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BENEDICTO XVI

Esperando a San Benito

Se ha hecho ya clásica una cita del famoso libro After virtue del filósofo estadounidense Alasdair MacIntyre, según la cual en esta época de barbarie difusa (recordemos que a su juicio los bárbaros no esperan ya al otro lado de las fronteras, sino que nos gobiernan desde hace tiempo), no estamos esperando a Godot, sino a un nuevo San Benito.

Se ha hecho ya clásica una cita del famoso libro After virtue del filósofo estadounidense Alasdair MacIntyre, según la cual en esta época de barbarie difusa (recordemos que a su juicio los bárbaros no esperan ya al otro lado de las fronteras, sino que nos gobiernan desde hace tiempo), no estamos esperando a Godot, sino a un nuevo San Benito.
San Benito, detalle de retablo
En vísperas de su retiro vacacional, el Papa acaba de recordar que el nombre elegido para su pontificado tiene mucho que ver con el significado de la vida y la obra del Abad de Montecassino, y eso me ha hecho pensar en el mensaje (todavía implícito) que trata de transmitir a toda la Iglesia. Estoy seguro de que Benedicto XVI ha leído la obra de MacIntyre, pero desconozco su grado de identificación con la hipótesis que plantea, por otra parte apasionante: lo fundamental para afrontar la crisis de civilización en que nos hallamos inmersos, sería la construcción de nuevas formas locales de comunidad en las que pueda sostenerse la vida moral e intelectual. En todo caso, en el libro Dios y el mundo, Joseph Ratzinger considera significativo que la fundación de Montecassino coincidiera con el cierre de la Academia de Atenas: una imagen sugestiva del final del mundo antiguo, cuyo mejor patrimonio sería custodiado e integrado en una nueva cultura cristiana por los monjes benedictinos.
 
En su última alocución antes de trasladarse a los Alpes (donde probablemente perfila el texto de su primera encíclica) el Papa subrayó que San Benito buscó, ante todo, dar vida a una comunidad fraterna fundada en la primacía del amor de Cristo, y así sembró, quizás sin darse cuenta, la semilla de una nueva civilización. La pregunta interesante es cómo podría el ideal benedictino plasmar hoy, no ya comunidades que siguen una Regla monástica, sino nuevas formas de comunidad cristiana que respondan al desafío de un siglo XXI post-cristiano en Europa. Al subrayar la indicación benedictina de “no anteponer nada al amor de Cristo”, el Papa advierte frente a cualquier tentación de reducir la vida cristiana a la defensa de algunos valores o a un programa de reforma político-social, pero por otro lado, señala la potencia cultural y civilizadora de ese centro vital benedictino, que se desbordó además en una imprevista capacidad misionera.
 
A comienzos del siglo XXI pueden darse nuevas formas de vida cristiana que no estén necesariamente ceñidas a los muros de los monasterios, pero sí lleven impreso el sello benedictino de hacer de la fe el centro de la vida común, con todas sus preocupaciones e intereses. Espacios de convivencia en los que el trabajo, la educación, la ayuda mutua o la elaboración cultural, nazcan de la conciencia de pertenecer a Cristo; lugares definidos más por la conciencia de sus miembros, que por su anclaje físico a un territorio, siempre variable en nuestras inmensas ciudades; comunidades con una identidad bien precisa, pero unidas fuertemente a la totalidad de la Iglesia; centradas en una profunda experiencia de fe, y al mismo tiempo abiertas al diálogo crítico con el mundo y capaces de protagonizar una nueva misión en el contexto de la ciudad secularizada. Son sólo los trazos, un poco gruesos, de una imagen que puede ir cobrando nitidez con el tiempo. San Benito no se desentendió de la crisis de su tiempo, sino que encontró un camino diferente, y a la larga más fecundo, para superarla, sin uncirse a unas formas decrépitas que amenazaban ruina; un camino anclado en la única novedad que no declina, la de Cristo presente en medio de su Iglesia, el único capaz de regenerar el tejido de la vida personal y social.
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