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BENEDICTO XVI EN AMÉRICA LATINA

La prioridad de la fe

El santuario de Aparecida será durante varias semanas el corazón católico del continente de la esperanza, y no sólo de un modo figurado. Tras el profundo y exigente discurso de Benedicto XVI, los obispos de América Latina y el Caribe reflexionan ahora sobre los nuevos caminos de la misión de la Iglesia, con gratitud por todo lo que ya se ha andado, y evitando las tentaciones de la complacencia o del pesimismo.

El santuario de Aparecida será durante varias semanas el corazón católico del continente de la esperanza, y no sólo de un modo figurado. Tras el profundo y exigente discurso de Benedicto XVI, los obispos de América Latina y el Caribe reflexionan ahora sobre los nuevos caminos de la misión de la Iglesia, con gratitud por todo lo que ya se ha andado, y evitando las tentaciones de la complacencia o del pesimismo.
Santuario Nacional de Aparecida, en Brasil

La Iglesia crece por "atracción", como dijo el Papa, y ninguna estrategia puede sustituir a este atractivo, que sólo puede nacer de su fidelidad a Cristo.

La verdad es que no ha habido asunto que el Papa haya dejado de tratar en los días de su intenso periplo brasileño. Pero hay un hilo conductor de toda esta sinfonía: la fe en Cristo nos da la verdadera vida, nos hace responsables los unos de los otros, nos permite comprender la realidad en su verdad más profunda, y nos lanza a construir una sociedad justa. Como les dijo a los jóvenes en Sao Paulo, se trata de no desperdiciar la vida, sino de llevarla a plenitud a lo largo de un camino en el que no faltan las dificultades. Si se pierde esta clave, como les pasa a tantos medios, el discurso del Papa se vuelve incomprensible.

Si nos centramos en la inauguración de la V Conferencia General del CELAM, vemos que Benedicto XVI no ha querido dar por supuesto el significado existencial de la fe cristiana, y él mismo se ha preguntado qué nos da Cristo realmente, por qué queremos seguirle, cómo podemos conocerle o si esto no es sino una fuga hacia el intimismo, una escapada de la responsabilidad ante los grandes problemas económicos, sociales y políticos. Ante todo, el Papa ha querido subrayar la prioridad de la fe en Cristo y de la vida en Él: sin esto, cualquier compromiso de los cristianos con el bien común, cualquier defensa de valores, se vuelve insulsa e inoperante, cuando no es presa de manipulación.

Benedicto XVIQuien excluye a Dios de su horizonte se hace incapaz de comprender la realidad, y por tanto de actuar justamente en ella, como han demostrado los grandes totalitarismos del siglo XX, y como lo demuestra una racionalidad enemiga del Misterio que empuja a los hombres de Occidente a la frustración de sus esperanzas más profundas. Por el contrario, allí donde la fe es acogida y vivida, se desarrolla en plenitud la existencia humana, también en sus dimensiones social y cultural. Benedicto XVI ha recordado que "de la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las dificultades de los otros, de amor y justicia". Por todo ello, el Papa ha defendido que la presencia de Dios en la sociedad no es sólo un derecho, sino una condición fundamental para la eficiencia de la justicia.

Había expectación por ver cómo abordaba el Papa las cuestiones relativas a la implicación de la Iglesia en los problemas sociopolíticos, y puede decirse que lo ha hecho con extrema claridad, siguiendo la estela de la Deus Caritas Est. El trabajo político no es competencia de la Iglesia en cuanto tal: ella debe ser "abogada de la justicia y de los pobres", debe "formar las conciencias, educar en las virtudes individuales y políticas, y ofrecer una opción de vida que vaya más allá del ámbito político".

Por supuesto, los laicos católicos deben comprometerse en la construcción de un orden justo que salvaguarde los derechos fundamentales y coloque la dignidad de la persona en el centro de todo el edificio político. Pero ni en el mejor de los casos se alcanzará un sistema que no requiera nuevas purificaciones, y por eso la Iglesia debe trabajar siempre para educar la conciencia del pueblo, para despertarlo nuevamente. Por el contrario, advierte el Papa, si se convirtiera ella misma en sujeto político directo perdería su independencia y su autoridad moral, y así no podría servir verdaderamente a los pobres.

A los obispos de Brasil, el Papa les había pedido favorecer "un salto de calidad en la vivencia cristiana del pueblo", de manera que pueda testimoniar su fe de forma límpida y clara; es el presupuesto necesario para la invitación lanzada por el Papa a una misión que sea capaz de interpelar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia en América Latina. Porque ¿qué nos da Cristo realmente?: "la verdadera vida digna de ese nombre, y por eso queremos darlo a conocer a todos".

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