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DIÁLOGO CON EL ISLAM

La apuesta del Papa Ratzinger

Durante su última (y definitiva) explicación del discurso de Ratisbona, Benedicto XVI sintetizó el núcleo de su discurso sin ceder un ápice a cualquier tentación de aguarlo: "la religión no va unida a la violencia sino a la razón", y esta racionalidad debe guiar siempre la transmisión de la fe.

Durante su última (y definitiva) explicación del discurso de Ratisbona, Benedicto XVI sintetizó el núcleo de su discurso sin ceder un ápice a cualquier tentación de aguarlo: "la religión no va unida a la violencia sino a la razón", y esta racionalidad debe guiar siempre la transmisión de la fe.
El Papa saluda a uno de los embajadores que recibió en Castelgandolfo

El Papa concluyó deseando (y no es un "piadoso deseo", ni una frase retórica) que sus palabras sirvan de estímulo para "un diálogo positivo, incluso autocrítico, tanto entre las religiones como entre la fe cristiana y la razón moderna". La elección de las palabras tiene aquí precisión quirúrgica, y conviene no perder ninguno de los registros.

El pasado lunes Benedicto XVI recibió en Castelgandolfo a veintidós representantes del mundo islámico, a los que dirigió un discurso cálido y exigente al mismo tiempo, trenzado de simpatía hacia la religiosidad de los creyentes musulmanes pero lleno de sinceridad y de anhelo de una relación basada en el respeto recíproco y en la búsqueda de la verdad. En definitiva, un diálogo positivo y al tiempo crítico, que ayude a purificar las formas históricas en que se han expresado a lo largo de los siglos tanto la religión cristiana como la musulmana.

Algunos temían que, presionado por las circunstancias, el Papa diese marcha atrás; yo sin embargo descubro aquí los mimbres de un nuevo planteamiento para el diálogo imprescindible de la Iglesia con el mundo islámico, que deje atrás elipsis y tabúes, que no se conforme con buenas palabras y espesos silencios, sino que afronte el corazón de los problemas.

No es que la reunión del lunes estuviese exenta de riesgos, desde el perfil de los interlocutores (la mayoría embajadores) hasta la imagen de una retirada táctica del Papa ante el incendio islámico. De hecho, algunos laicos que habían agradecido el valor de Benedicto XVI en Ratisbona ya empezaban a mostrar su frustración. Mi interpretación es la contraria: el Papa ha jugado fuerte y hasta el fondo, pero no de una manera ideológica (como algunos esperaban) sino como Pastor de la Iglesia universal, que es lo que le corresponde. En este discurso vuelve sobre su preocupación principal: en un mundo marcado por el relativismo, se tiende a excluir a Dios de la universalidad de la razón. ¿Pueden cristianismo e Islam compartir una responsabilidad frente a este desafío contemporáneo? Para ello el Islam deberá hacer cuentas (no lo dice el Papa, lo deduzco yo) con su concepción de la razón y de la libertad humanas.

Segundo punto esencial del discurso: cristianos y musulmanes deben trabajar juntos para oponerse a toda forma de intolerancia y a cualquier manifestación de violencia, con una especial responsabilidad de las autoridades religiosas en esta materia. Aquí el aldabonazo es también claro, especialmente después de una semana de reacciones entre las que no han faltado agresiones a personas y templos cristianos en buena parte del orbe musulmán, sin olvidar el asesinato de sor Leonella Sgorbati en Somalia y sendos atentados contra iglesias católicas en Gaza y en Irak, así como la sospechosa aceleración de las ejecuciones de tres católicos en Indonesia.

El tercer nudo que engarza la columna vertebral del discurso se centra en la necesaria reciprocidad como base del verdadero diálogo, especialmente en lo que se refiere a la libertad religiosa, asunto del que no hemos oído ni una palabra en los días pasados ni a los líderes musulmanes ni a los críticos occidentales de la lección de Ratisbona. Ya es hora de plantear con claridad a nuestros hermanos musulmanes que la situación de millones de cristianos en tierras del islam es sencillamente intolerable desde el punto de vista de los derechos humanos elementales. Diálogo sí, y cuanto más sincero y profundo, mejor, pero juegos florales de los que tanto gustan a los multiculturalistas de diverso pelaje, no.

Benedicto XVI ha dejado claro que el diálogo debe basarse en el respeto de la identidad y de la libertad de cada uno, y eso implica que para avanzar, se deben poder plantear con sinceridad las cuestiones espinosas, sin que eso suponga la erupción de un volcán que amenaza con hacer saltar todo por los aires. Hay quien augura, a medio plazo, un efecto positivo del incidente de Ratisbona: el estreno de una etapa de diálogo sobre bases nuevas, entre la Iglesia católica y el mundo musulmán. Sólo el tiempo nos dirá si es posible recorrer esta vía, pero por lo pronto, el Papa ya ha lanzado su apuesta.
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