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DISCUSIONES EN TORNO A SU FIGURA

Martínez Camino

A propósito de dimes y diretes, quinielas y rumores, lo cierto es que el secretario de la Conferencia Episcopal Española se ha convertido en el personaje más seguido en el mundo pequeño y a veces angosto de la información eclesial en España. Yo no me apunto a esa tesis de que es preferible que hablen de ti, aunque sea para mal. En todo caso, del padre Martínez Camino se habla porque no deja a casi nadie indiferente, y porque, mal que les pese a muchos, es y será una figura de referencia en el magro panorama eclesial español.

A propósito de dimes y diretes, quinielas y rumores, lo cierto es que el secretario de la  Conferencia Episcopal Española se ha convertido en el personaje más seguido en el mundo pequeño y a veces angosto de la información eclesial en España. Yo no me apunto a esa tesis de que es preferible que hablen de ti, aunque sea para mal. En todo caso, del padre Martínez Camino se habla porque no deja a casi nadie indiferente, y porque, mal que les pese a muchos, es y será una figura de referencia en el magro panorama eclesial español.
Martínez Camino

De todas formas, asombra la virulencia de algunos ataques que viene recibiendo desde ángulos diversos, a veces con altavoz y otras con sordina, pero siempre dirigidos a minar su imagen de responsable eclesial, de sacerdote e incluso de cristiano. Es una lluvia ácida que me obliga a pensar en aquellas tremendas páginas de De Lubac (jesuita como él), en las que el gran teólogo señalaba el misterio de cómo arraiga, precisamente en la tierra de la Iglesia, la semilla de la maledicencia y de la envidia. Y es una cruel paradoja, que tantos que abanderan la siempre necesaria reforma de la Iglesia, sean con frecuencia los mejores ejemplos del puerto en el que nunca debería entrar la nave de Pedro. Pero dejemos a cada cual con su conciencia, porque todos habremos de dar cuentas un día ante el único Juez que no puede ser engañado.

Lo que me interesa ahora es hablar del hombre y del cristiano que he tenido la fortuna de conocer, escuchar y seguir desde hace más de diez años. Desde el primer día me sorprendió su amor a la Tradición viva de la Iglesia, su libertad para analizar los problemas internos de la comunidad cristiana, su apertura para el diálogo con las preocupaciones del hombre contemporáneo, y su disponibilidad (tan propia de la Compañía que ama y en la que se ha forjado) para entrar a pecho descubierto en eso que Benedicto XVI acaba de llamar "la batalla pacífica del amor, que todo cristiano debe librar incansablemente.... para difundir el Evangelio que nos compromete hasta la muerte". Desde luego, el Padre Martínez Camino no ha sido nunca "políticamente correcto", ni ha rehuido la confrontación cuando estaban en juego la verdad de la fe o la figura pública de la Iglesia, incluso cuando esto podía reportarle perjuicios evidentes y a corto plazo.

Martínez CaminoRozando el ridículo y cayendo en la mentira más descarada, hay quienes cuestionan ahora su preparación intelectual para asumir según y qué cargos. Otros lo condenan a la gehena como si fuera un personaje antediluviano, impositivo y negado para el diálogo, sin olvidar una supuesta antipatía personal, que algunos confunden con su franqueza y con el hecho de no conceder nada a la galería. Resulta innecesario evocar aquí su currículum teológico, pero sí es interesante recordar la inteligencia con la que ha sabido intervenir en importantes debates públicos de los últimos años, desde la cuestión del genoma humano al papel de la Iglesia en la Transición, desde la eutanasia a los nacionalismos, desde el valor social del matrimonio a la construcción europea.

Durante su etapa como secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, ha sabido aportar nervio, cohesión e intensidad a la presencia de la CEE en un contexto social muchas veces hostil y desabrido. Ha puesto en marcha iniciativas novedosas de comunicación, se ha fajado cordialmente (lo que no significa sumisa ni melifluamente) con los medios de comunicación, y ha sabido combinar diálogo y firmeza en la compleja relación con el Gobierno de Zapatero. Nunca se ha dejado encasillar con falsas etiquetas, y de hecho su creatividad, su lenguaje y su búsqueda de nuevos espacios para el diálogo y la misión, le han granjeado en ocasiones la sospecha y el recelo de ambientes clericales no precisamente ubicados en el progresismo eclesial.

Durante los cuatro largos años que lleva en la Secretaría, Martínez Camino no se ha contentado con el ser un cancerbero eclesial ni tampoco ha cedido a la tentación de ser "político". No ha jugado a la equidistancia, pero ha sabido mantener abiertos los canales con todos aquellos que no han declarado la guerra por principio. Quizás un clima menos polarizado y adverso en la sociedad española, le habría permitido ofrecer una medida más amplia de su visión de los problemas y de su capacidad para manejar el indisociable binomio diálogo-misión. Pero las cosas son como son, y ninguno elegimos el terreno en el que trabajar y vivir, nos viene dado. Además, quizás todo esto haya sido preparación de lo que haya de venir.

Ignoro si, como dicen, Martínez Camino se mudará a las estancias de la Ciudad Eterna, si será nombrado obispo en alguna importante sede española, si se entregará en cuerpo y alma a la teología o si seguirá en el cargo de secretario hasta cumplir el tiempo previsto (para horror de sus mediocres enemigos). Lo que tengo claro es que mientras atraviesa la presente estación de sequía, la Iglesia en España no puede permitirse el lujo de prescindir, en su primera línea, de una personalidad como la de este jesuita asturiano de anchas espaldas, mente lúcida y corazón ardiente. El Señor permite que la envidia y la mentira de los hombres hagan su juego, incluso dentro del hogar de la Iglesia, pero nunca permite que, a la larga, canten victoria.

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