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ENCENDER DE NUEVO LA CHISPA

Iglesia en España: una cuestión de fondo

Metidos en el vértigo del debate político-social, que aumenta grados cada día que pasa, los católicos españoles podemos perder de vista una cuestión radical, que ha venido a recordar, con su habitual perspicacia, Fernando Sebastián.

Metidos en el vértigo del debate político-social, que aumenta grados cada día que pasa, los católicos españoles podemos perder de vista una cuestión radical, que ha venido a recordar, con su habitual perspicacia, Fernando Sebastián.
«Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios»

El arzobispo de Pamplona advertía en su última carta que no podemos pensar que el decaimiento de la fe y su marginación social sean consecuencia de una determinada política (aunque la política influye y condiciona, por supuesto); el mal es más profundo, y nace en el corazón de las personas, y ese es el monumental desafío que la Iglesia tiene planteado en estos momentos. Está claro que los católicos debemos defender nuestros legítimos derechos en todos los ámbitos de la vida pública, amén de aportar al debate social y político la savia de la doctrina social de la Iglesia: eso es parte de nuestra misión, y redundará en bien de todos, creyentes y no creyentes. Hemos avanzado mucho en todo eso, y la movilización del sujeto social católico es una notable novedad en el panorama de la actualidad español que no se puede pasar por alto.

Pero no olvidemos que al mismo tiempo, millones de hombres y mujeres de nuestra sociedad se han alejado profundamente de sus raíces cristianas, o simplemente no han escuchado ya el anuncio claro y limpio de la Buena Nueva; además este proceso sigue su curso, y hay razones para temer que lo hace a velocidad de crucero, impulsado por factores externos e internos a la propia Iglesia. Y como subrayaba Sebastián, la tarea central de la Iglesia es la evangelización, atraer a las gentes al reconocimiento del Dios que se ha revelado en Jesucristo, permitiéndoles encontrar la vida cristiana como un hecho presente en nuestras calles y plazas. Hay muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo que ya no perciben la propuesta de la fe como algo relevante para sus vidas; no es que rechacen la fe, es que ni siquiera consideran que sea una posibilidad para afrontar sus angustias y sostener sus esperanzas. Y ante esto, que Dios nos libre de la autocrítica lamentosa y masoquista tan típica de algunos ambientes eclesiales, pero que nos libre también del conformismo y la autosatisfacción, porque no podemos echarle la culpa de nuestra debilidad al empedrado.

Somos nosotros, los católicos de esta hora, quienes tenemos la tarea de mostrar a todos que Jesucristo no es un fantasma del pasado, sino que sigue presente y operante en medio de esta comunidad, por más heridas que lleve en su piel. Nos toca a nosotros mostrar que la fe no recorta sino que da plenitud a todas las dimensiones del hombre, que no nos ancla en el pasado sino que nos lanza a los espacios abiertos del futuro. Con una imagen muy sugestiva, Benedicto XVI acaba de pedir a los obispos austriacos que tomen una serie de medidas misioneras para lograr “un cambio de ruta”, y tras reconocer las dificultades de un ambiente muchas veces hostil, y las debilidades internas de la Iglesia, les ha recordado bellamente que “la chispa del celo cristiano puede volver a encenderse”. Pero eso sí, deberá encenderse primero en el seno de nuestras propias comunidades cristianas y sólo así podrá calar después en esta tierra amarga y dura de nuestra época. Con razón dice el arzobispo Sebastián que ésta es la hora de la humildad, de la paciencia y de la esperanza.
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