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EL PAPEL DE LA IGLESIA EN LA DEMOCRACIA

Instrumento de reconciliación y unidad

“Se ha escrito recientemente que la Iglesia española es un peligro para la democracia. Querría demostrar la importante aportación de la Iglesia española al establecimiento de la democracia y el perfecto derecho de los católicos españoles a ser reconocidos como ciudadanos de pleno derecho sin sospechas ni restricciones de ninguna clase”.

“Se ha escrito recientemente que la Iglesia española es un peligro para la democracia. Querría demostrar la importante aportación de la Iglesia española al establecimiento de la democracia y el perfecto derecho de los católicos españoles a ser reconocidos como ciudadanos de pleno derecho sin sospechas ni restricciones de ninguna clase”.
El Cardenal Tarancón, pieza clave en la transición democrática española

Con estas palabras, Monseñor Fernando Sebastián, Arzobispo de Pamplona y Tudela y Presidente de la Fundación Pablo VI, inició la lección de apertura del año académico 2005-2006, el pasado día diecinueve de octubre, en la Universidad Pontificia de Salamanca – Campus de Madrid. Con la claridad que le caracteriza, la credibilidad que atesora por el protagonismo ejercido en el periodo de transición del franquismo a la democracia y en el tono de testigo privilegiado de la historia reciente de España, Monseñor Sebastián disertó sobre "La aportación de la Iglesia a nuestra democracia". Empezó por recordar los acontecimientos de los años 1931 al 1937. Es necesario retroceder en la historia para entender cómo los acontecimientos de aquellos años, pasando por la etapa del franquismo, condicionan, para bien y para mal, la percepción que tenemos sobre la aportación imprescindible de la Iglesia a la transición democrática, que condujo a la Constitución de 1978, y al largo periodo de gobiernos socialistas que le siguieron. Sin duda, ahí está la verdad histórica que atestigua el análisis de Monseñor Sebastián: “sin la colaboración de la Iglesia española y de la Iglesia universal hubiera sido muy difícil alcanzar la vida en libertad que ahora disfrutan todos los españoles”.

Monseñor Fernando Sebastián recordó el papel de la Iglesia durante la Segunda RepúblicaEsta lección inaugural sugiere la necesidad de hacer memoria histórica entre los católicos para extraer las enseñanzas adecuadas y no caer en viejos errores, complejos y sentimientos de culpabilidad paralizantes. Para cuantos participamos y vivimos la transición a la democracia en Portugal y en España en los años setenta, sabemos lo que cuesta y lo que vale la libertad: la buscamos, la trabajamos y tuvimos la suerte de compartirla con ciudadanos franceses, alemanes, belgas, holandeses, luxemburgueses e italianos saliendo de nuestro país; aprendimos prácticas políticas como ciudadanos y estuvimos, en grupos de base, en la preparación del camino que la trajo. Nos quedan recuerdos imborrables de políticos con una formación y un prestigio que no son frecuentes en los políticos actuales. Por otro lado, nos queda la sensación de que las generaciones que nacieron con la libertad y la democracia no experimentan cuánto nos cuesta perderlas o estar en peligro de perderlas o verlas obstaculizadas. En unos casos por el desconocimiento de nuestra historia (el fraude LOGSE y el sectarismo cultural dominante); y en otros porque les traemos distraídos con alienaciones varias.

Recordando aquellos acontecimientos, Fernando Sebastián decía que “desde el año 1931 la izquierda había emprendido un programa de reforma cultural de la sociedad española que afectaba profundamente a la Iglesia y a las tradiciones de significado religioso y católico”. Las persecuciones del laicismo agresivo dejaban un resultado cuyas cifras hablan por si solas: en sólo un año, fueron fusilados 14 obispos y 7.000 sacerdotes, y más de 20.000 cristianos fueron asesinados por el simple hecho de serlo. Incendios y destrucción de iglesias, 410 incendiadas y saqueadas desde febrero a julio de 1936.

