Menú
GUERRA CIVIL

El olvido de los mártires

Antonio Fontán escribió hace unos cuantos años que "en realidad, 1936, más que el principio de un conflicto, fue su clímax". Conmemoramos estos días el setenta aniversario del inicio de la Guerra Civil. Lo hacemos inducidos por la carga de pólvora con que el gobierno socialista nos quiere vender una ley de desmemoriados que sea receta social y legitimación de hecho de la revancha de los vencidos. Si de hablar de la Guerra Civil se trata, convendría distinguir y no mezclar ni las causas, ni los actores, ni los escenarios.

Antonio Fontán escribió hace unos cuantos años que "en realidad, 1936, más que el principio de un conflicto, fue su clímax". Conmemoramos estos días el setenta aniversario del inicio de la Guerra Civil. Lo hacemos inducidos por la carga de pólvora con que el gobierno socialista nos quiere vender una ley de desmemoriados que sea receta social y legitimación de hecho de la revancha de los vencidos. Si de hablar de la Guerra Civil se trata, convendría distinguir y no mezclar ni las causas, ni los actores, ni los escenarios.
Josep Tàpies, uno de los mártires de la guerra

No es fácil escribir sobre la Iglesia y la Guerra Civil sin sustraerse a la cita de, por ejemplo, Andrés Nin, en La Vanguardia, del 2 de agosto de 1936: "La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia sencillamente; no dejando en pie ni una siquiera". José Díaz, secretario general del Partido Comunista, decía en Valencia el 5 de marzo de 1937 que "en las provincias que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España, está hoy día aniquilada".

El Consejo de Europa, en su Resolución 1481 la Asamblea Plenaria del Consejo de Europa, "condena enérgicamente las masivas violaciones de derechos humanos cometidas por los regímenes totalitarios comunistas y expresa su simpatía, comprensión y reconocimiento hacia las víctimas de dichos crímenes". El responsable del texto, el diputado sueco Goran Lindblad, del Grupo Popular, señaló que "ya era hora de que se condenasen los crímenes del totalitarismo comunista". Sin embargo, el español Lluís María del Puig, del Grupo socialista, declaró que "los crímenes de los regímenes totalitarios tiene que ser condenados con firmeza, pero no el comunismo, ni los partidos comunistas".

Andrés Nin, favorable a la destrucción de las iglesiasGran parte del esfuerzo de la propaganda progresista sobre la Guerra Civil está centrado en la recuperación de la memoria de las víctimas. Como señalaron los obispos españoles en el documento "La fidelidad de Dios dura por siempre. Mirada de fe al siglo XX", "también España se vio arrastrada a la guerra civil más destructiva de su historia. No queremos señalar culpas de nadie en esta trágica ruptura de la convivencia entre los españoles. Deseamos más bien pedir el perdón de Dios para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra. La sangre de tantos conciudadanos nuestros derramada como consecuencia de odios y venganzas, siempre injustificables, y en el caso de muchos hermanos y hermanas como ofrenda martirial de la fe, sigue clamando al Cielo para pedir la reconciliación y la paz".

No se puede hacer historia sectorial basada en el olvido de los mártires de la fe, del Evangelio. No es correcto afirmar que los mártires que murieron por causa del Evangelio durante la Guerra Civil lo fueran de la Guerra Civil. Los mártires no eran combatientes en el campo de batalla, no estaban en guerra contra nadie, ni hicieron la guerra contra nadie. No se caracterizaron por ser militantes de partidos, ni activos agitadores, sino personas que vivían el Evangelio pacíficamente.

No existen razones políticas ni sociales en los asesinatos de los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Los asesinatos tuvieron una causa fundamental, un móvil único; el odio a la fe y el odio a la Iglesia. ¿Qué es lo que generó ese odio? Acaso sólo la historia inmediata de incoherencias, o la estructura económica y social, o la pobreza. Quizá esta descripción responda más a argumentos legitimadores a posteriori que a causas ciertas. Detrás existía una ideología materialista, nihilista y violenta por sistema que quiso imponer una utopía social que desarraigaba al hombre de su naturaleza trascendente y de la posibilidad de la felicidad plena.

Monseñor Antonio Montero escribió que "en toda la historia de la universal Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, en poco más de un semestre de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos". ¿Acaso no es suficiente este cuadro para no confundir ni confundirnos con la historia?
0
comentarios