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LECCIONES DEL PAPA EN ASÍS

Francisco, repara mi casa

El Papa teólogo se ha arrodillado ante la sencilla belleza humana del Poverello de Asís, aquel joven conocido como "el rey de las fiestas", buscador de glorias mundanas y diversiones fatuas, que tras enamorarse de Cristo provocó una verdadera revolución en la Iglesia de su tiempo.

El Papa teólogo se ha arrodillado ante la sencilla belleza humana del Poverello de Asís, aquel joven conocido como "el rey de las fiestas", buscador de glorias mundanas y diversiones fatuas, que tras enamorarse de Cristo provocó una verdadera revolución en la Iglesia de su tiempo.
San Francisco de Asís

Un día escuchó la voz del crucifijo de San Damián, que le encargaba: "Ve Francisco, y repara mi casa". Y ya nada pudo ser igual. Ocho siglos después, Benedicto XVI ha explicado desde Asís el secreto de la renovación de la Iglesia: una lección que nos interesa a todos.

Curioso. Aquel joven que muchos tildaban de estrafalario, que propugnaba seguir el Evangelio sin glosa y que era en su modo de vivir una denuncia andante de los desmanes eclesiásticos de su época, quiso postrarse a los pies de Inocencio III e implorar de él la autorización de su forma de vida. Poco se parece este Francisco a tantos supuestos reformadores que hoy crecen como las setas, marcados por la inquina hacia el sucesor de San Pedro y encantados de adaptar el cristianismo a los tiempos. Estos tienen siempre a mano el manual para su reforma y la lista de los agravios; Francisco, por el contrario, hizo de la obediencia la expresión más radical de la pobreza evangélica y nunca tuvo algo parecido a un programa de reforma.

Entonces, ¿en qué consistió la famosa "reparación de la casa"? Benedicto XVI ha dicho que desde aquel encargo, el camino de Francisco "no consistió más que en el esfuerzo cotidiano de ensimismarse con Cristo", hasta el punto de que las llagas del crucificado llegaron a herir su carne. Aparentemente, una larga cambiada del Papa... pero no. Otro momento de su intervención nos da la clave: "En la disputa sobre el modo recto de ver y de vivir el Evangelio, al final no deciden los argumentos de nuestro pensamiento, decide la realidad de la vida, la comunión vivida y sufrida con Jesús, no sólo en las ideas o en las palabras, sino en lo profundo de la existencia". Es esta suprema afirmación la que me hace reconocer que el Papa Ratzinger se arrodilla ante el Poverello de Asís.

Inmediatamente me ha venido a la mente la reciente denuncia del cardenal Cañizares sobre la situación de la Iglesia en España, que a veces "parece hecha jirones", o el desafío (a la vez soberbio y grotesco) de los curas de Entrevías, o las solidaridades con sabor a desacato de un puñado de teólogos con Jon Sobrino. Pero he pensado también en la atonía de tantas comunidades, en la dificultad para generar personalidades cristianas adultas, en la fatiga para transmitir la fe dentro de las familias. También hoy podemos escuchar aquella misma voz que nos pide: "Anda y repara mi casa". Y lo que decidirá sobre este empeño no será otra cosa que la comunión vivida con Jesús en lo profundo de la existencia. No bastará con poner orden, no bastará un discurso ortodoxo ni organizar mejor las cosas. Es necesario lo único que con frecuencia damos por supuesto: la fe que cambia la vida, que genera la unidad, que produce la alegría; en definitiva, la fe que es el único atractivo capaz de vencer la oscuridad de ésta y de cualquier otra época de la historia.

Uno de mis escritores más queridos, George Bernanos, mostraba en una ocasión su escepticismo sobre ciertos caminos que se proponían para recristianizar Francia, y advertía que son los cristianos los que tienen que "recristianizarse", es decir, vivir su fe realmente, sustancialmente, heroicamente. Pero con frecuencia unos y otros, clérigos y laicos, estamos más preocupados de movilizarnos que de vivir la fe, más interesados en organizarnos que en educar y transmitir la fe. Benedicto XVI no da puntada sin hilo, y no creo que su genial interpretación de San Francisco deba caer en saco roto. Sería un lujo que no nos debemos permitir.

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