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DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

El objetivo es descubrir la verdad

En vísperas de la publicación de un documento que recogerá un conjunto de orientaciones básicas para el diálogo interreligioso, Benedicto XVI ha pronunciado un significativo discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo que se ocupa de este menester. La reorientación del diálogo interreligioso puede considerarse justamente como una de las claves de este pontificado. Veamos en qué sentido.

En vísperas de la publicación de un documento que recogerá un conjunto de orientaciones básicas para el diálogo interreligioso, Benedicto XVI ha pronunciado un significativo discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo que se ocupa de este menester. La reorientación del diálogo interreligioso puede considerarse justamente como una de las claves de este pontificado. Veamos en qué sentido.
Benedicto XVI con el rabino de Roma

En este discurso el Papa ha retomado algunas afirmaciones esenciales del mensaje que dirigió a los representantes de otras religiones durante su reciente viaje a los Estados Unidos, un texto que ha pasado injustamente inadvertido en medio del conjunto de discursos pronunciados durante ese gran viaje. En aquella ocasión, Benedicto XVI advertía contra un planteamiento demasiado superficial del diálogo, que se contenta con crear un clima de simpatía recíproca y con encontrar algunos puntos de colaboración práctica. Sin negar el valor de estos avances, el Papa se lamentaba de que "hemos evitado quizás la responsabilidad de discutir nuestras diferencias con calma y claridad", y señalaba que en el diálogo auténtico es preciso "escuchar con atención la voz de la verdad", de modo que no se detenga en el reconocimiento de algunos valores compartidos, sino que avance para indagar su fundamento último.

Ahora, ante los obispos y teólogos que se aprestan a redactar un nuevo vademécum de orientaciones pastorales sobre esta cuestión, Benedicto XVI ha retomado su discurso de Washington subrayando que, para la Iglesia, el objetivo último del diálogo es siempre la búsqueda de la verdad y su motivación no es otra que la urgencia de la caridad. El Papa quiere situar en el centro del diálogo con las religiones no cristianas (lo hemos visto ya claramente en el caso del Islam) las cuestiones esenciales de la vida humana: ¿cuáles son su origen y su destino?, ¿qué son el bien y el mal?, ¿qué le espera al hombre al final de su existencia terrena?

Benedicto con el metropolita KirillEl Papa insiste en que todo hombre tiene la obligación moral y el deber natural de responder a estas preguntas, pero en su discurso de Washington había dicho a los líderes religiosos que ellos tienen "un deber particular y una competencia especial para poner en primer plano las preguntas más profundas de la conciencia humana". Implícitamente, Benedicto XVI está diciendo que con demasiada frecuencia el diálogo ha orillado estas cuestiones, porque supuestamente lo habrían hecho encallar rápidamente. Por el contrario, él se muestra convencido de la necesidad de que las diferentes religiones acepten este desafío.

El Papa también insiste en que este esfuerzo de diálogo no debe suponer para la Iglesia poner entre paréntesis la propuesta cordial de Jesús de Nazaret, que los cristianos reconocemos como el Logos eterno que se hizo carne para reconciliar al hombre con Dios. "Es a Él a quien llevamos al fórum del diálogo interreligioso", proclamó con toda sencillez y claridad ante los líderes reunidos en Washington. Es su seguimiento, y no otra cosa, lo que impulsa a los cristianos a abrir sus mentes y sus corazones al diálogo. Por supuesto, el método de este diálogo para la Iglesia no puede ser otro que el de la caridad: amor al destino de cada interlocutor, reconocimiento absoluto de su dignidad, y respeto exquisito de su libertad, para proponerle (jamás imponerle) la fe en Cristo como respuesta a las exigencias más radicales del corazón del hombre.

Todavía hay otro aspecto de este nuevo enfoque que merece atención. Por todo lo dicho, la cuestión de la libertad religiosa con todas sus implicaciones tiene que ocupar el centro de la escena en todo verdadero diálogo. Es curioso que en un diálogo que con frecuencia se decantaba casi exclusivamente por cuestiones de colaboración práctica, la cuestión de la libertad no resonara con la debida agudeza y amplitud. Parece que esos tiempos llegan a su fin, porque como dijo Benedicto XVI en el mencionado discurso de Washington, "el deber de defender la libertad religiosa nunca termina", y eso implica afrontar sin ambages cuestiones como la educación religiosa en las escuelas, el proceso de conversión, la reciprocidad y la dimensión pública de la fe religiosa. Cuestiones todas ellas espinosas y no sólo en el mundo islámico, sino también en las áreas de predominio hinduista, budista y judío.

A nadie se le oculta que este nuevo enfoque requerirá tiempo y fatiga, pero se traducirá en un diálogo más denso y verdadero, capaz de fundamentar con mayor solidez una auténtica amistad que contribuya decisivamente a la convivencia y a la paz. En todo caso, ese es uno de los núcleos del pontificado de Benedicto XVI que mejor nos revelan su verdadera imagen: la de un creyente en Cristo que no teme medirse con las exigencias de la verdad, y que invita a todos a este saludable intercambio.

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