Comprendo que se pueda discrepar de un gran hombre, pero la nobleza siempre nos tiene que llevar a reconocer e incluso a homenajear la talla del adversario, lo contrario no es sino proclamación de la propia pequeñez e incluso mezquindad. Yo, que soy un enano, más que envidiar la grandeza ajena procuro subirme a sus hombros, porque éste es uno de los distintivos de los hombres de envergadura, que aúpan a los demás. Si se dejan, incluso a sus oponentes.
De entre los que han presentado objeciones, me gustaría prestar atención a un par de afirmaciones de un artículo de Leonardo Boff, porque son un buen exponente de las principales críticas a Juan Pablo II y también de los grandes retos que tiene la Iglesia: su presencia en el mundo y su vida interna. El citado publicista brasileño le reprocha al último Papa: "En Juan Pablo II prevalecía la misión religiosa de la Iglesia y no su misión social". En el caso de Leonardo Boff, como en el de otros, esta subordinación a la misión social consiste en que "la Iglesia es sólo una aliada que refuerza y legitima la lucha de los pobres". En esta postura, lo social queda reducido a la lucha de los pobres y, además, entendida en una perspectiva al menos muy próxima al materialismo histórico. Con lo cual, la misión de la Iglesia consistiría únicamente en ser la criada que echa agua bendita a una visión milenarista donde la dimensión escatológica de la historia queda amputada.
Para otros, lo social haría referencia a lo moderno y, por ello, la Iglesia debería revisar cuestiones de moral como los anticonceptivos, la sexualidad, el aborto, el matrimonio y la familia. En el trasfondo de esta subordinación a lo moderno, hay una visión de Dios como modista, cuyo designio sobre la historia sería una sucesión de modas y el hombre no sería sino una modelo cambiándose de modelito, la alfombra de la pasarela sería la Iglesia. Vamos, que llegado el caso, para lo que quedaría sería para bendecir matrimonios civiles, fueren o no de la realeza. Gracias a Dios, Juan Pablo II, sin perder de vista la autonomía del orden temporal, tuvo claro que lo religioso no se subordina a lo social, sino que la fe en Cristo Resucitado purifica y transforma al hombre, que así, como ciudadano, puede actuar decisivamente en la propia sociedad.
Leonardo Boff dice también que Juan Pablo II "dentro de la Iglesia acalló el derecho de expresión, prohibió el diálogo y produjo una teología con fuertes tonos fundamentalistas". Lo que sucedió fue otra cosa y es que hay algo indudable, no sólo para la Iglesia, sino para cualquier realidad, que la identidad de algo viene determinada por una serie de notas y propiedades esenciales sin las cuales eso deja de ser lo que es y pasa a ser algo distinto. A lo largo de la historia, dentro de la Iglesia ha habido y hay distintas escuelas teológicas, pero todas compartiendo una fe común. En cualquier sociedad o grupo humano tienen que estar definidos los límites, de modo que esté claro quién está dentro y quién está fuera. Esto no se puede reducir a lo teológico, sino que tiene que ser así en todos los órdenes de la vida de fe, muy especialmente en lo que a los sacramentos se refiere. Tal vez, en los próximos años, uno de los mayores retos para la Iglesia será el de la iniciación cristiana, de modo que el que quiera ser católico lo pueda ser y que lo sea sólo el que lo quiera ser.