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11M Y CONSTITUCIÓN EUROPEA

La verdad como servicio político

Dijo Manuel Azaña que la libertad no nos hace felices, nos hace simplemente personas. Claro que habría que preguntar a qué se refería cuando decía "libertad", pues todos la llaman pero son muchos los que la rehuyen y la temen. Pero también somos muchos los que añadimos que la libertad nos hace más personas porque la verdad es lo que nos hace libres. No hay libertad sin verdad, afirmó en un documento reciente el papa Juan Pablo II (Ecclesia in Europa, n. 98).

El binomio verdad-libertad es irrenunciable cuando hablamos de formar personas responsables y ciudadanos activos y comprometidos en la edificación de una ciudad digna del hombre. La cultura de la democracia, que se nutre de la libertad, exige una cultura de la verdad. De lo contrario, podremos encontrarnos en presencia de democracias enfermas, formalmente constituidas e interesadamente dirigidas por mecanismos de engaño. Desentrañar las estructuras de la muerte y la mentira, operantes en la historia de cualquier pueblo, es servir a la causa de la verdad y cimentar los caminos firmes de su libertad.
 
El oscurantismo y la ignorancia, la desinformación, la manipulación y el ocultamiento de la verdad generan inseguridad, sospecha, temor, indecisión, masificación e inmovilismo. La verdad, en cambio, señala el camino del ejercicio de la libertad de pensar, de conocer, de elegir y de participar.
 
Hoy se percibe una necesidad urgente de trabajar por que brille la verdad en una sociedad en gran sequía de ella. Y digo sequía porque no percibo que la calle esté reclamando a gritos "Queremos saber", sedienta de la verdad. Personas verdaderas y veraces se necesitan, podría ser el mensaje para un "pásalo" al estilo de los que violaron el día de reflexión que precedió a los últimos comicios electorales.
 
A los poderes públicos, en primer lugar, porque han recibido de los ciudadanos este encargo, les corresponde promover, por todos los medios a su alcance, las condiciones que nos permitan ser cada día un poco más libres porque, también cada día, tenemos más oportunidades para buscar la verdad, el conocimiento, la información, la comunicación sobre los acontecimientos que van tejiendo nuestra historia. Es su cometido promover las condiciones del bien común, entre las cuales están las que garantizan el derecho a buscar, descubrir y abrazar la verdad en todas sus manifestaciones, sobre aquello que nos hace sufrir y aquello que sostiene nuestra esperanza y búsqueda de bienestar.
 
Pero es ya un lugar común afirmar que el descrédito que envuelve actualmente a los políticos se origina en la frecuente falta de verdad y transparencia en sus actuaciones. ¿Cuántos políticos arriesgan perder en este momento su cargo o su acta de diputado o senador, en la defensa de la actividad política sin engaños, sin zancadillas, sin puñaladas, sin manipulaciones de la opinión pública? A título de ejemplo, hay dos cuestiones especialmente graves que sirven de contexto para esta reflexión: la investigación del magnicidio del 11M y los días siguientes y el Tratado de la Constitución Europea.
 
Sobre el primero, cuando percibimos que personas con altas responsabilidades en lo público obstaculizan las investigaciones sobre la verdadera autoría del asesinato de 193 personas y más de 1.500 heridos, podemos afirmar que quienes así actúan no prestan ningún servicio a la libertad de los ciudadanos y a la construcción de una democracia consolidada. Además, no nos extraña que en los ciudadanos cunda la impresión, y hasta la convicción moral, de que algo están tapando, de que no les gusta la libertad y les escuece la verdad. Y es que la verdad nos libera de los tramposos, de los ambiciosos, de la gente sin escrúpulos. La verdad desenmascara a los que adoptan por oficio sonreír a tiempo y a destiempo, para disimular en cualquier escena política y granjear seguidores. La verdad sirve para reconciliar y para movilizar solidaridades.
 
Es lo que podemos esperar y debemos exigir de la vida democrática. La democracia, fundada sobre la dignidad humana, los derechos humanos y el libre desarrollo de cada persona, y sobre los valores de la igualdad, la libertad, la justicia, la participación y la paz, es un sistema político muy generoso. La democracia es capaz de aguantar barbaridades. Sobran de ello ejemplos pero, tarde o temprano, por muy dolorosa que resulte, la verdad debe prevalecer.
 
Sobre la segunda cuestión, la exigencia de defender la verdad recae, en este caso, en la verdad sobre nuestras raíces, identidad, historia y cultura milenarias. Parece deseable que sean el fundamento de las decisiones y las obras de hoy, señalen el porvenir de unos ciudadanos esperanzados y seguros y den consistencia a nuestra convivencia pacíficamente duradera.
 
Sin embargo, no parece que pueda señalarnos la verdad y, por tanto, la libertad, el texto de una Constitución para Europa en el que se ha ocultado intencionadamente sus raíces religiosas; se ha callado un largo periodo de nuestra historia común, cediendo a la presión y manipulación de grupos netamente interesados en disolver el peso específico de la identidad judeocristiana y católica de nuestra cultura occidental. Son numerosas las manifestaciones de descontento sobre un texto constitucional elaborado de espaldas al pueblo, y que, a tres meses de un apresurado referéndum, permanece en el más absoluto desconocimiento de quienes están llamados a votar.
 
Yo creo que hoy, uno de los mayores servicios políticos que todos podemos prestar a nuestra sociedad es decir la verdad, actuar con veracidad, exigir la verdadera explicación de los acontecimientos y de las decisiones políticas, económicas, culturales y educativas que van jalonando nuestra historia común. El aprecio y la defensa de la verdad deben ser un anhelo que una a todos, un horizonte creado por millones de miradas convergentes. La libertad, la justicia, la solidaridad y la paz son los pilares de la convivencia; pero la verdad sobre el hombre, la vida y la historia da consistencia a todas.
 
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"
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