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BENEDICTO XVI EN BAVIERA

El mundo tiene necesidad de Dios

Bienvenido a casa. El Papa Ratzinger ha vuelto al hogar espiritual y material que ha configurado su personalidad, una antigua región de belleza encantadora y discreta, cuya fisonomía profunda sería incomprensible al margen de siglos de experiencia cristiana.

Bienvenido a casa. El Papa Ratzinger ha vuelto al hogar espiritual y material que ha configurado su personalidad, una antigua región de belleza encantadora y discreta, cuya fisonomía profunda sería incomprensible al margen de siglos de experiencia cristiana.
Benedicto XVI en su visita a Alemania
El Papa ha venido para hacer memoria de su propia vida, pero también para invitarnos a todos, especialmente a los europeos de esta hora, a un ejercicio dramático de memoria: ha sido la fe en el Dios de Jesucristo, amasada y probada en el duro crisol de la historia, la que ha convertido a Europa en un faro de esperanza para el mundo. El olvido de Dios, nos introduciría en una etapa sórdida en la que la violencia y la conquista del poder se convertirían en el norte de la vida personal y social.

Su mirada llena de dulzura, y la sonrisa que apenas le ha abandonado durante las hermosas jornadas de Baviera, han sido una forma particular de gratitud. Benedicto XVI no es un meteorito, sino un fruto de la existencia católica de este pueblo que ahora le ha recibido como al mejor de sus hijos. Pero el hombre que ahora regresa a su tierra desde Roma (quizás por última vez) ha sido investido con la autoridad y la misión de Pedro. Por eso el centro de su mensaje en la explanada de la Nueva Feria de Munich ha sido que el mundo tiene necesidad del Dios con rostro humano, que se nos ha revelado en Jesucristo. La sordera frente a Dios deja a las sociedades modernas inermes frente a sus propios fantasmas, incapaces de establecer una verdadera relación con el conjunto de la realidad, con un horizonte vital trágicamente reducido. Por eso, abrir de nuevo el camino a la búsqueda de Dios (también en la escuela, como ha recordado a los profesores de Religión) es hoy una tarea de imponente significado cultural y social.

Para la propia Iglesia, tentada a veces por un falso humanitarismo, el mensaje ha sido claro: la evangelización debe ser su prioridad absoluta, porque también para que el mundo cambie y progrese, "el Dios de Jesucristo debe ser conocido, creído y amado". De hecho, ha subrayado el Papa de la Deus Caritas Est, "el Evangelio y el hecho social son inseparables", como lo demuestra toda la historia cristiana. Benedicto XVI es también un Papa de profunda y afinada conciencia histórica, que no rehuye el cara a cara con las vicisitudes de esta época, y se ha referido a la relación de Occidente con las culturas de África y Asia, que admiran nuestra capacidad técnica pero "se espantan ante una racionalidad que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre". De hecho Occidente sólo estará en condiciones de dialogar con esos mundos cuando supere el cinismo y recupere el respeto por el Misterio, a diferencia de cuanto predican tantos multiculturalistas de pacotilla.

En su preciosa y vibrante homilía de Munich, Benedicto XVI no podía dejar de lado la paradoja del Dios cristiano: su respuesta al mal que parece dominar la historia ha sido la Cruz: el "no" a la violencia, el amor hasta el fin. "Es de este Dios de quien tenemos necesidad", ha repetido el Papa desde Baviera; y no faltamos al respeto que nos merecen las grandes religiones del mundo si anunciamos, con humildad pero sin medias tintas, a este Dios que frente al poder del mal levanta como un dique su misericordia. El Occidente cínico que da la espalda a su propio origen, y el fanatismo ciego de quienes promueven el terrorismo bajo coartadas religiosas, dibujan el terreno dramático en que la Iglesia debe jugar su partida en esta hora.
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