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PRIMERA CELEBRACIÓN PASCUAL DE BENEDICTO XVI

La mayor mutación de la historia

Los cristianos de todos los tiempos debemos volver siempre a la cruda advertencia de San Pablo: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Aquí no hay juego de palabras que valga.

Los cristianos de todos los tiempos debemos volver siempre a la cruda advertencia de San Pablo: si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Aquí no hay juego de palabras que valga.
Benedicto XVI en su primera bendición urbi et orbe

El cristianismo, con sus construcciones filosóficas y artísticas, su impulso de servicio al hombre, y sus grandes orientaciones para el orden de los pueblos, sería perfectamente inútil, perfectamente prescindible, si el acontecimiento que celebramos en la Pascua fuese "una forma de hablar" y no un hecho real, el pilar sobre el que se asienta desde hace más de dos mil años el organismo viviente de la Iglesia.

Benedicto XVI lo ha explicado con singular audacia durante la celebración de su primera Vigilia Pascual como sucesor de san Pedro, echando mano del lenguaje de la teoría de la evolución. Según ha explicado, la resurrección de Cristo "es la mayor mutación, el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva, que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y atañe a toda la historia". Y en un momento posterior, el Papa parece buscar la imagen del Big-Bang al describir este acontecimiento como "un estallido de luz, una explosión de amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del morir y devenir".

Toda la insistencia de Benedicto XVI a lo largo de su homilía en la celebración más importante del año cristiano, tiende a subrayar el realismo de la Resurrección como un hecho que nos alcanza en el presente. Pero ¿cómo puede suceder tal cosa? ¿Cómo puede llegar ese acontecimiento hasta nuestras vidas, transformándolas en lo más profundo? ¿No es acaso infranqueable el foso histórico que nos separa de aquel Jesús que comió con los apóstoles después de salir del sepulcro? El Papa responde que el Bautismo es el gesto a través del cual el Resucitado nos alcanza, nos atrae hacia sí injertándonos en un sujeto nuevo, en el nosotros de la Iglesia. Así, nuestro yo es liberado de su aislamiento para entrar en una dimensión nueva, en la que ya estamos inmersos aun viviendo en medio de las tribulaciones de nuestro tiempo. "Vivir la propia vida como un continuo entrar en este espacio abierto, éste es el sentido del ser bautizado, del ser cristiano".

Llegados a este punto, el Papa realiza el salto a la dimensión necesariamente histórica de este misterio: "si vivimos así, transformamos el mundo". Es preciso que este misterio desvele su potencia de transformación en el tiempo de la historia, no como la entienden las ideologías, sino como el esplendor de una vida plenamente humana. Siempre me ha parecido especialmente provocadora la exclamación del sacerdote sobre el recién bautizado: ¡eres una criatura nueva! Inmediatamente surge en nosotros el escepticismo: ¿pero en qué se nota? Evidentemente todo pasa por la libertad de aquellos que son alcanzados por este acontecimiento. No hay sombra alguna de automatismo o de magia en este misterio que liga el poder de Dios y la libertad del hombre.

Entonces, ¿cuál es la documentación posible en la historia, de esta nueva dimensión abierta por el Resucitado? Con temor y temblor sólo podemos presentar el cuerpo de la Iglesia, con todas sus heridas y vacilaciones. Ahora se me hace evidente por qué Benedicto XVI termina siempre refiriéndose a los santos: ellos son los verdaderos portadores de luz en la historia, los que han elevado a la humanidad sobre la oscuridad en la que corre el peligro de precipitarse, los auténticos reformadores, los que nos muestran el camino de la felicidad verdadera. Y todo porque han sido transformados por el don del Resucitado, que les alcanzó a través del Bautismo y les reunió en el pueblo de la Iglesia. No hay duda de que a Benedicto XVI le urge poner en el candelero lo esencial de la fe, y lo hace con la sencillez y la audacia de los Padres que hablaban al mundo antiguo, un mundo hambriento de Dios que desconocía la novedad del cristianismo. Como nuestro mundo.
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