En el Congreso de los Diputados, el proyecto de ley sobre el pseudo matrimonio de homosexuales, incluida la adopción de niños por ellos, dio un paso adelante. En el mismo hemiciclo se aprobó la reforma de la ley del divorcio para poder dar paso a la modalidad exprés del mismo o, lo que es igual, la descafeinización casi completa del matrimonio civil. En la Asamblea madrileña, PP, PSOE e IU aprobaron una proposición no de ley por la que se insta a Esperanza Aguirre a que cree un centro para la investigación con células madre, incluidas las de embriones; no es una novedad absoluta, pues ya, en tiempo del gobierno de J. M. Aznar, la Ley de Reproducción asistida, que se aprobó en 2003, lo preveía y así ha tenido ello cabida ya en Andalucía, Cataluña y Valencia.
Los tres hechos son de una gran importancia moral y, por tanto, también social, pues en ellos quedan afectados seriamente el matrimonio, la familia y la vida humana. Desde esta situación, preguntas como qué es el matrimonio, qué es la familia o qué es un hombre, varón o mujer, difícilmente pueden encontrar una respuesta; en el relativismo y nihilismo morales reinantes no importa demasiado la verdad o la bondad, pues lo que prima es la arbitrariedad voluntarista del yo que decide, a lo sumo la cuestión es mantener la buena apariencia de las palabras, vaciadas a raudales de contenido. Marco Junio Bruto, uno de los asesinos de Julio César, al suicidarse dijo: "¡Oh virtud miserable, eres una mera palabra, y yo te seguía como si fueses algo, pero te sometes a la fortuna!". Occidente decía perseguir la verdad, pero ha estado intentando matar el horizonte de eternidad del hombre, constriñéndolo en los límites de la mera razón, y ahora, mientras se suicida envuelto en la cultura de la muerte, dice, en nominalista delirio, que todo son palabras, que todo depende del vaivén de las modas.
Pero lo más grave de los tres hechos no está en ellos mismos, con todo lo que lo son, sino en el caldo social que los hace posible. Es verdad que ha habido personas que individualmente como tales se han movido, incluso recogiendo medio millón de firmas, pero socialmente hay aceptación, aunque sea solamente por el procedimiento del encogimiento de hombros. Es lo que se lleva. Y el "se" impersonal, donde se concentra la presión de lo social, cobra un peso muy particular en sociedades tan masificadas como las nuestras.
¿Qué podemos hacer? ¿Qué puede hacer la Iglesia? Todas las declaraciones que se hagan serán buenas. Pero si siguen siendo la excepción los católicos que quieren vivir conforme al magisterio eclesial, el crédito de las palabras estará seriamente cuestionado ante la enorme diferencia entre lo predicado y lo que de hecho acepta y quiere vivir una parte no precisamente pequeña de los que se dicen católicos. Hay tres posibles soluciones: adaptarse a lo que pide la gente, es decir, lo que vulgarmente se llama modernizarse; continuar como hasta ahora, no vinculando los sacramentos sin que esto esté demasiado vinculado a la maduración de la fe, que se deja en manos de un hipotético futuro; llevar a cabo una pastoral en la que la personalización y maduración de la fe estén vinculadas a los sacramentos y estos a aquellas.