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FUNDADOR DE LA NATIONAL REVIEW

En la muerte de William F. Buckley

Recuerdo una tarde de domingo allá por los años 60. En aquellos tiempos era el mando a distancia de mi padre, y me pidió que parara de cambiar y volviese a poner el "canal educativo", que era como se llamaba. En casa de la familia Sirico no se veían muchos programas del que entonces era el canal 13 de Nueva York, por lo que me pregunté por qué querría verlo.

Recuerdo una tarde de domingo allá por los años 60. En aquellos tiempos era el mando a distancia de mi padre, y me pidió que parara de cambiar y volviese a poner el "canal educativo", que era como se llamaba. En casa de la familia Sirico no se veían muchos programas del que entonces era el canal 13 de Nueva York, por lo que me pregunté por qué querría verlo.
Buckley y Sirico

Cambié el canal y mi padre me dijo: "Siéntate aquí y aprenderás algo". Y en verdad, así fue. Esa fue la primera vez que escuché o vi a William F. Buckley Jr., que murió la semana pasada en su estudio mientras trabajaba en una página más repleta de erudición y de prosa profunda, educada y chispeante. Buckley (o Bill, como casi insistía que le llamara la gente) tiene el récord de haberme mandado al diccionario más veces que cualquier otra persona que haya leído en inglés.

Pero era mucho más que simplemente un estilista. Era un pensador y uno muy serio. Contribuyó poderosamente a la cultura intelectual, elevándola tan alto como le fue posible y nunca cayendo en el desánimo cuando ésta se negaba a ceder.

Será elogiado por muchos colegas y amanuenses por la increíble cantidad de logros alcanzados, entre el que destaca su papel histórico como padre del movimiento liberal conservador moderno con la fundación de la revista National Review. También fue un clavicordista bastante bueno, un entusiasta de la vela, un ávido esquiador, viajero y aventurero mundial, amante del latín y polemista por excelencia. Si pudo hacer todas estas cosas al mismo tiempo –que estoy seguro que lo intentó– tanto mejor. Todo lo cual me sirve para decir que amó la vida y la vivió al máximo.

Cuando me llegó el momento de fundar el Instituto Acton, durante los primeros años mi interés era establecer nuestra credibilidad y se me ocurrió la idea de escribirle a Bill Buckley, a quién había visto una o dos veces de pasada, y preguntarle si podría contemplar la posibilidad de dar el discurso inaugural de lo que yo esperaba fuese nuestra cena anual. Para mi sorpresa, me contestó rápidamente (siempre lo hacía) diciendo que sí, que estaría encantado de venir, renunciando a sus habituales honorarios de 5 cifras para que empezáramos con nuestra labor. Eso fue hace casi 20 años.

Permanecimos en contacto durante esos años y siempre contamos con su infatigable apoyo y gentileza; de hecho hacía donaciones personales a favor de nuestra causa.

La HabanaMi momento más memorable con Bill fue hace sólo diez años en, de entre todos los lugares que hay en el mundo, La Habana. Ambos estábamos allí por la visita histórica de Juan Pablo II. En el lobby del que había sido el hotel del gángster Myer Lansky en El Malecón, Bill me preguntó si quería ir con él a explorar la ciudad. ¿Que si me gustaría deambular por la Habana Vieja con el autor de una novela sobre un espía que intenta asesinar a Fidel Castro? ¿Y tomarme unas copas con dicho novelista en el viejo bar de Hemmingway, tratando pícaramente de pedir cubalibres? ¿Que si me gustaría ayudarle a negociar (la segunda lengua de Buckley era el español) la compra de unos habanos en el mercado negro a un hombre que nos habíamos encontrado en la calle, y que nos llevaría a su estrecho apartamento para exhibir su mercancía fuera del alcance de ojos fisgones?

¿Que si me gustaría explorar la vieja catedral y orar juntos por la libertad de aquella tierra asediada? ¿Y que si me gustaría acabar ese día con una cena deliciosa, fumándonos nuestros habanos y riéndonos por haber perpetrado un acto capitalista entre mayores de edad en uno de los últimos bastiones del socialismo en el planeta? ¿Que si me gustaría?

Así lo hicimos. Fue uno de los días más inolvidables de mi vida, un recuerdo que siempre guardaré como un tesoro.

Buckley fue uno de esos escritores que podían ser tanto una inspiración para mis propios escritos como terminar siendo en algunos momentos el camino al precipicio de la desesperación al pensar que debería renunciar a este arte sabiendo que nunca podría ser tan buen escritor como él.

Bill Buckley era tan generoso como inteligente y tan gracioso como educado. Supongo que uno de los secretos que aprendí de Bill Buckley a la hora de desarrollar un movimiento a favor de la libertad humana fue el de animar a otros en aquellas iniciativas que nos unen en una dirección común.

Él era un hombre creyente y de principios y aunque sé que él tenía muchos, muchos amigos de hacía muchísimo más tiempo y de muchísima mayor intimidad que yo, siempre consideraré como una verdadera bendición en mi vida haber sido uno de ellos.

In paradisum deducant te Angeli; in tuo adventu suscipiant te martyres, et perducant te in civitatem sanctam Ierusalem.

Acton InstituteEl padre Robert Sirico es sacerdote católico y presidente del Instituto Acton para el Estudio de la Libertad y la Religión en Grand Rapids, Michigan.

 *Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.

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