual siempre da miedo, que invariablemente lo es a perder algo. Por ello, parecer integrado en esa pleamar es siempre una tentación. Pero si no es por miedo, sino por convicción, ¿por qué no romper clara y abiertamente con quienes creen sobre cuestiones tan fundamentales de forma tan distinta? ¿Por qué querer ser lo uno sin perder el ser lo otro?
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