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MANIFESTACIÓN DE LA AVT

La paciencia de las víctimas

"Los cristianos sabemos muy bien que la paciencia activa y sufriente es hija de la virtud de la esperanza". Son palabras de Monseñor Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián. El pasado día 25 asistí, en Madrid, a la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Como las anteriores, fue multitudinaria y cívica. Era patente en los manifestantes la actitud serena, firme y algo esperanzada. Las víctimas del terrorismo entienden, más que nadie, de "paciencia activa y sufriente".

"Los cristianos sabemos muy bien que la paciencia activa y sufriente es hija de la virtud de la esperanza". Son palabras de Monseñor Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián. El pasado día 25 asistí, en Madrid, a la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Como las anteriores, fue multitudinaria y cívica. Era patente en los manifestantes la actitud serena, firme y algo esperanzada. Las víctimas del terrorismo entienden, más que nadie, de "paciencia activa y sufriente".
Manifestación de la AVT

Fue una manifestación en condiciones muy difíciles. La lluvia y el frío no fueron las peores condiciones que tuvieron que afrontar los manifestantes, sino las orquestadas por el Gobierno, su partido y todos los que, de manera servil, se agrupan en torno a ellos.

Ya estamos acostumbrados al baile de cifras sobre el número de los manifestantes, es lo que menos importa. La cantidad irrisoria estimada por la Delegación del Gobierno manifiesta el poco respeto que tienen por la institución; la imagen que proyecta es poco seria, sectaria y manipuladora. Tampoco consigo descubrir las buenas intenciones y las razones de peso del Gobierno de Rodríguez Zapatero para fijarse obsesivamente en la AVT y en el PP e intentar desacreditar el éxito de la manifestación. Da la impresión que les duele el éxito de la convocatoria, que perciben cómo su acercamiento a los terroristas y a los separatistas les colocan de espaldas a la inmensa mayoría de los ciudadanos y que no consiguen disimular la pretensión de restar legitimidad a los ciudadanos por expresar públicamente sus opiniones en materia antiterrorista. En el fondo, parece que lo realmente molesto es ver cómo, por tercera vez, una multitud de ciudadanos se mueve, se pronuncia y no se aborrega.

Yo esperaba ver a Rodríguez Zapatero, al día siguiente, agradecer a los ciudadanos el apoyo dado en la calle por más de un millón de ciudadanos, bajo el frío y la lluvia, pidiendo que los asesinos, ya que no piden perdón, cumplan al menos sus penas según dicte la justicia. La justicia que piden las víctimas, que no es como la del tiro en la nuca, la de la extorsión, la de la mochila bomba, sino la que se dicta desde la serenidad y la racionalidad en el Estado de Derecho.

Irene Villa y su madre en la manifestaciónRodríguez Zapatero no dio signos de tristeza, tampoco hizo ningún gesto de acercamiento y satisfacción. Esto ahonda en la constatación de que el problema de Rodríguez Zapatero y de su grupo habitual de voceros (Rubalcaba, Blanco, López Garrido, Moraleda, de la Vega...) es la falta de credibilidad. ¿Cómo vamos a creer los ciudadanos en aquellos que rompen los pactos, incumplen o tuercen las leyes a conveniencia, se muestran más cerca de las demandas de los verdugos que de los ruegos dolientes de las víctimas? Llama la atención la manera airada, furibunda y rencorosa del equipo de voceros en contra de las asociaciones de las víctimas convocantes de estas manifestaciones. El descaro no puede ser más atroz: acusar de que no quieren la paz es una inmoralidad, propia de un discurso miserable, que no proceden de la ignorancia y la torpeza, sino de la maldad, la soberbia y el rencor.

En estas circunstancias, es muy difícil creer que, cuando hablan de diálogo, quieran dialogar, cuando hablan de paz, quieran paz. Se percibe lo contrario. Y es que lo que se consigue con la mentira sólo con la mentira se puede mantener.

Las palabras que inician este artículo pertenecen a la homilía que pronunció Monseñor Uriarte, en el mes de septiembre de 2005, en la festividad de Nuestra Señora de Arantzazu. Decía que "una notable mayoría de este pueblo estima que las condiciones para acercarnos a la paz son hoy más favorables", que será un camino difícil y largo, y que, para seguir creyendo en la posibilidad de esa paz, "resultan necesarios, por parte de todos los principales implicados, signos de distensión. Evitar las acciones violentas, cancelar las extorsiones económicas, tener gestos de acercamiento a las víctimas, aplicar las leyes justas con espíritu amplio y conciliador, humanizar la situación de los presos y de sus familiares, suspender por parte de todos cualquier decisión y comportamiento que siembre alarma y desconfianza, respetar escrupulosamente los derechos humanos a la integridad, seguridad y dignidad de todos son, en estos momentos, comportamientos que deben esperarse de quienes buscan sinceramente la paz. Todos los ciudadanos de este pueblo estamos llamados a mostrar a nuestra escala en el diario convivir, estos mismos signos".

Monseñor UriarteAñadía Monseñor Uriarte que, junto a la multiplicación de los signos de distensión, sería necesario "activar paciencia", que "ha de completarse con la discreción", y que ésta, a su vez, "debe ir acompañada por la lealtad entre todas las partes implicadas. El oportunismo que antepone los intereses partidarios al bien común de la paz o prefiere 'lo que conviene decir' a la verdad real y leal, introduce una dosis de doblez que vicia la relación y genera desconfianza respecto de las verdaderas intenciones de los interlocutores".

Creo que son buenos ingredientes que tienen una gran densidad política. Me parece que no sobra, al contrario, es imprescindible añadirles el ingrediente de la justicia. La justicia que debe buscar el político y que exige el reconocimiento de la dignidad de las personas, a la cual pertenece de manera inseparable la libertad, la responsabilidad, la conciencia y la moralidad. La justicia que persigue la búsqueda constante de equilibrio, armonía y cooperación entre los gobernantes y los ciudadanos, entre los grupos más débiles y los más favorecidos, en orden a conseguir una mayor justicia e igualdad entre todos ante la ley. Es la fórmula secular: vivir honestamente, no hacer mal a nadie y dar a cada cual lo suyo. Este espíritu fue condensado por Cicerón en un principio que ha marcado el espíritu jurídico de occidente: "somos servidores de la ley, a fin de poder ser libres".

En el ámbito que nos toque a cada uno, los católicos tenemos que buscar, con nuestra acción, el camino de la eficacia, que no encontraremos simplemente en la profesión acomodada de la fe, sino en el empeño de hacer caminos de armonía social y justicia. En Brasil se dice que "cuando uno sueña solo, todo se queda en sueño; cuando se sitúa en conjunto, estamos ya al comienzo de la realidad".

Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"
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