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RÉGIMEN SOCIALISTA

En aquel tiempo, no había rey

El libro de los Jueces, uno de los libros del Antiguo Testamento, habla del Pueblo de Israel en una etapa de su historia, desorganizado y dividido en grupos rivales. Al reflexionar sobre la etapa actual de la historia de España, recordé aquella experiencia. Vayamos al libro de aquellos jueces.

El libro de los Jueces, uno de los libros del Antiguo Testamento, habla del Pueblo de Israel en una etapa de su historia, desorganizado y dividido en grupos rivales. Al reflexionar sobre la etapa actual de la historia de España, recordé aquella experiencia. Vayamos al libro de aquellos jueces.
Libro de los Jueces
La narración, prolífica en detalles, da muestras de la fe lánguida y de la falta de moralidad del pueblo de Israel, destacando principalmente la tentación de abandonar la fe en Dios libertador, que les sacó de la opresión y les condujo hacia la tierra prometida, para entregarse a la idolatría. El autor, después de alabar una época en que no se necesitaban reyes, termina con dos relatos de la vida del pueblo israelita de aquel tiempo y reconoce los males y los desastres que producen la anarquía y la ausencia de la autoridad, afirmando, en el capítulo 17, versículo 6, que “en aquel tiempo, no había rey en Israel y cada uno hacía lo que quería”. Cada jefe con vocación de guía iluminado conquista y cerca su territorio; cada tribu impone a los demás sus señales y sus símbolos de comunicación; cada uno hace la norma según sus ambiciones.
 
Volvamos ahora a nuestra historia. Pienso que vivimos la etapa más peligrosa después de la transición democrática. ¿Podemos vivir responsablemente este momento sin inquietarnos, preocupados solamente con los asuntos del estómago? Vengo leyendo y reflexionando sobre todo lo que se ha publicado sobre el 11-M. Visto retrospectivamente lo que pasa desde esas fechas y cómo se comportan los beneficiarios políticos de la manipulación de la masacre de 192 personas y más de 1.500 heridos, queda la percepción de que, del 11 al 14-M del 2004, hubo en España lo más parecido a un Golpe de Estado solapado en unas elecciones democráticas. Quizá no se pueda demostrar, tal vez no tengamos nunca pruebas fehacientes, pero los efectos se precipitan en cascada: estamos asistiendo a una transición impuesta, al desmoronamiento del Estado autonómico diseñado en la Constitución Española de 1978, a la fragmentación de la Nación española y al resurgir de la revancha republicana, separatista y laicista, que se impone como facción vencedora, al fin, sobre la otra parte, derrotada y aislada.
 
Esta percepción viene corroborada por la constatación de hechos graves que determinan un cambio radical, una rebelión más que una revolución, en ámbitos medulares del poder político, confundido intencionadamente con lo económico, lo cultural, lo social y lo jurídico. ¿Cómo podemos no inquietarnos? En España no se cumplen sentencias firmes del Tribunal Supremo y no pasa nada, al contrario, a los que no las cumplen se les trata con más favor. Algunos de los que deciden que el actual Gobierno esté en el poder son los que negocian con los asesinos independentistas, y tampoco pasa nada. El Gobierno cierra los ojos, o mira hacia otro lado, ante los terroristas que imponen su ley en las calles y ocupan las instituciones democráticas con cargo a los impuestos de todos, y no pasa nada. Una asesina de 17 personas y coautora de 20 atentados cumple 19 años de cárcel, un año por cada persona asesinada, y tampoco pasa nada; hay que ser comprensivos y no abrir más heridas. Mandan detener ilegalmente a dos militantes democráticos populares, y tampoco pasa nada. Y podríamos seguir enumerando hechos inquietantes, haciendo una mención especial de las injusticias y las ofensas de las que son objeto todas las víctimas del terrorismo.
 
¿Por qué tenemos que callar aquello que es fuente de injusticia y causa desórdenes graves en la convivencia y en la consecución del bien común? ¿Tendremos el coraje necesario para enfrentarnos a nuestros propios errores, para construir nuestra historia a partir de lo que nos une y renunciar generosamente a lo que nos separa?
 
Sospecho que somos muchos millones de ciudadanos los que estamos perplejos ante lo que está pasando en la Nación española y en los ámbitos del Estado. Empiezan a escucharse voces que piden al Rey que aparezca ante los ciudadanos como lo que es, “el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia” (Constitución Española, artículo 56); y haga lo que le es propio, “desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes” (artículo 61). Es la expresión legítima de una necesidad.
 
En otro orden, los católicos sabemos que la Iglesia no se ocupa de la cuestión política en clave de poder y, por tanto, no santifica éste o aquél sistema o régimen. La Iglesia considera que es la comunidad la que, en cada etapa histórica, decide el modelo de convivencia política que mejor responde al bien común de toda la Nación. Por eso, cuando la Iglesia se pronuncia, lo hace en clave moral, en la medida en que la cuestión política afecta directa o indirectamente a la dignidad sagrada de la persona. Como representación de ciudadanía y referente de una cosmovisión salvadora y de unos valores humanos, la Iglesia tiene la obligación de reflexionar y hablar, en primer lugar, para los católicos, sobre las cuestiones que afectan a la dignidad de las personas, a sus derechos fundamentales, al derecho al libre desarrollo de la personalidad, al valor intrínseco de la convivencia entre las personas y los grupos de nuestra sociedad. Ante la construcción de una ciudadanía recortada, cerrada y controlada, en esta transición impuesta desde el 11-M, la Iglesia debe hablar y debe reclamar una ciudadanía abierta, plural y dinámica, acorde con la democracia entendida como proceso democratizador.
 
En este momento, somos muchos los que necesitamos palabras de memoria histórica, propuestas de unidad y reconciliación, denuncias claras y audaces. Estamos esperando una palabra conjunta, lúcida y constructiva ante esta transición impuesta hacia otro modelo de Estado, de Nación y de convivencia. Necesitamos reflexión y palabras iluminadoras, no silencios.
 
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social “León XIII”
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