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CRUCIFIJOS EN LAS ESCUELAS

La cristofobia pública

¿Vuelve a España la guerra de los crucifijos? Cuesta mucho imaginar que a ningún miembro destacado de la entente laicista se le haya ocurrido, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid –y nunca mejor dicho- levantar, de nuevo, la bandera de la guerra del crucifijo en la escuela.

¿Vuelve a España la guerra de los crucifijos? Cuesta mucho imaginar que a ningún miembro destacado de la entente laicista se le haya ocurrido, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid –y nunca mejor dicho- levantar, de nuevo, la bandera de la guerra del crucifijo en la escuela.
Crucifijo sevillano del siglo XVIII

Ahora lo que nos falta es una declaración de la ministra de Educación exigiendo que se respete el pluralismo, la tolerancia y alertando sobre los vestigios de formas educativas del pasado. Sentémonos a esperar y veremos pasar la declaración sin que tarde mucho tiempo.

En medio del proceso de catarsis colectiva con el caso de las villetas de Mahoma, y al rebufo de una política agresiva contra la concepción cristiana de la existencia, un padre del colegio vallisoletano Macías Picavea ha pedido la retirada del crucifijo del aula de su hija. El caso de Valladolid ha tenido un eco inmediato en el colegio toledano de San Lucas. Allí la Asociación de Padres ha presentado también una demanda para que quiten del objeto religioso de las aulas.

Paradójicamente, estos hechos están ocurriendo cuando comienza la cuaresma y por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades comienza a trajinarse la presencia del misterio. Habría que entender que quienes han solicitado la retirada del crucifijo de las aulas de sus hijos no saldrán a la calle durante la Semana Santa; o no celebrarán las vacaciones de Navidad, ni de Pascua. O no jugarán en las plazas y parques públicos que, en la tradicional meseta castellana, están ilustrados con un exvoto o con una cruz ejemplarmente artística.

En España hemos tenido demasiadas guerras sobre cuestiones religiosas en la época contemporánea, provocadas por quienes consideran que lo religioso es una rémora para el imaginario y la acción social. Piensan que si existe un patrimonio común de los ciudadanos es el de la única voluntad del consenso, que exige que las convicciones se recluyan en la mesilla de noche del hogar de cada cual. Si existen valores compartidos, lo son sin referencia al valor que los funda y a la historia que los ha consolidado.

Pues hete aquí que, no hace muchos días, la más alta magistratura italiana, el Consejo de Estado –su sexta sección para más señas–, ha dictado una ejemplar sentencia sobre la presencia en las aulas de la imagen de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Un madre, de origen finlandés, reclamó en 2003 que, en el colegio estatal Vittorio da Feltre, en la provincia de Padua, la justicia retirara los crucifijos de las aulas de sus hijos. No fue el único caso. En la región del Abruzzo, un tribunal regional admitió un recurso del ministerio de educación italiano y suspendió la resolución de un magistrado que ordenó la retirada de las cruces de la escuela infantil de Ofena.

La sentencia número 556/2006 señala que el crucifijo es un signo que no discrimina, sino que une; no ofende, sino que educa. "Es una síntesis, inmediatamente perceptible y aceptable, de los valores civilmente relevantes, valores sobre los que se sostiene e inspira nuestro orden constitucional, fundamento de nuestra convivencia civil (...) Valores que han impregnado nuestras tradiciones, el modo de vida, la cultura del pueblo italiano". El texto se pregunta si existe otro símbolo en la cultura italiana que pueda representar mejor que el crucifijo el respeto a la persona, la afirmación de sus derechos, el cuidado de su libertad, la autonomía de la conciencia moral en la perspectiva de la aceptación de la autoridad, de la solidaridad humana...

La sentencia al alto tribunal italiano lleva la cuestión al lugar que se debe: no a la dimensión religiosa, sino a la cultural, la educativa. Se refiere a la función "altamente educativa" del crucifijo. La relevancia pública del nacimiento de Cristo, de su historia y de su historicidad, de su muerte y de las consecuencias en la conformación de la novedad cristiana, generadora de cultura a lo largo de los siglos, no pueden obviarse. Los valores sobre los que se construyen los cimientos de la sociedad civil tienen un origen cristiano, por más que se empeñen quienes quieren colocar las raíces en la Ilustración y en la revolución francesa.

¿Tan diferente es la sociedad y la cultura española? ¿Tan separados están los procesos de secularización y de laicismo entre estos dos países europeos? Sin duda que las políticas institucionalmente desarrolladas por el gobierno socialista sobrepasan, con mucho, la capacidad imaginativa de sus homólogos mediterráneos. Pero lo que no podrán negar ninguna sensibilidad cultural es que el crucifijo ofende a quienes padecen los síntomas de la cristofobia pública.
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