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EDUCACIÓN SEXUAL PARA NIÑOS DE 6 A 12 AÑOS

Estado masturbador

Así como que el Estado sea aconfesional supone no solamente que los órganos estatales estén desvinculados de cualquier acto de culto o confesión religiosa determinada, sino también que, por no tener religión definida, no imponga ningún credo a los ciudadanos; de la misma manera, la libertad de conciencia e ideológica supone que el Estado no adoctrine o imponga una determinada a la sociedad y sus miembros.

Así como que el Estado sea aconfesional supone no solamente que los órganos estatales estén desvinculados de cualquier acto de culto o confesión religiosa determinada, sino también que, por no tener religión definida, no imponga ningún credo a los ciudadanos; de la misma manera, la libertad de conciencia e ideológica supone que el Estado no adoctrine o imponga una determinada a la sociedad y sus miembros.
Portada del libro La educación sexual de la primera infancia

La amenazante asignatura de educación para la ciudadanía es de temer que pondrá todo esto en tela de juicio aunque, si uno se pone a pensar, el pulso para que la tendencia se invierta e impere desde los estamentos estatales en toda la sociedad una determinada moral que tolere otras posibles, no que respete, es algo que se viene dando desde hace algún tiempo. El Ministerio de Educación ha editado una guía, La educación sexual de niñas y niños de 6 a 12 años, en donde esto, una vez más, queda de manifiesto.

Entre otras perlas, podemos leer en ella: "Un niño de 9 años le dice a su madre: 'un niño me dijo que es malo masturbarse'. La madre le dice que eso no es verdad, que muchas personas se masturban sin hacerse daño ni hacer daño a nadie. Le cuenta que ella también se toca la vulva de vez en cuando y siente placer cuando lo hace". Nos encontramos claramente ante un posicionamiento moral, es decir, sobre lo que el hombre, sea varón o mujer, debe o no hacer en función de lo que debe ser desde lo que es.

Sin entrar en la pobre antropología que destila el relatito, rezumante de tristeza y pesimismo humanos, la moral no es algo que corresponda trasmitir al Estado, al menos si seguimos creyendo en la libertad y en el derecho que los padres tienen de educar a sus hijos. Porque la libertad de enseñanza supone no solamente elegir entre un colegio gestionado por los poderes públicos y otro por una organización privada, sea o no religiosa, sino, sobre todo, la posibilidad de trasmitir a los hijos un determinado universo de valores, para lo cual no son indiferentes los medios pedagógicos que se usen. El Estado, en vez de imponer una determinada cosmovisión moral a quienes no tienen medios económicos para poder garantizarse la educación que les gustaría dar a sus hijos, debería facilitarles a los padres los medios para que pudieran llevar a cabo esta inalienable tarea familiar.

Pero además del derecho a la educación, lo que también se pone en el cadalso es la libertad de conciencia, porque ésta no es la libertad que uno tiene para poderse distanciar del adoctrinamiento y moldeamiento a que le haya sometido el Estado durante su infancia, para así entrar en la casta de los disidentes sociales tolerados por la ideología y moral oficiales. El Estado no está para permitir que algún ciudadano se distancie en conciencia de él, el Estado está al servicio de los ciudadanos y, en este caso determinado, su tarea se concreta en garantizar que ningún individuo ni instancia social imponga su ideología a los demás y que cada uno con libertad tenga la posibilidad de buscar la verdad y manifestar aquello que crea haber encontrado de ella.

Por el contrario, nos encontramos con que se nos impone una moral y además de muy corto vuelo. Una moral en la que lo bueno se identifica con el placer y el mal con el daño, lo cual nos sitúa en el estadio cero de desarrollo del razonamiento moral de Kohlberg, es decir, el más bajo, aquel en el que "lo bueno es lo que quiero y me gusta", aquel más próximo al modo de elección en los simios, guiados por el gusto y el disgusto. Una moral en la que la sexualidad se reduce a genitalidad y donde el cuerpo es instrumentalizado. Una moral en la que el hombre es escindido entre el yo –no digo alma pues en esta mentalidad es algo vitando– y el cuerpo y clausurado en el placer que puede proporcionarse como compensación de los sinsabores de una vida cuyo horizonte no va más allá del tanatorio. Chuparse el dedo es poco para consolarse por haber nacido para morir; las drogas, demasiado caras y problemáticas; siempre nos queda la masturbación, incluidas sus versiones biunívocas, tanto homosexuales como heterosexuales. Y así atontecidos, más fácilmente nos guiarán.
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