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EL CAC CONTRA LA COPE

La libertad de expresión de la Iglesia

Por más que ahora nos desgañitemos en el cómo de La Cope, lo que no se podrá negar es que lo fundamental es el qué, una cadena de emisoras que ha nacido del corazón evangelizador de la Iglesia. Vivimos un tiempo en el que quienes quieren deslegitimar la propuesta cristiana lo hacen impidiendo un distingamos básico en todo buen ejercicio intelectual, de razón y de emoción.

La Cope es lo que es porque su razón y su raíz beben de la savia del Evangelio que fecunda la vida de los hombres.

En la historia de La Cope se acumulan no pocos hombres y nombres que pertenecen al diccionario histórico básico de la presencia de la Iglesia en España. Por más que haya quien proclame a los cuatro vientos aquel tan humano "¡qué hay de lo mío!", o se desgañite en un "No es esto, no es esto" a los orteguiano en perspectiva, La Cope es un medio, que no un fin, de la Iglesia para la sociedad de hoy. Si algo ha sido La Cope a lo largo de su historia, es un paraguas de libertad. Ya nadie parece acordarse de los años de la transición cuando era refugio de izquierdistas, obreristas cristianos, de la gente de los movimientos especializados de la Acción Católica, de la Iglesia más cercana a las generaciones que hicieron un progresismo social y, no pocas de ellas, engañaron al futuro con un progresismo moral. La Cope es tan popular como la Iglesia; tan cadena como los vínculos de fraternidad que se entrelazan en toda concatenación de áureas similitudes. Es necesario partir de esta advertencia para luego poder estar legitimados en las críticas sobre tal o cual, sobre el quién y el cuándo. La COPE o es católica, universal, y como tal es expresión del fermento en la vida de la Iglesia, o se encamina hacia un fin que nadie desea.

Una de las características que definen a La Cope, en esta perspectiva de su raíz y razón, es el modelo de radio que la configura. Pudo haber sido una radio especializada en oraciones y devociones, pero no lo fue ni lo es. Pudo haber sido una emisora dedicada a la sola voz del Papa y de los obispos, a la información religiosa, a lo que entendemos por noticias de la Iglesia, pero ni lo fue ni lo es. Puedo haber sido una radio que navegara sin el timón de un Ideario, que no es un texto restrictivo sino la garantía de que cumple su finalidad. Y pudo hundirse, durante no pocas de sus épocas recientes, entre las tormentas y las marejadas políticas, sociales y culturales. La Cope apostó por ser una radio con un modelo de programación generalista porque está muy segura de que la Iglesia, y lo cristiano, no tiene por qué callarse ante ninguna realidad. La fe es para la vida; y si la fe no es para la vida, no es fe, es ideología. El problema de La Cope será, como nos ha recordado el Concilio Vaticano II, el de la incoherencia: no el de las modulaciones argumentales, sino el de las ideas que expresen una concepción del hombre incompatible con la Revelación. Quienes defienden la libertad y la verdad, la verdad y la libertad en un mundo y en una sociedad cargada de mentiras, de políticas de comunicación y de estrangulamientos públicos tendrán, como siempre, una compañía en su batalla cultural.

Por eso, el tripartito catalán, haciendo lo que sólo sabe hacer, ha dado un paso más, con luces y taquígrafos, al retirarle a La Cope dos emisoras, una en Lérida y otra en Gerona. Un paso adelante que supone un flagrante atentado contra la libertad de expresión, legitimado éste en un concepto absolutamente caduco y periclitado, el de un "servicio del dominio público" que no es ni servicio, ni dominio, ni público. En el análisis de la historia siempre ha habido hechos que son síntomas de tendencias. ¿Qué ocurriría si el Estado, mediante el Gobierno de turno, se atribuyera la titularidad de las imprentas y de las rotativas? El Estado se atribuye la del espacio radioeléctrico y juega con él a la ruleta de la legitimidad. La tentación de totalitarismo no ha mudado. Cuando el Gobierno de Pujol, en 1998, no renovó la licencia de La Cope en Barcelona, Manresa y Tarragona, muchos comenzamos a entender qué era el nacionalismo. Quien pretende que paguen justos por pecadores se convierte en un hacedor de doble injusticia. Cercenar la libertad de expresión es síntoma del fin de la democracia; cercenar la libertad de expresión de la Iglesia es síntoma del fin del hombre.
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