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SEPARACIÓN ENTRE IGLESIA Y ESTADO

La religión y el espacio público

La ley de la llamada "memoria histórica", como cabía esperar, puso la atención de al­gunos medios de comunicación en las misas que, con motivo del aniversario de la muerte del general Franco, se pudieran celebrar por él, muy particularmente en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. De esta celebración se ha hablado como misa en honor de Franco o "la última misa que legalmente homenajeará a Francisco Franco".

La ley de la llamada "memoria histórica", como cabía esperar, puso la atención de al­gunos medios de comunicación en las misas que, con motivo del aniversario de la muerte del general Franco, se pudieran celebrar por él, muy particularmente en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. De esta celebración se ha hablado como misa en honor de Franco o "la última misa que legalmente homenajeará a Francisco Franco".
Valle de los Caídos

Que esto se diga por periodistas ignorantes de lo que es una misa de difuntos, pese a dedicarse a cubrir noticias religiosas, no es sorprendente, ya que o la ignorancia sobre lo religioso o la beligerancia hacia ello son habituales en determinados medios. Ahora bien, también uno se puede encontrar en un periódico con que, preguntado un párroco por la misa que ha celebrado en "honor" del difunto dictador, diga: "Si me piden que diga una misa en honor a Carrillo cuando muera, que nadie tenga duda de que la diré. Pero no hay peligro de que eso suceda."

La eucaristía, en estos casos, no se celebra para homenajear difuntos, sino para pedir a Dios la purificación de las culpas de aquél por quien se celebre, como también reconocía ese sacerdote; por eso se puede celebrar por Franco o, cuando llegue el día, por Carrillo. Pero más allá de las precisiones conceptuales, da la impresión de que detrás de todo esto pudiera haber una mentalidad que no acaba de ver cuál sea el lugar de la religión en la vida pública y, por eso, se tiende a politizarla; pues creer que una misa homenajea a una figura política o pedir que se celebre con esa intención es, cuando menos, pretender instrumentalizar la celebración, que es uno de los modos en que se puede politizar la religión.

Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de DiosEs indudable que la modernidad nos ha planteado el reto de repensar cuál sea el lugar de la religión en la vida pública. Esta cuestión, por cierto, tiene raíces cristianas, pues el "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21) es evangélico y el concepto de persona o la idea de diversidad en la unidad parten de la fe en la Trinidad; sin estas fuentes la democracia moderna sería impensable. Y este reto, a su vez, ha servido al cristianismo para retomar y profundizar en estas señas de identidad propias.

Pero politizar la religión no es la única manera en que se ha intentando, y se sigue haciendo, establecer el lugar de la religión. En el mundo islámico, por ejemplo, algunas corrientes creen encontrar la respuesta al reto de la modernidad con el fundamentalismo o el integrismo religiosos, es decir, que la verdad se tiene que imponer a la libertad y, por tanto, una religión al Estado y a las demás religiones. En Occidente, los intentos de solución han ido normalmente por otro lado, aunque no han faltado tampoco tentativas integristas. El naturalismo ha pretendido sustituir a las religiones históricas, consideradas como focos de divisiones y conflictos, por una religión meramente natural supuestamente universal y por encima de las otras. Otra posibilidad, también en los límites de la mera razón, es el indiferentismo religioso, que trae su irrelevancia pública. Sin que hayan faltado ni falten las tentativas de convertir la política y lo estatal en religión, como es el caso de los totalitarismos. Unas veces la verdad ahogará a la libertad y otras a la inversa. En unos casos, habrá una determinada politización de la religión hasta incluso desaparecer su dimensión individual. En otros, quedará reducida a lo individual, hasta el punto de quedar recluida en lo privado.

Que la religión tenga un lugar en el espacio público supone reconocer que, entre el Es­tado y el ciudadano, está la sociedad. Pero si en el espacio público sólo cabe lo estatal y la política, para estar en él habrá que politizarse y, si se está en él, se será solamente político. Ahora bien, las confesiones religiosas, como cualquier cuerpo intermedio, tienen cabida en el ágora pública social sin pervertir su identidad y, como representantes de intereses individua­les, también son interlocutores válidos con los órganos estatales. Pero es que el individuo también tiene derecho a no mutilar su personalidad en el espacio público, sin que esto suponga que pueda imponerla. Con el añadido de que el Estado, que no es la sociedad, está al servicio de ésta y del individuo. Salvo que la "religión" y "verdad" laicista digan otra cosa.

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