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DEBATE SOBRE LA EUTANASIA

Estamos maduros para ser modernizados

Zapatero ha pedido cuatro años más para completar la modernización de España, que es algo así como la utopía de la izquierda radical-laicista en nuestro país. Por si alguno se preguntaba en qué podría consistir la modernización pendiente que postula, el ministro Bermejo acaba de develar uno de sus aspectos. Según ha dicho, la sociedad española ya está madura para afrontar el debate sobre la eutanasia.

Zapatero ha pedido cuatro años más para completar la modernización de España, que es algo así como la utopía de la izquierda radical-laicista en nuestro país. Por si alguno se preguntaba en qué podría consistir la modernización pendiente que postula, el ministro Bermejo acaba de develar uno de sus aspectos. Según ha dicho, la sociedad española ya está madura para afrontar el debate sobre la eutanasia.
Bermejo, antiguo fiscal rojo de Madrid y ahora ministro de Justicia

¡En que poca estima nos tiene el antiguo fiscal rojo de Madrid! Hace mucho tiempo que la sociedad española está sobradamente madura para éste y para cualquier otro debate. De hecho, el debate sobre la eutanasia está sobre el tapete al menos desde hace veinte años, alimentado con toda clase de productos culturales convenientemente aventados desde importantes centros de opinión. Lo que el ministro ha querido decir es que, tras los esfuerzos realizados, existe ya suficiente masa crítica en la opinión pública española como para lanzar este asunto desde la esfera del poder político con garantías de éxito. Al menos eso piensa él, y por desgracia, quizás no sea disparatado.

Sostiene el ministro, con mucha prosopopeya, que los avances del bienestar han propiciado un aumento de la longevidad, y que en ese contexto muchos empiezan a reflexionar sobre el derecho individual a poner la raya final a la propia existencia. Desde luego, habla claro Bermejo. Nada de embozos sobre el sufrimiento intolerable, las situaciones terminales y otras habituales coartadas de la eutanasia. Él va directo al corazón: el derecho individual a decidir cuándo termina la vida, y punto. No sé si alguna vez se habrá producido una apología semejante del suicidio en boca de un ministro en ejercicio, pero ahí lo tenemos: es la modernización para la que ya estamos maduros. Y por si acaso la madurez es aún insuficiente, se ha diseñado la famosa Educación para la ciudadanía, que es algo así como la pedagogía de la modernización de Zapatero.

Que el PSOE acaricia la idea de plantear la eutanasia en su programa es sobradamente conocido, aunque haya preferido hasta ahora dejarla en la recámara por razones tácticas. Lo novedoso es la frivolidad extrema y brutal con la que se nos plantea el asunto por parte de quien se supone que debe velar por el "bien común". Claro que ese concepto debe sonarle a tomismo rancio o, mejor aún, al catecismo de Ripalda. Cuando la política no tiene una base ético-cultural a la que referirse, sino que pretende construir ella misma un nuevo ethos al margen de toda referencia moral previa, la civilización se asoma al precipicio.

Jurgën Habermas con Joseph RatzingerPero no reduzcamos nuestro rechazo a una colección de improperios. He dicho que la presunción de Bermejo quizás no era disparatada, porque es cierto que en la conciencia común de la sociedad se han ido disolviendo los fundamentos que hacen inviolable e indisponible cada vida humana. En efecto, aquí asistimos a una auténtica "disputa sobre lo humano", sobre el significado y el valor de cada persona, sea cual sea su circunstancia. Por eso esta batalla no será sólo, ni principalmente, legislativa. Requerirá un trabajo de reconstrucción cultural y moral a largo plazo.

En su reciente viaje a Austria, el Papa ha citado una advertencia del filósofo Jurgën Habermas, según el cual, para la autoconciencia normativa de la época moderna no existe alternativa a la herencia que configuran la justicia judaica y la ética cristiana del amor. Eso es precisamente lo que está en cuestión, lo que impugnan estos hacedores de quimeras y aprendices de brujo.

Quiero pensar que la Iglesia católica no estará sola a la hora de afrontar este debate. Está claro que sobre ella se va a concentrar, desde ahora mismo, el fuego graneado y preventivo de quienes llevan años introduciendo la eutanasia en nuestra agenda social. Pero este desafío debería propiciar, en el espacio de la laicidad abierta, una amplia plataforma que sumara los esfuerzos y las voces de quienes se reconocen en la afirmación de Habermas y temen la quiebra de los fundamentos mismos de nuestra civilización. El famoso diálogo pendiente entre el catolicismo español y el mundo laico, podría encontrar aquí materia para un entendimiento fecundo. Sería paradójico que pudiésemos agradecerlo al montaraz Bermejo.

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