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CONTRA LA DICTADURA DE LO CORRECTO

Luz y sal de la tierra

El pasado fin de semana se celebró el Congreso de Apostolado Seglar, el primer gran encuentro del laicado católico de la reciente historia de la Iglesia en España. Ningún Congreso puede ser el ungüento amarillo o la varita mágica que resuelve los problemas; se trata, más bien, de lanzar algunas grandes líneas, pulsar el estado de la cuestión y propiciar un intercambio de reflexiones y experiencias. Todo ello sin olvidar la necesaria visualización de una realidad que generalmente no se asoma por la ventana de los grandes medios de comunicación social.

El pasado fin de semana se celebró el Congreso de Apostolado Seglar, el primer gran encuentro del laicado católico de la reciente historia de la Iglesia en España. Ningún Congreso puede ser el ungüento amarillo o la varita mágica que resuelve los problemas; se trata, más bien, de lanzar algunas grandes líneas, pulsar el estado de la cuestión y propiciar un intercambio de reflexiones y experiencias. Todo ello sin olvidar la necesaria visualización de una realidad que generalmente no se asoma por la ventana de los grandes medios de comunicación social.
Stanislaw Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los laicos

La coctelera del Congreso ha batido variados ingredientes de distinto peso y calidad, y sólo el tiempo podrá mostrar cuáles de ellos han abierto y sembrado el surco donde puede nacer una nueva vitalidad de la experiencia cristiana y de su presencia en el mundo.

Eso sí, el primero en empuñar el arado y hundir la reja en tierra, fue el Arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, con una intervención lúcida y exigente, especialmente hacia dentro de la propia Iglesia. Es cierto que Sebastián analizó con crudeza el actual momento social y cultural: denunció la secularización intensiva que promueven importantes medios de comunicación, que llegan a fabricar verdaderas creencias sociales; señaló la influencia de ideologías con una mentalidad revanchista, que pretende excluir la tradición católica; y advirtió sobre los riesgos de renunciar a la búsqueda social e histórica de la verdad, que puede hacer que la democracia derive hacia la pura imposición de las mayorías.
 
Pero el Vicepresidente de la Conferencia Episcopal no se entretuvo demasiado en dibujar este cuadro, como esperaban algunos. Más aún, enseguida advirtió que la debilidad del cristianismo en España tiene que ver más con las propias debilidades internas de la Iglesia, que con la evidente hostilidad ambiental. Debilidades que Monseñor Sebastián centró en la falta de personalización de la fe de muchos católicos, la pervivencia de una teología secularizada, la mentalidad "concordista" que asume los presupuestos de la cultura dominante, y el ensimismamiento de muchas congregaciones religiosas y movimientos, que impide una verdadera comunión. En definitiva, "estamos viviendo una época de enfriamiento religioso generalizado y de debilidad profética y apostólica de la Iglesia".
 
En lugar de tantos diseños pastorales de laboratorio, a los que nos tienen acostumbrados no pocas instancias eclesiales, el Arzobispo de Pamplona quiso hablar en román paladino: "todo lo que queramos hacer en nuestro mundo se sustenta sobre la existencia de comunidades cristianas sinceramente entusiastas con su vocación, claramente conscientes de sí mismas, dispuestas a vivir la vida personal, familiar y social de acuerdo con el evangelio de Cristo y la doctrina de la Iglesia, sin temor a ser criticadas por los poderes de este mundo, capaces de presentar los contenidos de la salvación de Dios y hacerla operativa en las actuaciones y relaciones de la vida social concreta".
 
Pero evidentemente, el proceso vital para conseguir la renovación espiritual y la movilización apostólica que la ponencia de Sebastián quiso grabar a fuego en el pórtico del Congreso, no nacerá de un diseño pastoral abstracto, ni del mero voluntarismo. Será preciso recorrer un verdadero itinerario educativo de la fe, que enraíce en las preguntas fundamentales de la existencia humana, que muestre la potente novedad que introduce Cristo en el tejido de la vida, con todos sus intereses y complejidades. Un itinerario realizado en el seno de la Iglesia, compañía cotidiana de Cristo, que mueva a los cristianos a exponer ante el mundo el tesoro encontrado de la fe. Las ponencias sobre la santidad y la misión, suministraron a los participantes en el Congreso abundantes pistas para emprender este camino. En todo caso, ese itinerario requiere maestros y testigos que no pueden fabricarse en serie: tan solo reconocerlos y seguirlos, allí donde el viento del Espíritu quiera suscitarlos. Se abre ahí una auténtica responsabilidad de los pastores de la Iglesia y de quienes guían cualquier comunidad cristiana.
 
Si el Congreso comenzó con una ponencia fuerte, otro tanto cabe decir de su clausura, a cargo del arzobispo polaco Stanislaw Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los laicos. En su intervención invitó a redescubrir la verdadera naturaleza del cristianismo, que "no es un doctrina que aprender ni tampoco un simple código ético sino un acontecimiento real, que ocurre en nuestra vida como en la vida de los primeros discípulos". Y cuando la fe se vive de este modo, genera una presencia visible e incisiva en la sociedad, una presencia para la que Rylko reclamó un espacio de libertad, en una Europa cada vez más dominada por "la intolerancia de los tolerantes". En esta Europa en la que impera la dictadura de lo "políticamente correcto", los cristianos laicos estamos llamados a vivir nuestra ciudadanía europea modelada por la conciencia de nuestra propia identidad. Rylko animó a los seglares a estar presentes con el empuje profético y la frescura creativa del Evangelio, allí donde transcurre la vida cotidiana y se construye la ciudad común de los hombres.
 
A nadie le pasó inadvertido el valor que Monseñor Rylko otorgó a las asociaciones, movimientos y nuevas comunidades eclesiales. Recordó las palabras del Papa que los identifica como uno de los signos más prometedores de la primavera cristiana nacida del Concilio Vaticano II, y una respuesta providencial al desafío que se la secularización plantea a la Iglesia. Rylko pidió ante el Congreso, que esta nueva época asociativa no sea vista como un problema, sino como un don y una oportunidad pastoral, también para las propias parroquias.
 
Algunos observadores buscaron sin descanso en los diferentes recodos del Congreso de Apostolado Seglar, el rastro de un proyecto de movilización político-social de los católicos avalado por la Conferencia Episcopal, que confirmara el diseño fantasioso que varios medios de comunicación vienen reflejando desde hace meses. El empeño ha debido resultar frustrante, aunque sean inasequibles al desaliento. Por el contrario, el Congreso sí ha impulsado una movilización profunda del laicado católico, empezando por su propia en indispensable renovación espiritual y cultural, cuya traducción inmediata será una nueva presencia significativa en todos los campos de la vida social. La traza fundamental del Congreso no ha cedido al derrotismo, ni a la pura reacción epidérmica, ni a las reducciones político-culturales de la fe, demasiado frecuentes tanto a la izquierda como a la derecha.
 
Por el contrario, el Comunicado final reconoce que "a pesar de la marginación social y cultural que tantas veces sufre la fe en nuestra sociedad, la espera del anuncio cristiano sigue viva entre nuestros contemporáneos". Por lo tanto, "las dificultades del momento presente no nos asustan, sino que despiertan aún más nuestro deseo de salir al encuentro de todos los hombres con la propuesta de la vida cristiana". Ni más ni menos.
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