Eliminado Rouco en la segunda y preceptiva votación, se abrió un escenario completamente nuevo en el que el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, se perfilaba como receptor de votos que procedían de las diferentes sensibilidades de la Conferencia. Por un lado, se tenían muy presentes su probada solidez doctrinal (¡nueve años al frente de Doctrina de la Fe!) y su esforzado servicio a la Iglesia en las difíciles condiciones de la diócesis de Bilbao, y por otro, su estrecha relación original con el propio cardenal Rouco, primero en el claustro de la Pontificia de Salamanca y después en la sede compostelana., donde fue su primer obispo auxiliar. La otra opción, secundada por la mayoría del bloque que había sostenido la continuidad de Rouco, era el Arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, un hombre de fuerte personalidad y notable perfil público, otro puntal del episcopado que sin embargo no ha logrado concitar el suficiente consenso. En todo caso, el equilibrio entre ambas personalidades salta a la vista: cuarenta votos frente a treinta y siete, en la tercera votación.
Pero ¿cuál es, más allá de caricaturas y prejuicios, el perfil del nuevo Presidente de la CEE? Ricardo Blázquez es un abulense de pura cepa que se formó en la Universidad Gregoriana de Roma, donde se especializó en Eclesiología. Con treinta y seis años era ya Decano de la Facultad Teología en la Pontifica de Salamanca. En aquel claustro salmantino compartió docencia y amistad con el entonces joven Antonio María Rouco, del que posteriormente fue obispo auxiliar en Santiago de Compostela. De la confianza que siempre ha inspirado a sus hermanos obispos dan buena cuenta los tres trienios consecutivos en que presidió la delicada Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, un periodo en el que hubo de derrochar firmeza y diálogo. Su principal colaborador en esa tarea fue el Padre Martínez Camino, a quien ahora reencuentra como Secretario de la Conferencia Episcopal. Después de tres años como obispo de Palencia, el Papa le llama en 1995 a la difícil tarea de presidir la diócesis de Bilbao, donde fue recibido con fuerte oposición por el nacionalismo y una parte del clero de la diócesis. Desde el primer momento introdujo acentos novedosos en la pastoral diocesana, contribuyendo activamente a la clarificación pastoral del fenómeno del terrorismo e intensificando los gestos de cercanía con las víctimas, a las que pide perdón por las ocasiones en que no se hayan sentido suficientemente acompañadas por la Iglesia.
Aún así, a su ministerio en Bilbao no le han faltado espinas a lo largo de estos años. Quizás parezca una obviedad, pero conviene recordar que el obispo no lo es todo en la Iglesia, y que ni debe ni puede hacerlo todo en ella. No creo que Ricardo Blázquez haya visto fructificar todas las sugerencias que ha intentado impulsar en estos casi diez años: algunas habrán caído en pedregal y otras necesitan más tiempo para madurar. Rechazo por completo la manida historia del “síndrome de Estocolmo” o de una supuesta debilidad personal, pero a buen seguro que más de una vez se ha visto en la amarga disyuntiva de aceptar formulaciones que no le satisfacían o provocar un enfrentamiento de incalculables consecuencias. No seré yo quien juzgue esas opciones, y allá quien se atreva a hacerlo.