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REACCIONES CRÍTICAS A SPE SALVI

Frente a la utopía y el nihilismo

Chascarrillos, sal gorda y mentiras lisas y llanas, poco más nos ha llegado desde las troneras del laicismo mediático sobre la encíclica Spe Salvi. La banalidad con que tratan la mayoría de los medios españoles los asuntos de la Iglesia no permitía que nos hiciéramos ilusiones, pero ante una joya como ésta cabía esperar algo más de solvencia intelectual. Aunque la irritación sorda que ha causado este texto en ciertos ambientes no es para echar en saco roto: nos dice mucho sobre el momento que estamos viviendo.

Chascarrillos, sal gorda y mentiras lisas y llanas, poco más nos ha llegado desde las troneras del laicismo mediático sobre la encíclica Spe Salvi. La banalidad con que tratan la mayoría de los medios españoles los asuntos de la Iglesia no permitía que nos hiciéramos ilusiones, pero ante una joya como ésta cabía esperar algo más de solvencia intelectual. Aunque la irritación sorda que ha causado este texto en ciertos ambientes no es para echar en saco roto: nos dice mucho sobre el momento que estamos viviendo.
Benedicto XVI

Entre los reproches cosechados, el de mayor calado es el que denuncia el rostro antimoderno de Benedicto XVI. El titular de El País afirmaba que con esta encíclica vuelve el integrismo preconciliar, es decir, que antes del Vaticano II (¡veinte siglos de fe cristiana nos contemplan!) catolicismo era igual a integrismo, sin más. La simpleza asusta, pero es que todo vale cuando se trata de demoler la imagen de un enemigo peligroso, y por lo que se ve, el Papa Ratzinger lo es. Y sin embargo, hay que insistir en que el diálogo de la Iglesia con la modernidad es un eje central del programa de este pontificado. Un diálogo llevado a cabo con franqueza y simpatía, pero sin trampas, con una crítica limpia y libre de prejuicios. En este sentido, la Spe Salvi forma parte de un eje trazado por el discurso a la Curia de Diciembre de 2005, la lección de Ratisbona y la intervención en el Congreso de la Iglesia italiana en Verona. Lo que el Papa reclama es una autocrítica de la modernidad en diálogo con el cristianismo y su concepción de la esperanza, para corregir los errores que han producido auténticos desastres en la historia reciente.

La Spe Salvi denuncia la deriva de la modernidad hacia la utopía, al concebir a la ciencia y a la política como garantes de la esperanza del hombre. Como denunciaba T. S. Eliot, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza de la instauración de un mundo perfecto, en el que ya no sería necesario "el esfuerzo de ser buenos". Precisamente en este punto, el canto a la libertad humana que realiza Benedicto XVI es uno de los más hermosos que recuerdo, y es curioso que no sea apreciado precisamente por quienes han hecho de la exaltación de la libertad su santo y seña. El Papa invoca la amplitud de la razón del hombre (que estaba inicialmente en el programa de la modernidad) para conjurar la pretensión mesiánica de la ciencia y de la política, y recuerda que también desde el mundo laico (Adorno y Horkhaimer) se ha criticado esa idea de progreso.

La alternativa que propone Benedicto XVI no es la vuelta a la cristiandad medieval (imposible por otra parte), sino una verdadera laicidad consciente de los límites de toda construcción terrena y abierta a la pregunta religiosa que es constitutiva de la naturaleza humana. Es en ese contexto en el que la Iglesia realiza su misión con el anuncio del Dios que tiene un rostro humano, como respuesta a la esperanza cierta pero indescifrable de todo hombre.

Entonces, ¿a qué viene tanta aversión? Intuyo que lo que ha irritado a los santones de una cierta modernidad es precisamente que Benedicto XVI entre sin complejos en diálogo con la cultura contemporánea, sin aceptar ese papel de víctima que tradicionalmente se ha adjudicado a la Iglesia y que, por desgracia, no pocos eclesiásticos han aceptado durante demasiado tiempo.

Theodor Adorno, uno de los autores a los que Ratzinger contesta en Spe SalviOtro titular "divertido" sobre la encíclica, es el que utiliza la información del diario El Mundo, según el cual el Papa responsabiliza a los ateos de los peores males de la historia. Creo que es difícil encontrar en la literatura cristiana de todos los tiempos mayor simpatía para la búsqueda del hombre que la que podemos encontrar en los escritos del Papa Ratzinger. En la Spe Salvi no hay una sola palabra de reproche hacia la oscuridad del hombre frente al Misterio, por el contrario, se refleja una comprensión hacia los motivos que han conducido a tantos hombres a "protestar" frente a un Dios que no han llegado a conocer verdaderamente. El Papa concede crédito a las "razones" de Bacon, Marx o Adorno y dialoga con ellas. Desde luego, señala sus límites y somete a juicio las consecuencias de sus tesis, pero no hay sombra de desprecio ni de acusación personal.

La severidad del Papa se dirige, con toda razón, a las ideologías que han hecho del ateísmo una especie de verdad científico-política y que han tratado de arrancar (muchas veces mediante la violencia) la pregunta religiosa del ámbito de la razón humana. Benedicto XVI sabe ser punzante cuando está en juego la constitución esencial de lo humano, y por eso reprocha al marxismo que haya "olvidado al hombre y a su libertad", que haya pretendido salvarlo creando nuevas condiciones económicas. Y así, "en lugar de alumbrar un mundo sano, ha dejado tras de sí una destrucción desoladora"

Una tercera acusación contra la encíclica se refiere a que haya desempolvado "las cosas del más allá", asustándonos con el Juicio, el purgatorio y el infierno. En una carta dedicada a explicar el contenido de la esperanza cristiana no podía faltar un capítulo dedicado al Juicio que, como dice el Papa, ha sido siempre para los cristianos "criterio para ordenar la vida presente, llamada a su conciencia y esperanza en la justicia de Dios". El malestar que ha provocado esta parte de la encíclica tiene mucho que ver con la pretensión de reducir al cristianismo a mero proyecto de transformación político-social, a mera educación para la ciudadanía, pero resulta que la vida eterna pertenece al núcleo esencial del anuncio cristiano y así será hasta el final de los tiempos.

En su habitual destilación de rencor hacia la Iglesia, Antonio Gala llega a acusar al Papa de soberbia espiritual por afirmar que la ausencia de Dios está ligada a la desesperanza y que, por el contrario, el fundamento de la esperanza sólo puede ser el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Parece como si dijera: "Pero bueno, ¿por quién te tienes? ¡Qué pretensión!", como si a estas alturas alguien pudiera ofrecernos una respuesta fiable al vacío y a la orfandad de nuestra vida diaria. Exactamente el mismo escándalo que provocó Jesús. Exactamente la misma razón por la que los sencillos de corazón lo han buscado y lo han seguido desde hace más de veinte siglos.

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