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7 minutos

Las paradojas del cine español

Se ha estrenado la semana pasada una película, 7 minutos, que aunque está dirigida por una argentina –Daniela Fejerman– es producción española y la ministra González-Sinde es la coautora del guión. Un examen de dicha comedia nos puede ayudar a comprender una de las paradojas que hacen que el cine español esté donde está.

Se ha estrenado la semana pasada una película, 7 minutos, que aunque está dirigida por una argentina –Daniela Fejerman– es producción española y la ministra González-Sinde es la coautora del guión. Un examen de dicha comedia nos puede ayudar a comprender una de las paradojas que hacen que el cine español esté donde está.

La película parte de una idea brillante y de una intencionalidad dramática interesante: quiere ahondar en la soledad del hombre moderno y urbano, en la inconsistencia de sus relaciones afectivas, en su necesidad de un abrazo incondicional y verdadero. Para ello sitúa la comedia en una agencia solvente de contactos personales, Match.com. Hasta ahí todo parece orientado a construir una película sólida e interesante.

Pero ocurre que entra en escena un factor perverso que arruina el proyecto. Un factor que podríamos identificar como un complejo que comparten muchos de los que hacen cine en España, y especialmente los productores. Este complejo inconfesable e inconsciente consiste en creer que el cine español no es capaz de generar películas de trasfondo serio, conmovedor, incisivo. Que sólo los americanos, los orientales y cierto cine europeo son capaces de hacerlo. Y entonces los productores y cineastas toman la decisión fatal: olvidemos el cine como arte, olvidemos el cine como vehículo cultural... vayamos al dinero fácil. Lo que era una historia interesante e inteligente se transforma en un cóctel de tópicos, lugares comunes, bromas desgastadas por el uso... reduciendo el drama cinematográfico a una burda sit-com televisiva a la que únicamente faltan las risas en off. A eso se añade el peaje casposo de las prolongadas escenas coitales que sitúan a los cineastas en el Perpignan de los setenta, sin asomo de evolución, amén de tomarse muy poco en serio al público español del siglo XXI.

La justificación que encuentran estos productores y cineastas para abandonar su condición de artistas en aras de la de fenicios es la constatación de los pingües beneficios que dejan bodrios como Mentiras y gordas, películas que tienen el público cautivo de las series televisivas adolescentes. Los jóvenes asiduos de esas series quieren ver a sus ídolos en la gran pantalla, y aunque les decepcione el resultado, pasan por la taquilla. La citada película se proyectó en la Facultad de Ciencias de la Información, y en presencia de los cineastas, los universitarios mostraron su repulsa por ese tipo de cine. Pero Mentiras y gordas hizo taquilla. Y parece que eso es lo único que importa.

Planteamientos así llevan años alejando al público español de su cine, y el espectador encuentra en las producciones extranjeras, y a menudo en el cine independiente americano, aquella "vibración" que no encuentra en las películas españolas. La consecuencia es que cuando se estrenan películas españolas buenas, que las hay, y que no tienen los reclamos televisivos citados, no las va a ver la gente, sumiendo a la industria española en un callejón sin salida. Ha sido el caso de La vergüenza, de David Planell, una película seria, sin peajes ni concesiones, que no ha obtenido el favor del público que se merecía.

Algunos cineastas, conscientes de la mediocridad de la situación, optan por hacer cine de espaldas a España, mirando al mundo exterior. Es el caso de Isabel Coixet, Amenábar, Carlos Saura... o las jóvenes promesas que se han marchado, con buen criterio, a hacer las Américas. De los brevísimos comentarios apuntados se concluye que el cine español padece una enfermedad crónica que no es económica, sino cultural. Sólo en la medida en que productores y cineastas superen sus prejuicios y complejos y se atrevan a devolver a nuestro cine el arrebatado estatuto de dignidad, sólo cuando sepan interpretar lo que realmente desea el público español, el cine español podrá empezar, con mucho esfuerzo, a recuperar la confianza de los espectadores. "Con mucho esfuerzo", porque son ya muchos años de deserción de la calidad y se necesitan otros tantos para volver a merecer el entusiasmo del público.

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