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CINE

La clase

La última película de Laurent Cantet ha triunfado en el Festival de Cannes llevándose la Palma de Oro. Cantet ya había mostrado sus cartas en El empleo del tiempo, Recursos humanos y Hacia el sur.

La última película de Laurent Cantet ha triunfado en el Festival de Cannes llevándose la Palma de Oro. Cantet ya había mostrado sus cartas en El empleo del tiempo, Recursos humanos y Hacia el sur.

Se había mostrado como un director interesado por los problemas de naturaleza social, y a la vez muy pegado a la mentalidad progresista francesa. Con La clase confirma ambas tendencias, además de volver a poner sobre la mesa la cuestión de la emergencia educativa.

El film está indudablemente bien hecho, consiguiendo un creíble aspecto documental. Se inspira en el libro autobiográfico de François Bégadeau, Entre les murs, en el que este profesor cuenta sus experiencias educativas. Además interpreta su propio papel en el film. El argumento transcurre en un instituto de París, que cuenta con un número muy considerable de inmigrantes. Musulmanes, negros, blancos y chinos conviven por obligación bajo un mismo techo durante nueve meses, en un ambiente de escasa motivación y conflictos latentes. François es profesor de lengua y tratará de aprovechar el tiempo aunque pocas veces lo conseguirá. Algunos incidentes desagradables consiguen afectar seriamente a François. Pero siempre estará al pie del cañón.

Al film se le agradece un cierto realismo ausente de otros films de tono más utópico. No se idealizan demasiado las situaciones ni se edulcora ese pozo sin fondo de la adolescencia. El profesor es un hombre que se esfuerza por atraer la atención de sus alumnos pero que tiene casi todo en contra. En ese sentido, La clase es una interesante constatación de la situación educativa occidental: una multiculturalidad que diluye el valor de la propia tradición, una situación familiar frecuentemente en las antípodas de la preocupación educativa, una crisis del principio de autoridad, una falta de motivación, sentido y horizonte por parte de los alumnos, una democratización excesiva de las relaciones educativas dentro del instituto, un formalismo en la gestión de las situaciones de crisis y un etcétera que pone de manifiesto la urgencia de afrontar las preguntas de en qué consiste educar y cómo hacerlo en una sociedad semejante a aquella que vio hundirse el Imperio Romano.

El lado oscuro del film es que aparte de constatar esta inquietante situación, apenas propone más. El profesor está indefenso, sucumbe a menudo a su propia instintividad y no hay ninguna propuesta "fuerte" que supere desidias y relativismos. En definitiva, ese instituto gestiona correctamente el caos, pero no aporta ningún punto de fuga consistente. Esa gestión del caos parece coincidir con los planteamientos de la izquierda laicista europea, que al renunciar a los principios de "objetividad" y "verdad" como pilares de la "razón educativa", es incapaz de salir de un nihilismo y un relativismo que son en esencia incompatibles con la noción de "educación". En ese sentido, el film tiene algo en común con Ser y tener, documental también francés sobre una escuela rural, en la que el maestro, un hombre curtido por la experiencia, sólo refería a sí mismo; es decir, su propuesta educativa empezaba y acaba en él, con lo que al margen del "buen rollo" los alumnos no eran introducidos solidamente en la realidad.

Es llamativa la excelente recepción que La clase ha tenido en ámbitos católicos. Supongo que será porque abre el debate sobre la educación, aunque lo que se lee en algunas webs católicas es una loa de los valores educativos del film. O me he perdido algo, o como dice el Gruñón de Blancanieves, "mal anda el cuento".

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