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EUTANASIA

La angustia innecesaria

La ministra Salgado ha tenido mala suerte, porque su acusación a la Iglesia de haber creado un falso debate sobre la eutanasia y haber provocado una “preocupación y angustia innecesarias entre las personas mayores” se ha conocido el mismo día en que Tele 5 rompía su cuota de pantalla con un reality show centrado en la apología del suicidio asistido de Ramón Sampedro. Como si fuera una estrella de Hollywood, Ramona Maneiro apareció en escena para confesar, orgullosa y desafiante, que ella proporcionó a Sampedro la solución de cianuro requerida para quitarse la vida.

La ministra Salgado ha tenido mala suerte, porque su acusación a la Iglesia de haber creado un falso debate sobre la eutanasia y haber provocado una “preocupación y angustia innecesarias entre las personas mayores” se ha conocido el mismo día en que Tele 5 rompía su cuota de pantalla con un reality show centrado en la apología del suicidio asistido de Ramón Sampedro. Como si fuera una estrella de Hollywood, Ramona Maneiro apareció en escena para confesar, orgullosa y desafiante, que ella proporcionó a Sampedro la solución de cianuro requerida para quitarse la vida.
Ramona Maneiro ayudó a Ramón Sampedro a suicidarse.
Una vez prescrito su delito, la “valerosa amiga” del tetrapléjico gallego ha puesto mucho empeño en servir a la triste causa de siempre: la aceptación social de la eutanasia, como paso previo a su legalización por parte de un Gobierno hambriento de banderas de progreso y modernidad.
       
Tiene razón Salgado en que, sobre este asunto, el Gobierno no ha llevado la batuta. Otros llevan mucho tiempo en esta batalla, con poderosos apoyos intelectuales y mediáticos, pero ni ZP ni sus ministros han escondido el alborozo casi salvaje que les producía esta causa, cuyo icono evidente ha sido la película Mar adentro, en cuyo estreno desembarcaron sin rubor hasta siete miembros del Gabinete, por si quedaban dudas.
 
Cierto, la simpatía no era sólo hacia la causa de la eutanasia, sino hacia lo que está detrás: hacia esa imagen del hombre que se autodetermina, liberado de cualquier vínculo o dependencia moral, dueño absoluto de la vida y de la muerte, cuya forma y significado puede plasmar a su antojo simplemente porque es nada, una pasión inútil, que diría el maestro Sartre.        
 
Pero, en lo que se refiere a la eutanasia, el Gobierno echó freno y marcha atrás. Temeroso quizás de un resbalón en lo que más le duele, su imagen de benefactor y garante de una humanidad feliz, el Gabinete de Zapatero acalló las voces del PSOE y de su entorno cultural que demandaban pisar a fondo el acelerador para ponernos a la altura del bólido holandés. ¡Qué referente, amigos, ese de los Países Bajos! No sé si serían los datos del CIS, o la percepción de que ya era demasiado, lo cierto es que la conclusión fue que la sociedad no estaba madura. Seguramente precisa de unas cuantas sesiones más como la del lunes en Tele 5, o de una pedagogía “tipo de la Vega”, para aceptar con alegría esta nueva frontera.
 
Me ha rechinado especialmente el cinismo de la ministra Salgado, porque casa mal con su elegancia y su porte de gran señora (y aquí no hay sombra de ironía). Sí, señora ministra, es enormemente injusto hacer sufrir de este modo a los ancianos. Bien está que usted reconozca que la eutanasia, caso de legalizarse, causará gran temor y sufrimiento en esa franja de la sociedad, aunque no sólo en ella. En Holanda, ese referente dorado de todos los progresos que nos anuncian, son miles las personas a las que se aplica esta solución final cada año sin que lo hayan reclamado: no es extraño que cunda el temor.
 
Pero dudo mucho de que la Iglesia sea quien asuste a los ancianos, porque su modesta campaña afirmaba tan solo que “tienes toda una vida para ser vivida”. Sí, toda una vida y toda la vida, porque incluso cuando es terriblemente dolorosa y limitada tiene un significado y una dignidad infinita a los ojos de Dios, pero también a los de cualquiera que sepa mirar la realidad humana lealmente, sin los anteojos de la ideología. Conviene, eso sí, tener cerca una presencia amiga que te recuerde que la vida es preciosa, que no te haga pensar que, debido a sus dolores y fatigas, es chatarra que se puede eliminar impunemente... y, encima, por tu bien. Qué tristeza, doña Elena.
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