Pio XI, autor de la encíclica Divini RedemptorisEn ese tiempo (1937), estaban en auge los totalitarismos: el comunismo, el nazismo y el fascismo. En la encíclica Divini Redemptoris, sobre la naturaleza materialista y los efectos destructivos del comunismo, el Papa Pío XI denunció que en las regiones en que este laicismo agresivo había podido dominar, se había esforzado con todos los medios por destruir la matriz cristiana de la cultura y borrar totalmente el recuerdo de la religión cristiana en el corazón de los ciudadanos, especialmente de la juventud” (n. 19). Pío XI se refería a los pueblos de Rusia y Méjico, y a “nuestra queridísima España” donde dice que se ha desencadenado con una violencia más furibunda. La descripción del Papa muestra que le embargaba un dolor enorme, a la vez que manifestaba un conocimiento exacto de lo que estaba pasando en nuestra patria. Ante tanta manipulación e intento de inventar interesadamente la historia, vale la pena recordarlo. “No se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro convento, sino que, cuando le ha sido posible, ha destruido todas las iglesias, todos los conventos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin reparar en el valor artístico y científico de los monumentos religiosos. El furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que, además, ha matado a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro siglo” (n. 20).

A pesar de este agresivo proceso de secularización, vivido en el ámbito católico como una verdadera persecución, los católicos intentaron participar en la vida democrática, organizándose políticamente en diferentes partidos y confederaciones. Mientras, los Obispos procuraron sinceramente mantener a los católicos en el acatamiento de las autoridades legítimamente constituidas y actuar pacíficamente en el marco de las leyes vigentes. En los años sucesivos hasta 1937, las intervenciones de los Obispos españoles contienen idénticos llamamientos. A pesar de lo cual no fueron capaces de parar los enfrentamientos y el drama de la guerra. La Iglesia no promovió el alzamiento. La Iglesia no quiso ni provocó ni alentó la guerra civil, al contrario, trató de evitarla e intentó fortalecer la paz con el perdón. Pero, dicen los Obispos españoles en una carta dirigida a los Episcopados del mundo, la guerra era el fruto previsible de la temeridad y la injusticia de quienes no supieron gobernar según justicia.

Hoy es fácil acusar a los católicos de connivencia con cuarenta años de franquismo, sobre todo a partir del Concordato de 1953, y asumimos esa parte de nuestra historia como ciudadanos. Aunque muchos de los que acusan hayan crecido a la sombra de la Iglesia. Pero, conocida la dramática situación a la que la izquierda española había conducido el pueblo, es comprensible que, aun con frecuentes dudas de conciencia, los católicos hayan adherido no al sector que les perseguía a muerte sino a aquellos que les ofrecían garantías y seguridad.

Una mirada justa y objetiva al pasado podría ayudarnos a buscar caminos de entendimiento, reconciliación y colaboración recíproca. Cuando algunos pretenden inventar la historia, condecorar a genocidas implicados en los asesinatos de aquella etapa convulsa, no es agradable recordar lo que pasó. Pero debemos conocerlo y darlo a conocer. Hoy, desgraciadamente, de manera intensa desde los acontecimientos del 11 al 14-M, la izquierda española, –socialistas, comunistas y republicanos separatistas–, conducida por un “rojo de solemnidad”, parece interesada en borrar, de la memoria de los españoles, todos los esfuerzos de consenso y reconciliación de la transición, y repetir el programa de los años treinta.

Tengo la convicción de que los católicos nos arrepentimos de los pecados cometidos en esa etapa de la historia, ya hemos pedido perdón. Pero es de justicia recordar que la misma Iglesia, que trabajó para que no hubiera guerra civil entre los españoles, ayudó, de manera imprescindible, a traer la democracia, especialmente a partir del Concilio Vaticano II (1962-65). Pero de eso escribiré en otro momento.

Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social “León XIII”
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