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EL PAPA Y LA CIENCIA CONTEMPORÁNEA

La ciencia sorda y el mito de Ícaro

Una de las constantes en las intervenciones de Benedicto XVI, que se ha intensificado desde su reciente viaje a Baviera, es el reclamo a la ciencia para que salvaguarde la integridad de lo humano, lo que implica no disminuir, y menos aún amputar, la tensión hacia el bien y la verdad auténticos.

Una de las constantes en las intervenciones de Benedicto XVI, que se ha intensificado desde su reciente viaje a Baviera, es el reclamo a la ciencia para que salvaguarde la integridad de lo humano, lo que implica no disminuir, y menos aún amputar, la tensión hacia el bien y la verdad auténticos.
'La caída de Icaro' del pintor Jacob Peter Gowi (Escuela Flamenca)

El Papa insiste en la maravilla que supone el desarrollo de la ciencia y sus desarrollos tecnológicos, pero también advierte frente a un aislamiento creciente de las ciencias experimentales, presas de un endiosamiento que ha cortado los vínculos con la filosofía y la teología, desalojando así de su ámbito la pregunta por el significado de las cosas.

Es urgente recuperar un diálogo fecundo que abra la perspectiva de la propia ciencia, rompiendo así el monopolio destructivo de una racionalidad técnica que se erige como única forma válida de conocimiento, al tiempo que deserta de la búsqueda de la verdad que ha sido el motor de toda civilización. Durante su célebre lección de Ratisbona, Benedicto XVI afirmó que la razón propia de las ciencias naturales lleva consigo un interrogante que trasciende las posibilidades de su propio método. Es decir, la pregunta nace en el propio ámbito de trabajo de las ciencias, pero éstas deben plantearla a otros niveles y formas de pensar, porque de otro modo se corta el propio impulso de la razón. Ese es el meollo de la incomprensión actual frente a la postura de la Iglesia en temas como la clonación o la experimentación de embriones, de triste actualidad en nuestro país.

Hace pocos días, durante el gran encuentro de la Iglesia italiana en Verona, el Papa retomó este asunto recordando la afirmación de Galileo Galilei según la cual, "el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático". La matemática es una creación de la inteligencia humana, por tanto la correspondencia entre sus estructuras y las estructuras reales del universo suscita nuestra admiración y plantea la cuestión inevitable de "si no debe existir una única inteligencia originaria que sea la fuente común de una y de otra". Benedicto XVI arranca de Galileo (uno de los grandes iconos de la ciencia moderna) el desafío a una razón científica que se ha hecho sorda y ciega frente a las grandes preguntas de la vida humana. Sobre esta base, ha dicho el Papa, es posible alargar los espacios de nuestra racionalidad, y reabrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien.

El último paso (que seguramente no será el último) lo ha formulado el Papa durante su visita a la Pontificia Universidad Lateranense. Allí ha dibujado ante alumnos y profesores un contexto cultural que "parece otorgar la primacía a una inteligencia artificial cada vez más sometida a la técnica experimental, olvidando que toda ciencia debe salvaguardar al ser humano y promover su tensión hacia el bien auténtico". Y en este punto, Benedicto XVI ha planteado la más dramática advertencia a un modo de enfocar la investigación científica que por desgracia parece dominar hoy el campo: si no se salvaguardan los criterios que proceden de una visión más profunda (la que procede de una apertura a las grandes preguntas sobre el sentido y el valor de la vida humana) "será fácil caer en el drama del que hablaba en antiguo mito de Ícaro: preso del gusto por volar hacia la libertad absoluta, se acerca cada vez más al sol, olvidando que las alas con las que se ha alzado son de cera". El Papa concluye que la caída y la muerte son el precio que el protagonista paga por esta ilusión, y subraya que esta fábula contiene una lección de valor perenne. Algo más que una advertencia, cuando se abre en España el debate sobre la ley de investigación biomédica.
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