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EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

Emergencia educativa

Benedicto XVI ha inaugurado la Asamblea diocesana de Roma con un discurso propio de un verdadero educador: sagaz, intuitivo, realista, y lleno de pasión por la vida y el destino de los hombres. Un discurso que sitúa el centro de gravedad de la misión de la Iglesia hoy, en la cuestión educativa. Algo que nos afecta de lleno aquí en España, en pleno debate sobre el grave desafío de la Educación para la Ciudadanía.

El Papa reconoce que actualmente, cualquier tarea educativa parece cada vez más ardua y precaria. Existe una creciente dificultad para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia, una verdadera hipótesis de sentido, y un itinerario vital de verificación de eso que deseamos transmitir. Y esta dificultad afecta dramáticamente a las familias, a la escuela (también, desde luego, a las escuelas católicas) y a las comunidades cristianas de distinto tipo y condición. Benedicto XVI hace suyas las palabras "emergencia educativa" para describir la situación, y no olvidemos que lo hace en el marco de una gran asamblea diocesana, es decir, que estas dificultades no son "de otros", sino también de los católicos, que experimentamos en nuestros ámbitos cotidianos la mordedura del relativismo y del nihilismo. El Papa advierte que es toda la comunidad cristiana, en sus múltiples articulaciones y componentes, la que está llamada a formar una red educativa que permita "acercar a Cristo a la nueva generación, que vive en un mundo en gran parte alejado de Dios". Este desafío educativo, según el Papa, es decisivo para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo.

Los ecos de este discurso del Papa llegan a España mientras estamos inmersos en el debate sobre la asignatura de Educación para la ciudadanía. La segunda declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal ha dejado claro que estamos ante una situación de tal gravedad que no admite posturas pasivas ni acomodaticias, porque con esta asignatura el Estado se arroga un papel educador que lesiona profundamente los derechos inalienables de los padres a elegir la formación moral que desean para sus hijos. En su diseño original (otra cosa es que lo consiga) esta asignatura encarna la pretensión de desarraigar definitivamente la matriz cultural católica de la sociedad española y sustituirla por una matriz radical laicista, generando un tipo de ciudadanía en la que las tradiciones religiosas no jueguen ya ningún papel relevante.

El filósofo Marina, gran promotor de la Educación para la ciudadaníaPero en realidad, Educación para la ciudadanía es la culminación descarada, prepotente y explícita de un proceso que la sociedad española incuba desde hace décadas. El tejido moral, cultural y espiritual que había generado el cristianismo a través de siglos de presencia en España, viene siendo desgarrado por factores agresivos externos (la política de los gobiernos socialistas es uno de ellos, pero no podemos olvidar la agenda anticristiana de potentes grupos mediáticos y culturales) pero también por la debilidad y la anemia educativa de los diversos componentes de esa red católica de la que hablaba Benedicto XVI.

Por eso creo que la respuesta no puede reducirse a ejercer el derecho a la objeción de conciencia frente a esta nueva asignatura. Queda claro que la objeción es un medio legítimo para defender la libertad educativa y de conciencia, y queda claro que ni los poderes públicos ni los centros escolares de cualquier condición, está legitimados para impedir el ejercicio de ese derecho ni para ponerle cortapisas. Pero no es el único medio posible, ni tampoco el único necesario. Durante la rueda de prensa en la que se hizo pública la Declaración de la Comisión Permanente, algún colega desafió al portavoz de la Conferencia Episcopal a mostrar algún otro medio de respuesta, y el padre Martínez Camino le respondió que había tantos, que podría escribirse un vademécum.

Efectivamente, hay numerosos medios jurídicos, cívicos y culturales, que deben ponerse en juego frente a la Educación para la ciudadanía y frente a lo que representa y describe. Por cierto, convendría caer en la cuenta de que bastantes de los inaceptables contenidos de dicha asignatura, campean ya de modo transversal y subrepticio en nuestras aulas, incluso en no pocas que se titulan católicas. La emergencia educativa de la que ha hablado Benedicto XVI está afincada entre nosotros con toda su crudeza, y basta hablar sinceramente con padres, profesores, párrocos y catequistas para saber a qué se refiere. En los últimos años se advierte una notable capacidad para la movilización en algunos sectores católicos y esa es una novedad que debemos saludar sin ambages; pero si de educar se trata (y entonces no basta con protestar y resistir, hace falta construir) temo que no lleguemos al cinco raspado. Y sin embargo es ahí donde nos jugamos el futuro.

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