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VISITA DE BENEDICTO XVI

En torno a Valencia

En su pontificado, lo mismo que su antecesor, Benedicto XVI tiene muy claro que respecto a la sociedad hay una serie de temas centrales en los que la Iglesia, los cristianos por tanto, tienen que echar el resto, pues son aquellos en los que más perniciosamente se muestra la profunda quiebra de nuestra sociedad, la falla, sobre la que se asienta la cultura ascendente y dominante: el relativismo rampante. Estas cuestiones son la libertad de enseñanza y religiosa, la vida desde el primer momento de su concepción hasta su fin natural y la familia.

En su pontificado, lo mismo que su antecesor, Benedicto XVI tiene muy claro que respecto a la sociedad hay una serie de temas centrales en los que la Iglesia, los cristianos por tanto, tienen que echar el resto, pues son aquellos en los que más perniciosamente se muestra la profunda quiebra de nuestra sociedad, la falla, sobre la que se asienta la cultura ascendente y dominante: el relativismo rampante. Estas cuestiones son la libertad de enseñanza y religiosa, la vida desde el primer momento de su concepción hasta su fin natural y la familia.
El Papa saluda a los fieles antes de comenzar la homilía

Esto último ha sido lo que ha centrado la reciente visita papal a Valencia, aunque, como es evidente, las relaciones con los otros dos temas son manifiestas, los tres se reclaman mutuamente y además, por debajo de ellos, hay un fondo común que el Papa tiene muy presente. En realidad, lo que está en juego es una concepción antropológica y, claro, debajo de una visión del hombre hay una posición metafísica y también teológica. Pero, además de una postura y un compromiso de los creyentes respecto de la sociedad, se trata de una problemática que toca el interior de la Iglesia.

La Iglesia, también el Papa, sabe que no se trata de un modelo familiar o de otro, como si ante la Pasarela Cibeles hubiera que decidirse por la propuesta de uno u otro modista. Detrás de los pronunciamientos de Benedicto XVI, a lo largo de estos memorables días, latía el convencimiento profundo de alguien que sabe que su labor no es de corte y confección, que no se trata de elaborar la oferta más atractiva, en un determinado momento, para obtener el mayor número de adhesiones en la feria de la familia, sino de la verdad sustancial y perdurable sobre el ser humano. Dos son las celadas en las que se quiere hacer caer a todo el que quiera escuchar lo dicho por el Papa Ratzinger: que se trata de una propuesta exclusivamente para cristianos y que es una propuesta relativa a la voluntad del hombre. El ataque frontal se reduce prácticamente a motejarla de anticuada, patriarcal, homófoba, etc.

Panorámica de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, abarrotada en la visita del Papa¿Es algo para cristianos solamente? ¿Es algo que nace de la voluntad humana, por muy papal o eclesial que sea? Ciertamente, en las palabras de Benedicto XVI, ha habido mucho específicamente cristiano, pero sobre un núcleo insufrible para nihilistas y relativistas, sobre la afirmación permanente de que no vale cualquier familia, sino que ésta debe responder a la esencia de lo que es el hombre. La familia, como todo lo referente al hombre, incluidos mujer y varón, no es una página en blanco sobre la que sea indiferente dibujar cualquier cosa. Las acciones del hombre siempre tienen consecuencias y unas son buenas y otras son malas. La libertad no es ni arbitrariedad ni omnipotencia –éstas son unas de las grandes aberraciones de la cultura oficial–. Ni es indiferente que el hombre pueda elegir cualquier cosa, como si la libertad fuera la mano que lanza una moneda al aire, ni los seres humanos tenemos la capacidad de convertir en bueno lo que elijamos, esto no lo puede ni siquiera Dios. El hombre lo que tiene es la posibilidad de elegir el bien, para lo cual se tiene que empeñar en buscar la verdad, para poder conocer y, así poder preferir, la bondad que lo plenifique. Este realismo no es patrimonio exclusivo de católicos, por ello, socialmente la tarea familiar tiene que ser un empeño conjunto de todos aquellos que crean que el sentido de la vida no es algo azaroso o indiferente ni que es creación absoluta de la voluntad humana, pues, si ello fuera así, o la vida no valdría nada o la vida acabaría dependiendo de la voluntad del más fuerte.

Esto, evidentemente, no solamente supone un compromiso con la sociedad, sino que debe tener sus repercusiones en la vida eclesial. No se puede dar por supuesto que todo el mundo crea que hay cosas buenas y malas, no puede ser indiferente en la iniciación cristiana y en la vida sacramental el "para mí esto es así o asá". No se puede limitar la acción pastoral –esto ni siquiera se da en muchos casos– a la trasmisión de unos contenidos, por muy verdaderos que estos sean, pues, si se reciben sobre una mentalidad relativista, se tendrán como otros tantos posibles. Si el cambio de mentalidad (meta-nous), la conversión, no juega un papel decisivo a este respecto, la Iglesia estará consagrando, en su seno, el relativismo.

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